Por una vez, el viaje ha sido normal, casi cómodo. Incluso dormí un poco. Luego tuve que dormir un poco más al llegar a casa, claro, porque nunca es suficiente. De madrugada, cuando he bajado del bus, me he aparecido a Nereo, que esperaba ver por allí a cualquiera menos a mí. Él también va a estar liado estos días (es lo que tenemos los hijos de las floristas) así que en realidad mucho no nos vamos a ver. Da igual, nos ha dado tiempo a mofarnos del televisivo Adrián y, de todas formas, la semana que viene viene al SIMO. Yo me he quedado pensando que es curioso como el muy perraco madruga para coger el bus e ir a clase por tal de no quedarse a trabajar. Es peor que yo...
Como decía he llegado demasiado temprano, así que he recuperado unas poquitas horas de sueño. No muchas, porque mi madre me ha llamado pronto: me necesitaban en la floristería. Realmente en estos días ni te enteras. Solo paras cuando oyes a alguien suplicar un descanso para comer, o algo por el estilo. Básicamente eso es lo que he hecho en todo el día: trabajar (eh, toda una novedad para mí)...
En la hora (literal) de la comida, he tenido que ir además al cementerio. Con la mente en off, casi obligándome. Es cierto que ya había estado pensando en haber pasado por allí a dejar algo, no sé, un lápiz. Aviso: no soy un rácano, era algo más sentido. Pero mi madre se me ha vuelto a adelantar y no solo me había tomado nota de un pedido que no formulé, sino que además me (le) había preparado ya una jardinera de rosas amarillas. Me ha recordado (¡Viva la semiótica!) que, en flores, el amarillo es el color de la amistad. Lo he dejado con agua, que da lo mismo, se secarán igual...
En un par de horas me encontraré a bordo de uno de esos horrípidos autobuses de nuevo. Vuelvo a volver a casa, esta vez con una buena razón. Al menos desde un punto de vista judeocristianoprotestante. Es 1 de Noviembre, el día de Difuntos y, como quiera que sea que la globalización se acuerda en estas fechas tan señaladas de las floristerías, la de mi madre va a estar saturadísima de trabajo así que me siento moralmente impelido a echarle una mano. Más que nada porque de ahí también me mantengo yo.
No os podéis imaginar el auténtico caos que supone este día en un establecimiento de dimensiones medianamente normales. Hay más días "señalados": 14 de Febrero, Día de la Madre, etc... pero os aseguro que ninguno es tan agobiante como este. Para empezar, el sesgo de la clientela. Haceos una idea de qué tipo de gente viene a comprar flores un día de los enamorados y quiénes un día de (como me gusta llamarlo a mí) todos sus muertos. Sí, son ellas. Las maleducadas, gritonas, enervantes -y absolutamente prescindibles para el buen desarrollo de nuestra sociedad- ancianas atacan de nuevo. Las buenas se abstienen, por eso lo son, de dar por culo. Las recordaréis de grandes éxitos como "Tu madre sabe lo que me llevo yo" (sí, señora, de un año para otro que viene usted a comprar flores...sin contar con que mi madre está ahora mismo en la cama enchufada a un pulmón artificial después de tres noches de trabajar a destajo...). ¿Adivináis quién es lo suficientemente inhábil para el arte floral como para tener que encargarse del trato con el público? Sacto: menda. Pero este año no podrán conmigo. He afilado mi pasotismo, me he dejado perilla para imponerme, he aprendido nuevos mantras de relajación transcendental ("Soy un junco hueco" triunfa) y, como suele recomendar Álex, estoy llevando a cabo las gestiones pertinentes para hacerme con una porra eléctrica. Sólo para casos extremos. Noli me tangere!
Supongo que os haréis cargo: ni fiestas ni hostias. No es que me atraigan demasiado, pero es que este año había pensado un disfraz cojonudísimo para Halloween: Vicedecana de Alumnos. Tenía preparados ese y otro que era un cruce entre Manny Calavera y Esperanza Aguirre, andaba ahí ahí. Los ratos de relajo nos los tendremos que apañar en plan casero, como todos los años. De hecho, espero que mi madre no haya vendido aún ese enorme cilindro de cristal (20 cms de diámetro por 50 de altura), un sospechado jarrón que, en ocasiones previas similares, y en yunta con una botella de Cutty Sark, un par de ellas de Coca Cola y una bolsa de cubitos, daba bastante bien el pego como cubata de 5 litros. Yo nunca he bebido, pero como también tengo genes de camarero me lo paso pipa preparándolo. Sin duda estaba bueno. A todo esto, no os alarméis: seguro que en vuestra floristería son gente decente y no se alcoholizan para soportar el esfuerzo de preparar todos los encargos con los que, tenía que ser precisamente este día, os da por agasajar a vuestros ancestros. Que digo yo que sería más bonito acordarse íntimamente de sus cosas buenas cada día, pero oigan, lo de la extraña filosofía de la vida que se te queda después de la floristería no tocaba hoy.
