Cuando llegó Doña Esperanza
Por fin, un día de primavera diáfano, maravilloso, llegó la Tía.
Erguida, seca, como una vid de invierno, asaz fea, con el gesto de quien non ha roto un plato en su vida, hizo irrupción en nuestras vidas, que, yo creía, sería fugazmente: porque la naturaleza tiene sus leyes y hay que respetarlas y a 90 años, por mucho que te salgas de las estadísticas, poca vida tienes por delante, así me consolaba mirándola: con aquellos pelillos que le resaltaban de la barbilla ( a lo mejor había que afeitarla, pensé).