Un pesado vaho se levanta desde el suelo. La noche es fría y la humedad invade el ambiente.
En el banco vacío que ha dejado Teresa en el pasillo, le aguarda muy mal echado su uniforme verde del Max.
Ella ha intentando comprender la razón de su presencia, allí, a los pies de la cama de él.
Juan duerme, y de su brazo derecho parte una cánula para transfusión intravenosa. La penumbra y el calor de la habitación, el bip-bip permanente que acompaña el dibujo del monitor y el silencio soberano que preside el lugar, apaciguan a Teresa que ha mudado del estremecido aturdimiento a una extraña sensación de espanto y plenitud sólo comparable a cuando reposaron en su vientre, ya vacío, la humanidad recién nacida de Telmo.
La soledad en la que se encuentra con aquél hombre, de quien ni siquiera sabe su nombre completo, le evoca el desatino que en la mañana les hizo unir sus labios. Teresa mira la boca de Juan, sus hombros redondeados, y adivina el cuerpo de aquél guiada por los relieves de la sábana que lo cubre prolijamente. Entonces, sin dejar de mirarlo, arrastra suavemente una silla a su lado, se sienta y le toma la mano. Juan retira la suya con rapidez, abre apenas sus ojos y tuerce la mirada hacia ella con una expresión de ardor.
Teresa tiene un gesto calmo que se compone por la forma de sus cejas y la claridad que hay entre ellas. Con esa falsa apariencia de quietud se inclina hacia adelante y apoya la tersura de su frente en el vientre de Juan. Y allí se queda. Él, recoge su mirada hacia la nuca de Teresa, y sin meditar, apoya la palma de su mano en la cabeza de ella. De Teresa. Y cierra los ojos.
El señor Timón en estos momentos está descansando. Me acerqué a su lado y duerme. A pesar de ello, hace dos días que le descubro una sonrisa entre felíz y burlona.
El primero de esos dos días durmió toda la noche (hacía mucho, mucho tiempo que no lo hacía). Hoy ya volvió a las andadas nocturnas pero ha vuelto a la cama y desde allí se lo ve durmiendo. Lo escuché rumiando en sueños algo así como
ustedes lo querían, aquí lo tienen, métanselo por donde mejor les entre
.
Timón hoy llegó tarde a casa porque terminó de descolgar de su público despacho las reproducciones del Jinete Azul, de quitar sus libros y sus cedés, y se ha quedado inerte en el tránsito febril de la biblioteca a la caja al mirar en sus manos la colección de las sonatas de Beethoven ejecutadas por Ashkenazi que le obsequió su único abuelo que conoció y admira, y allí pensó: dos vladimires, Kandinsky en la pared y el otro al piano. Van a estar más cómodos en el baúl de mi auto. Pobres, lo que han pasado por mi: tanto y tanto idiota que entró a verme en todos estos años y ni los registró..
Parece que ese tal Zcernek del que usted da cuenta, antes de desaparecer él para hacerlo luego muerto aguas abajo de la ciudad, se lo vio caminando y repitiendo una frase de un inglés que rezaba: Aquí en mi cercado crece un árbol que me invita a cortarlo para mi propio uso, y que debo talar pronto; díganle a mis amigos, díganle a Atenas, en orden jerárquico, desde el más grande al más pequeño, que quien quiera poner fin a su aflicción se afane por venir antes de que mi arbol haya sentido el hacha
¡Y que de él se cuelgue! Les ruego llevar este saludo mío. Eso es prueba suficiente, señor Odyseo, que el último corazón que tocó Padvel fue el de Timón el martes por la mañana cuando escribió su carta de renuncia en los vibrantes colores de Marc.
Le dejaré su mensaje y le prometo que, cuando el señor Timón deje de cabalgar para ordenar un poco su cabeza se comunicará nuevamente (entre nosotros, en cuanto termine de festejar esta desconocida sensación de libertad).
Un saludo cordial y respetuoso,
Flavio (mayordomo de Timón).