Dudo mucho que pueda postear nada en estos días, aunque nunca se sabe. Pero tranquilidad, que vuelvo enseguidita, como dijo aquél, sólo bajo a por tabaco. Antes de irme voy a descuartizar un par de grajos, a ver qué me va a deparar esta vez la benemérita Almeraya, al menos no quisiera hoy que haya más viajeras vuduístas de esas... Para el viaje, hasta que me duerma, me llevo un par de libros y algunos tebeos. Y, sin que sirva de precedente, como sé que a algunos de vosotros os suele gustar Sam Kieth, os recomiendo el Lobezno / Hulk que acaba de publicar Planeta DeAgostini. Es muy divertido. Por supuesto, claro está, la autoría del texto de relleno que trae el tomito no tiene absolutamente nada que ver con que yo lo recomiende (jojojo). A pasarlo bien. Vosotros, que podéis.
En Madrid, adormecido en un recodo del parque del Retiro, desde 1874 existe la que -dicen- es la única estatua en el mundo erigida en honor de Lucifer. Bellver, su autor, esculpió a un jóven alado que caía con sus piernas enredadas por una serpiente, a mí, personalmente, me recuerda mucho (salvando las distancias) al Laoconte. Es grata de ver, sin duda, aunque normalmente la admiremos desde abajo, aún más abajo de dónde quiera que cayese aquél ángel. Pero lo que realmente me atrae de ella (¡Viva la semiótica!) es lo que significa.
Sin confusiones: no me he hecho satanista, así de golpe. Que sé que se da -vaya usted a saber por qué- entre mucha gente, que de otro modo parecería plenamente lúcida y cuerda, el ponerse a adorar a Satanás, al mal y al heavy metal sólo para renegar de toda la escoria católica que mamamos diariamente. Es absurdo, basta con renegar. Y como, de todas formas, vamos a tener que quedarnos con el acervo que nos han dado, pues será mejor que al menos no lo desvirtuémos y sepamos usarlo con una reflexividad más profunda en beneficio de nuestros fines (morales, naturalmente).
Algo que podemos disfrutar de este icono, por ejemplo, es que en este país nuestro (a quienes la Historia nos debe casi tantos imbéciles como genios), y en pleno siglo XIX, hubiera un conde dispuesto a gastarse los 11.000 duros que costó la estatua en gastar aquella broma, que debió escandalizar lo suyo. Aunque a mí me de corte, en muchas ocasiones se me notará: soy un gran admirador del escándalo (por ejemplo, el que escupe ese Lucifer); de la rebelión (y la suya es mítica); de la educación (esto merece una explicación aparte) y, vaaaale, es cierto, de las personas con alas.
La educación, en esa mitología que decía lleva milenios nutriéndonos, aparece muchas veces de forma explícita pero otras, y aquí es donde me interesa, implícita. Prometeo, por ejemplo, robó a los dioses olímpicos el fuego. El fuego calienta, da vida, y es, claro, una tecnología que sin duda apreciarían muchísimo los cohetaneos de su inventor. Ya sabemos como es el hombre, incluso los que tuviesen la inteligencia suficiente como para entender el fuego serían lo bastante imbéciles como para no querer compartirlo gratis con sus congéneres. Residuos animales, supongo. Alguien consiguió el código fuente del fuego (Prometeo) y lo colgó en una web para que cualquier Sapiens Sapiens accediese a él sin tener que pagar los derechos de autor a alguien que, por otra parte, sólo había sido afortunado al chocar dos piedras. Unos cuantos Sapiens Sapiens volvieron a registrar el código y ahora poseen Enron. Luego llegó un literato avispado, cambió cuatro cosas, quitó de enmedio los cuervos y las cadenas y Prometeo fue actualizado. Una versión más moderna, en plan novela gótica, incluyó unas consecuencias quizá peores para el pecador Lucifer (su rebelión tuvo lugar cuando ya existían mayores tecnologías que el mísero fuego, había ideas incluso, así que me quedo a gusto con su nombre de portador de luces). Estas consecuencias incluían poder magnífico, el gobierno de un vasto territorio del imaginario, el que de verdad controla a los hombres: el infierno del conocimiento. En otras especies animales, los instintos son la guía de toda vida. Para el hombre es imprescindible, sin embargo, que se le enseñen cosas. Sobre todo: que se le enseñe a aprender. Eso, en nuestra base cultural tiene un nombre "el mal".
Y a mí, pues, me gusta ser malo.
