El hombrecillo verde me dice cosas...

Periodismo ciudadano

Dos periodistas observan desde varios metros de distancia, la confluencia de una céntrica avenida madrileña (cuatro o cinco carriles) con otra avenida no menos céntrica (hasta seis carriles, creo), donde varios coches de policía local, alguna ambulancia del SAMUR y un autobús han detenido el tráfico y comienza el pitorreo con el que los madrileños se toman estas cosas*.

Especulan, divagan, pero no dan siquiera un paso hacia el punto donde bien pudiera haberse salido una mísera tapa de alcantarilla como podría ser que se hubiera desatado la III Guerra Mundial al morir degollados vilmente en plena vía pública tres jefes de estado de, no sé, pongamos Corea del Norte, Estados Unidos e Irán, por ejemplo. Que, explico para saciar el afán completista de los lectores, iban de la mano, cantando "tralará larito, tralará lará" dispuestos a firmar un tratado de reparto internacional de piruletas. La cuestión es que los periodistas ni se inmutan.

Prefieren esperar hasta que ese señor mayor que venía de pasear al perro y, casualmente ha pasado por el epicentro de la noticia a comienzos de este post, llega a la altura del portero de la oficina en la que trabajan y le detalla, más o menos, cómo han colisionado tres camiones, un taxi y el autobús citado más arriba.

*Los atascos, vaya.

Extraterrestres

Hace un par de días, Rosa Montero, explicaba en El País que una estudiante de periodismo había intentado entrevistarla (no confirma si llegó a consumarse el acto) y que su primera pregunta, off the record imagino, había sido "Bueno, tú sabes que no te voy a pagar esta entrevista, ¿verdad?"

Montero es hasta amable, le echa la culpa a la televisión de que alguien -que debe andar por primero o segundo, dada su edad- que estudia Periodismo tenga la concepción de que a la gente hay que pagarles por hacerles una entrevista. Evidentemente, cierta televisión tiene bastante culpa en que se haya generado y expandido esta idea, pero también es cierto que "estas cosas no te las cuenta ningún profesor." Ni estas ni otras.

Los profesores tampoco es que tengan la obligación de contarles la verdad de la vida a sus estudiantes (sean de la carrera que sean, aunque sea Periodismo), aparte de que a los que lo intentan la mayoría les odia y les teme, o al menos les toma por chiflados. También es cierto que, algunas veces sus visiones de la vida son un poco jupiterianas (digo si tomamos las de los alumnos por marciana).

En fin, menos seres humanos normales y terráqueos, en las facultades hay de todo. Y también entre los alumnos: no sé si están peor los que acaban de entrar o los que no acabamos de salir. Cada uno a su manera, yo el primero, tiene la cabeza llena de cosas aberrantes que van desde las entrevistas pagadas a las ollas de monedas de oro al pie de los arco iris protegidas por leprechauns que cabalgan unicornios. Incluso hay gente que estudia la carrera pensando en ganarse la vida honradamente con ello.

Es decir, que ni los profesores ni los alumnos tienen interés (o quizá capacidad) en mezclarse con la realidad. Lo que se estudia en la carrera de Periodismo rara vez tiene algo que ver con ella. E involucrarse demasiado en la asunción de todas las teorías universitarias (entre las obsoletas, las imprecisas y las vacías) solo ayuda a alejarse cada vez más del mundo. Uno podría pensar que si alguien empieza a estudiar periodismo, lo hace (aparte de por cualquier tipo de desviación psicológica) por interés en conocer mejor el mundo en el que vivimos. Lamentablemente, parece que no sea así.

Inenarrable

No sé si sabéis lo que es el scam. Es un deporte de riesgo muy en boga en el África subsahariana (en el África subsahariana que tiene acceso a Internet... luego se extrañan de que les pillen). Ellos te mandan un mail con algún argumento estúpido y la aún más estúpida pretensión de estafarte. Habitualmente, es fácil pasar de ellos o, más fácil y divertido aún, vacilarles, como hace mi querida Anuka en este ejemplo.