Es evidente. Surge con claridad del informe del PNUD: hay un triángulo característico en la región. En dos de sus vértices tiene sendas d y en el restante una p: democracia, desigualdad y pobreza.
Deberíamos precisar, no por mera indagación académica sino en la búsqueda de soluciones eficientes, si desigualdad y pobreza son los extremos de la semirrecta de base que sostiene, enaltece, a democracia en el ángulo superior o, si por el contrario, se trata de un triángulo invertido en donde la forma de gobierno soporta débilmente aquella línea de pobreza y desigualdad.
Siendo que los partidos políticos están en el nivel de la estima pública más baja, en donde sólo el 14 % de la población tiene confianza en las formaciones clásicas, nos inclinamos por la segunda alternativa que, sumada a otros guarismos producen una democracia de baja intensidad.
En efecto. Casi la mitad de la población prefiere el desarrollo económico a la democracia; y un porcentaje semejante apoyaría un gobierno autoritario si éste resolviera los problemas económicos de su país.
Ulloa se quita los anteojos, cierra la carpeta amarilla que contenía ese informe que Juan le había elaborado hacía unos instantes, y toma el teléfono para ordenarle a Toribio que tenga el auto preparado.
Mientras egresa a bordo del A8L desde la oscuridad del nivel menos uno hacia la claridad del mediodía de la calle Moreau de Justo, Ju, en un nivel superior está inmerso en la semipenumbra creada artificialmente por él en la planta más alta del dock devenido en oficina.
Está conectado al MSN por medio de la línea telefónica (nunca desde la intranet, bien lo sabe) y su amigo Pepe, en viaje por Europa le escribe: me voy a la piscina a ver húngaras en tetas. Mientras sonríe, abre una ventana de conversación con suspicaz2003 le escribe salió para allá y le agrega al lado un punto y coma con un paréntesis.
Amelia sabe que ese viaje de su marido a una hora no habitual a su casa del barrio cerrado en las afueras de Buenos Aires, trae consigo el signo de la desconfianza. Para mantenerlo atado en su justa medida al sentimiento de duda permanente, ella cuenta con el inestimable apoyo logístico de Juan quien puntualmente se lo cobra a través de información y otros menesteres menores (para él).
Ellos se conocieron por cuenta y riesgo del él, a quien su vida parece importarle lo que un mal trato con la mafia rusa. Usted nunca debe dar un paso sin no hay piso, le enseña Ulloa; pero, en la misma forma en que se asiste a clase para alumnos sordos, Juan presencia (¿ausencia?) esa pesada letanía poniendo cara de atención, asintiendo de vez en cuando y hasta bajando a veces la vista al mejor estilo de cortesano arrepentido. Ésa, parece ser la clave para mantenerse: hablar lo necesario y en la forma en que su interlocutor se responda él mismo (ha aprendido que nunca debe ser mensajero de malas noticias).
Ahora retoca el discurso que le ha preparado a Ulloa para el seminario de Bogotá que realizará en la semana siguiente, aunque sabe que el asno (como le llama en secreto Amelia) le agregará su impronta técnica: Amigos de la Región por Señoras y señores y alguna coma y alguna broma de esas que nunca deben incluirse en las disertaciones (no hay peor cosa que trabajar para un boludo, piensa. Pero aún de eso puede sacarse tajada, concluye).
Túruru. suspicaz2003 dice: Oye guapo, sigues allí?.
Gianni Nero dice: Sí.
Túruru. suspicaz2003 dice: y qué te parece si mañana almorzamos.
Gianni Nero dice: Después vemos.
Juan enciende un parissiennes fuerte y coloca el teclado sobre sus piernas mientras Cincotti dice desde el compacto que cambió las reglas. Sube los pies al escritorio y el color de sus Navarro abotinados de horma italiana hace juego con el nick de su cuenta. A pesar de importarle bastante poco ella, comienzan a palpitarle las ingles. No es poca cosa vengarte del asno en la cara de su esposa. Es justicia humana. Y al alcance de la boca.