Me encanta mi trabajo. Aunque al final me haya quedado con las ganas de entrevistar a Espe (¿Hubiera molao, qué no?) hoy he tenido la oportunidad de colaborar en un pequeño paso para el periodismo, pero un gran paso para el humorismo mundial: Eduardo Tamayo ha concedido una "entrevista" a los informativos de Radio Complutense -o, lo que es lo mismo, que hay que ver cuán necesitados de propaganda andan algunos-. Lo bueno que tiene esto de la democracia es que todos tienen el derecho a decir lo que quieran, para que los demás dispongamos, al tiempo, de nuestro derecho a reirnos de las barbaridades hipócritas y falaces que estos suelten. Ojo, no quiero decir que considere (JO JO JO) que todo lo que ha dicho el señor Tamayo en antena sea digno de mofa y befa. Creo recordar que postulaba una Ley de cumplimiento de promesas electorales que sería, de aprobarse, la repanocha.
Con encanto y educación, Paco, le ha dejado explayarse sobre sus propuestas y sobre sus ideas (?). La verdad es que le ha dado poquita caña, una lástima. Ha conseguido, eso es cierto, una primicia impactante: Nuevo Socialismo pretende presentarse en las elecciones generales (¡Toma ya Tamayo!). Y, en algún corte malintencionadamente descontextualizado, podemos encontrar joyitas como que "esto es el problema de que manden muchos, si mandara uno solo...", lo que viene a ser, en quince palabras "¿Quién quiere recordar a Rousseau o Montesquieu, gabachos de mielda, si pudimos aprender de Franco?". Había también una insulsa perorata sobre lo que había que hacer con los jóvenes y la educación (alguien se olvidó de mencionarle que estos temas también te los tocan en campaña), improvisada, claro está. Ha propuesto una policía autonómica madrileña (y le ha faltado decir que los funcionarios de la comunidad serían obligados a hablar madrileño batua, esto es básicamente, decir ejque y quiojco por "es que" y kiosko, respectivamente). Paco (sigh) no ha querido ser descortés, como insistentemente se le pedía desde la cabina de control por una multitud enfervorecida. Ni le ha preguntado por los cocodrilos de Valmayor (como muy acertadamente sugería y hubiese hecho él mismo de haber podido, sin duda, el bueno de Jaime); ni por su relación con la señorita Sáez -quién, por cierto, no es segunda de la lista, sino tercera: ahora otro hombre se ha interpuesto entre ellos-. Sí ha mencionado algo, pero así de pasada, sobre su agria polémica con el señor Simancas. De hecho ha manifestado su negativa a negociar NADA con el PSOE si estos no excluyen a Simancas de las listas. Cuando le hemos preguntado que, entonces, qué condiciones pediría al PP ha contestado, literalmente: "Las mismas".
Hombre, hasta la corta de la Espe se habría dado cuenta de que excluir a Simancas de las listas del PSOE probablemente hubiese beneficiado aún más al PP. Y yo creo que si estuviese en su mano ya lo hubiese hecho, pues no es nadie ésta driblando a los ilustrados... Cubierto de gloria, aunque por suerte para él en una emisora menos oída incluso que Radio María en Jaifa, el señor Tamayo ha tenido, como todo hijo de... vecino, su oportunidad. La sana competencia exigiría haber dado otros 5 minutos a los partidarios del Voto en Blanco, al Indio, a las Viudas Alegres,... en fin, todo ese plantel de grupos y grupúsculos, marginados de la democracia, que pugnarán el domingo por ese glorioso cuarto puesto que, en definitiva, les eximiría de tener que ensuciarse las manos en esa Asamblea tan sucia, pero al tiempo les franquearía eso que en política llaman honrrilla (aunque no se por qué, si la otra no la conocen). Sin embargo, nosotros no estamos para hacer justicia ninguna, faltaría más. Y, por otra parte... a ellos seguro que SÍ les podremos ver de nuevo en unas próximas elecciones...
Ayer por la tarde estaba tan bien un momento y al siguiente, para espanto de Irenita, me tuve que morir un rato en la cama, bajo el edredón. Era el típico dolor de cabeza que solo te entra cuando alguien aparca una apisonadora sobre tu hipotálamo. Todo me daba vueltas, mis ojos querían reventar y mis encías volvían a segregar esa extraña saliva biliosa tan amarga: creo que tengo "mi" gripe. No sé como no la espero ya todos los años, si siempre es igual. Una tosecilla que, en sí, es bastante tonta y, sin embargo, al emerger hace que mi esternón y mi tráquea bailen break dance. Vamos, que me jode vivo. Tuve que convertir la habitación en una pequeña saunita y pedir asilo político a las mantas, demasiado temprano para ser verdad.
