Se levantó temprano.
La niebla aún se extendía sobre la ciudad.
El ruido de los coches en hilera.
Ni un solo pájaro a la vista.
El color rojo intenso de los árboles
cuando el verano indio empieza a despuntar.
No piensa en nada que merezca la pena poseer.
Sabe también que resulta ridículo
llevar una existencia a la desesperada,
que incluso comprobar que se ha llevado
una existencia a la desesperada
es ridículo, y que
usar como palabra desesperación
es de por sí ridículo.
Quien posee un por qué para vivir,
puede afrontar sin miedo cualquier cómo.
Siente que ya no hay nadie a quien odiar
y que tampoco necesita odiar.
Si algo le hirió una vez, ya lo ha olvidado.
No percibe en el cuerpo ningún dolor.
Hizo lo que debía (lo que creyó deber).
Por la ventana abierta mira el cielo.
Con la mañana que comienza
vuelve de nuevo a ser azul.