Me
observo en el espejo buscándome en el reto de esos ojos que me miran fijamente.
Incursiono
en sus mieles traicioneras que se camuflan en ocres, sienas, verdes y hasta en
negros.
Sostengo
el grafito entre mis dedos y en el lienzo delineo mi cabeza.
Cotejo
en el espejo.
Es ovoide, creo.
Encajo
ojos, nariz, boca y orejas. Odio mis cejas, arqueada una, la otra recta.
Inquisitivamente
me miro en el espejo descubriéndome un lunar que no había visto antes y unas
arrugas (líneas de expresión) que se acentúan día a día... Le doy forma a mi
frente ancha (inteligente creo). Delineo mis mejillas y barbilla. Mi cuello no
es esbelto pero sostiene firmemente mi cabeza.
Me
retiro y veo mi boceto a la distancia.
Un
leve aire de mi se me aparece.
Un
pronunciado aire de mi, desaparece.
Retoco
ojos y boca. Enderezo la nariz y alargo mi barbilla. Y mientras mis ojos se
alternan entre el espejo y el boceto, me veo surgir en forma muy cercana a mí.
Dispongo
mis pasteles en la mesa y empiezo a darme vida con colores. Rojos, naranjas,
blancos, amarillos y violetas. Mis ojos cobran vida. La risa se insinúa en mi
boca. Mi gran nariz, recuerdo de mi padre, se planta altiva y desafiante.
Mi
cabellera alborotada es el problema.
Me
deshago de ella y decidida, la enrollo en lo alto de mi cabeza.
Un
nido se aparece como magia.
Pero
un nido sin pájaros no es nido, pienso.
Y en respuesta mis manos vuelan dibujando pájaros de mil
colores.
A mi alrededor no hay vuelos rotos, solo aleteos celebrando
vida.
NOS RETAMOS ENTONCES.
Mi
autorretrato me mira fijamente y sin entender el poderío de su mirada y el
impulso inescrutable que me guía, con trazos firmes y seguros en muy
pocos minutos, yo quedo enjaulada.
Araminta
Gálvez
septiembre 2012