¿Por qué la elegí?
Sí, me pregunto a menudo por qué, entre las pocas mujeres a las que mi timidez me había permitido acercarme, estaba ella, Isabel. Porque compartíamos la misma pasión por el ahorro, rayana en la obsesión. Cuidábamos de que no sobrara ni una lenteja en el plato, que no se tirara ni un triste mendrugo de pan. El aceite de los fritos se guardaba en un frasco para poderlo usar otras veces, nos daba igual que fuera tóxico. Ahora, yo, no me privaba de nada: un buen whisky, me encanta esa bebida dorada, alguna que otra escapadita a algún "puticlub". ¡Oh cuánto me gusta la sordidez, la vulgaridad de esos centros sociales, les tendrían que reconocer la función de desahogo, de escape de la cotidianidad del matrimonio! Las mujeres de los putis me encantan: me gusta imaginar las justificaciones que las han llevado a hacer esa vida. Nunca las juzgo mal, al contrario, suelen hacerse amigas mías.