-Usted se enoja, y comete un error. Algún día me agradecerá el consejo (como-le-decía-San-Martín-a-su-hija-Merceditas-esfuérzate-por-morigerar-las-aristas-del-carácter, y yo me cago en ti y en toda tu familia): tal como le escribió el General San Martín a su hija Merceditas esfuérzate por morigerar las aristas del carácter; esa es la clave, Salcedo. Esa es la clave..
Juan siempre se adelanta mentalmente al monólogo y está sentado a lado de Salcedo aunque medio metro detrás de él. Sólo llega a verle la nuca y parte de su perfil izquierdo. Esa posición, enfrentado al inmenso escritorio pero oculto de la mirada del visitante, es una acción convenida y premeditada que le permite no comprometerse con el convocado y mantener la atención en los gestos y palabras que emite su jefe, el Director de la Agencia, desde el otro lado del escritorio para consentir o sancionar según la ocasión, pero siempre por medio de una expresión imperceptible ajena a quienes no comparten el código.
Salcedo, tan antiguo en ese ámbito como en las rectas costumbres que cree ostentar, ha llegado a esa instancia portando un dictamen que desaconseja hacer lugar a un recurso interpuesto por Federal Commitive & Co. para reconsiderar una millonaria penalidad impuesta por él en la instancia inferior. Ha llegado hasta allí, desoyendo las voces de sus pares que le desanimaban transitar por ese camino.
El escritorio de Ulloa flota en la inmensidad de su despacho. Las paredes forradas en boisserie le imprimen al ambiente una presencia lúgubre y formal. En el sector oeste reposa un chesterfield negro de cuatro cuerpos y dos de uno de igual diseño que forman entre todos una U alrededor de una mesa centro con tapa de vidrio a través de la cual se distingue, sobre el roble, un tapete Bijar en color terracota de repetitivo diseño herati con nudos simetricos y dobles lineas horizontales compactadas, que le elegió el pasado año su esposa Amelia en viaje a la ciudad de Kermanshah ubicada al occidente de Irán (Juan sabe que en realidad, lo compró en la Rue de Rivoli cerca de "Le Café Marly" y en la compañía clandestina de Fabien Chesnais, un antiguo compañero de estudios. Le consta con precisión, que Amelia nunca se acercó a las cavilaciones de Oriente y que en aquél viaje sólo rindió culto con fervor místico ante el sexo inflamado y entumecido de Fabien).
La foto sonriente de Ulloa en compañía del Presidente, cuelga en ese lugar alejado del escritorio y está iluminada por una araña de bronce macizo de ocho luces y cuantiosos caireles de cristal de roca que tiende con pesadez de una nervuda cadena que inicia el recorrido desde el rosetón dorado adherido en lo alto del techo.
Una pintura de Iturria, producto de algún presente olvidado, pende de una de las paredes, cuyo despojado Cadaqués de botes y costas pastel, desentona entre tanta urbanidad dieciochista.
Quédese tranquilo doctor, estamos con usted, y lo dice mientras se levanta de su oscuro sillón basculante y recorre despaciosamente el perímetro del escritorio hasta llegar a Salcedo, quien ya se encuentra de pie y está recogiendo torpe y rápido la documentación que trajo, al par de advertir que con sus manos ha dejado empañada la vitrea. ¿Le dejo la carpeta?. No, no hace falta, dice Ulloa mientras le palmea el hombro: El Dr. Juan Uriburu se encargará de ello.
Juan se levanta y lo acompaña hasta la puerta. Lo despide, gira sobre si y ve que Ulloa está a punto de hablar por teléfono. Mientras marca el número, sin levantar la vista dice: Pobre Salcedo, un cagón idealista.