Visto lo fácil que resulta vacilarles ad absurdum, no me resulta nada difícil creerme que alguien les hiciera hacer esto:

Desconcierto

Como un conejito blanco asmático y al borde del shock anafiláctico por las muestras gratuitas de vayaustedasaberqué que distribuyen los conductos de aire acondicionado de mi oficina, he ido corriendo a la primera revisión de exámenes desde... ¿primero? Para encontrarme, eso sí, con la misma ineluctabilidad. El desaliento provocado por esta carrera era tan imperante que ni siquiera me he parado a pensar si esta carrera me provocaba algún tipo de desaliento (imagino que no, he vuelto a respirar y sigo empecinado en seguir adelante con las mismas pocas ganas.)

Desde que la semana pasada pasara cuatro diítas en reclusión sanitaria antigripal me viene pasando una cosa rara: aparte de que veo el cielo siempre gris (señal inequívoca de que aún distingo los colores), me resulta extraño ver a gente por la calle. No es nada misantrópico, ni antropofóbico ni, probablemente, nada polisilábico o calificable como desorden mental. Es simplemente que siento como si la virtualidad de determinados entretenimientos a los que sacrifico horas y horas últimamente hubiese excedido los límites del monitor del ordenador y ahora esperase encontrar a la gente enmarcada en naranja y con su nombre en colores (graduados según lo difícil o fácil que me resultaría salir de rositas tras una violenta batalla con ellos.)

Me había deshabituado a los tiempos muertos. Ese pasado pluscuamperfecto es engañoso, porque sigo, este post es una muestra de ello, sin hábitos para hacer fructificar todos esos minutos. Quizá vuelva a frecuentar el metro. Hoy cuando he retomado el contacto con él, he topado con una adaptación al jazz balcánico del Porompompero. Así que yo también puedo ir a tocar lo que sea y, al menos, ese tiempo mío fructificaría. No sé si en dinero o en infamia. Pero en algo.

Tras el corazón verde

Ana me hizo este delicioso regalo
cuyo final mejor no desvelaré
para no matar la magia del momento

Words

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Organización y gestión del Gabinete de Comunicación

Quise decirte, periodista mío,
lo que por estamos organizando
pero no pude, pero no pude porque estabas
comunicando, comunicando, comunicando.

Quise decirte que me muero
que por el agua estoy penando
pero no pude, pero no pude porque estabas
comunicando, comunicando, comunicando.

Comunicando, comunicando
con quién podrías tú estar hablando
tú indiferente y yo esperando
que no estés al llamarte
comunicando, comunicando.

He de decirte tantas cosas
pero, periodista mío, ¡cómo y cuándo!
si cuando llamo, si cuando llamo
tú estás siempre
comunicando, comunicando, comunicando,
comunicando, comunicando.

Á

Acabo de escribirlo en varias palabras seguidas y de pronto me ha invadido la extraña sensación de que este juego de caracteres (la a mayúscula acentuada, o Á), se parecía demasiado a una cadena de torres vigía alertando al lector o al escritor, de un peligro inminente como podría ser, en su contexto, el punto final.

Como en la tele

Yo pensaba que cuando a uno le nombran caballero de su graciosa majestad le proporcionaban, cuanto menos, un Mayordomo Estirado^TM. Pero se ve que la última promoción de la Escuela Superior de Mayordomos Estirados no les quedaron del todo cuajados y ya no son ellos quienes cogen el teléfono. Y así los pobres sires tienen que rebajarse a coger ellos mismos el teléfono.

Por favor, que vuelva esa bonita tradición de tener Mayordomo Estirado^TM o, al menos, secretario. Así los jóvenes periodistas impresionables nos ahorraríamos algunos momentos embarazosos...

-I'd like to talk to Sir D**** A***********
-I'm talking...
-...blu..budd...bulblub...
-You should better send me a fax...