Juan guarda su Meisterstück en el bolsillo interno izquierdo de su traje oscuro a rayas, y en la acción deja ver unos Bulgari de centro de ónix negro que asoman de la abotonadura de su inmaculada camisa blanca de doble puño y cuello italiano que enmarca una sobria corbata de rayitas grises y negras.
Suena su celular y mirá el número: Privado. Y lo atiende a pesar de que nunca lo hace cuando no hay identificación precisa. ¿Hola Ju, te acuerdas de mi? Soy Eva. Hoy por la mañana desperté en tu casa.
El mar. Púrpura. Amarillo. El sonido de un oboe. Un cielo verde. Una casa en la playa. Blanco y negro. Tin-tin-tin. El oboe. Un anciano mudo que grita. Un ardor en algún sitio. Abajo. Dormido. ¿Dormido o despierto? Control, control. El brazo no responde, las piernas tiesas. ¿Están las piernas? Mover los dedos de los pies (no se mueven). La espalda tensionada. El oboe. Una cara. La ventana: el abismo cercano. Solo abrirla y caer. La náusea. El oboe. El rojo. Todo gris. El ardor. Más ardor. Unas voces: ...garantizar la estabilidad de las constantes vitales....
Correr (ingrávido, suave. En el aire. Cayendo, posando, empujando. Al aire otra vez. Manteniendo el equilibrio. Impactando con el talón. El labio que rebota y la mano derecha ovilla una llegada que nunca llega).
El río. La piedra roja. Las nubes verdes pasan rápido. Las voces lejanas: ...el coma (las nubes pasan rápido) es un estado en el que no se emiten palabras, no se obedecen órdenes, no se fija la mirada y no se defiende uno del dolor". No hay ruido. Ya nadie habla alrededor.
La fricción. Las uñas rascando la pared. La nuca quiere desprenderse del apoyo. La fuerza inútil. La congoja. Dormido, despierto. Abrir los ojos, abrir los ojos. Los párpados pegados. Están pegados, tirar fuerte.
Ojos abiertos. La luz del techo. Bip-bip-bip. El ahogo. Alguien entra apresurada y lo mira. Se acerca hacia él hasta descargarle el escote sobre la cara. Él, llega a verle un bordado que tiene en el bolsillo izquierdo de su camisa de manga corta que desaparece cuando ella baja hasta apoyar el pecho contra el suyo (ambos perciben el calor). Tiene su cara muy cerca y siente que le estira los ojos hacia abajo.
EUI, ha leído (dónde-mierda-estoy piensa, y entonces deja que se le arrellane el alma: expuesta y vulnerable como su cuerpo desnudo).
Se conocieron en la Conferencia de Bandung.
Ya finalizaba la estación de las lluvias en la que las tormentas y la brisa proveniente del mar, que rodea la estrecha Isla de Java, refrescan el entorno.
En la tarde del Nyepí, sus cuerpos contrastaron el silencio de sus calles y fueron el arrebato de la última tempestad del invierno. De poco valieron las antorchas de la noche anterior para alejar los diablos de la isla.
Con la misma torpeza en que los antepasados del hombre de Pekín del Norte caminaron por aquella cadena volcánica, él había llegado allí a mediados del cincuenta para encarnar la presencia occidental en un parlamento que censuraría al colonialismo. Pobre él. Pobres ellos.
Y así, en la tarde de Bali, no obedecieron las declaraciones políticas y el rito de la noche anterior para expulsar la maldad del archipiélago: en la única habitación de la pequeña casa rodeada de magnolias, robles y castaños, el frenesí de la piel humedecida de ambos llevaba el ritmo de los latidos, y el roce enfurecido y acompasado de sus cuerpos había mutado el inicial gesto permisivo de la hermosa Kediri en una súplica encolerizada de mayores inclemencias (dengan hormat).
En ese año rebelde, había comenzado la inestable coexistencia. Sin causa aparente. Y varios meses después, cuando la mirada extraviada de Juan se abriera al mundo, sus ojos negros y achinados habrían de evocar aquel temporal de la tarde malaya.