Quien haya intentado conciliar el sueño en estas condiciones sabrá que es casi imposible antes de haberse dado quinientas vueltas entre las tapijas y casi tantos golpes contra el pico de la mesita con la cabeza. Probablemente fuese en uno de estos golpes cuando por fin alcancé la inconsciencia. Y empecé a soñar. Alguien me conectó a una máquina enorme y complejísima. Hacía cálculos, en inglés y en alemán, y chirriaba. Había bujías y pistones que bombeaban fluídos extraños. El resultado con mi cabeza creo que salió negativo (se llevaba 3/4 de pi, o algo así). Justo cuando estaban terminando de explicarme los doctores cómo funcionaba, y yo empezando a entenderlo, me desperté. Eran solo las 3 de la mañana. Mi cabeza seguía intentando huir de mi cuerpo y además empezaba a encontrarme mareado. Me volví a dormir. Tuve otros sueños, aún más extraños, que por suerte no he podido recordar después de despertarme. Febril a las 7, a las 8 y a las 10, no me ha quedado más remedio que levantarme a las 11, por el qué dirán. Irenita me ha venido a cuidar. Me ha hecho el almuerzo, me ha comprado aspirinas y además me ha hecho chantaje moral para que vaya esta tarde al médico (hay que joderse).
Por cierto, en el apartado: aparatejos y trastos de escasa utilidad real hemos de sumar una molonísima cámara digital (apta para ser usada como webcam) con la que hemos dado un rato la tabarra al pobre Álex (quien creo que también está en casa aquejado de las famosísimas fiebres tropicales). Llamadme enfermo. Ahora que me encontraba un poquito mejor voy y me pongo a postear, con lo que la neuralgia bastarda esa está amenazando con volver. Por favor, que alguien sacrifique un pollo negro por mí...
Llevo varios días demasiado ocupado en no hacer demasiadas cosas. Además, ayer (¡Por fin!) me dieron el ordenador nuevo, aunque no sin dificultades. El viejo está arrinconado, a la espera de una autopsia de disco duro que me permita recuperar unos cuantos archivos sin importancia ninguna, realmente. Ayer, después de instalar el Windows, los drivers y todas esas cosas, Álex me plantó un puñado de juegos en las manos. Tantos que creo que si le hiciera caso no produciría una sola endorfina de manera natural en los próximos seis meses.
Yo en realidad lo que necesito es un Office (que sí, en serio) que Irenita no debería tardar mucho en pasarme. En serio, sin mi procesador de textos no soy nada... sólo aún más perezoso, claro. Mientras espero, he estado investigando cual es la verdadera potencia de este trasto. El monitor es enorme, de hecho, creo que si me mudo a vivir dentro no tendré que volver a pagar un alquiler. Pero hasta el momento lo que más ilu me ha hecho es el programita de visionado de DVDs... ¡TIENE CAPTURA DE IMÁGEN! Sí señor, mis fondos de escritorio y mis posts insulsos a partir de ahora no tendrán ni punto de comparación (efectivamente, también he instalado ya el Photoshop).
Ahora voy a ver si consigo convencer al microprocesador de que me haga el almuerzo, os dejo mientras tanto una pequeña muestra, apta para todos los públicos y hasta recomendable en casos de hepatitis crónica:
He fallado en el primer principio de la documentación sobre rock estatal: "Probablemente se escriba con k".
Yo venga a buscar anoche y esta mañana información sobre un grupo llamado "Síncope" al que ayer por la tarde me anunciaron que iría hoy a entrevistar. Para empezar, no encontré nada. Bueno, sí, supe que eran extremeños. La opción B, la fácil, era entrevistar a Ñu (también conocidos como J. C. Molina). Pero esa se la hemos dejado a Paco que, aparte de ser el único licenciado, era el que de verdad estaba entusiasmado con la idea. Samu, Eli y yo hemos decidido plantearnos honestamente como tres protoperiodistas sin más información previa que una pequeña ficha informativa que nos acababan de facilitar en la discográfica (lo cierto es que hacía días que debería habernos llegado ese dossier de prensa con el disco). Y todo por no ocurrírsenos buscar Sínkope, con k, como mandan los cánones.
Así que allí estábamos, aún sorprendidos al encontrarnos la barra del bar en plena sexta planta, justo al salir del ascensor, que viene a ser el recibidor de la discográfica Pies, donde íbamos a llevar a cabo las entrevistas. Una gran idea, lo del bar, dudo mucho que haya algún ambiente más acogedor, ya sea para los músicos como para los periodistas. Ellos andaban por allí, tomando una cerveza, haciendo tiempo entre entrevista y entrevista, con lo que hemos conseguido relajarnos un poquito y librarnos de la angustia existencial de no saber qué hacer...
En realidad, pienso yo, lo que nosotros supiésemos de antemano o las preguntas que planteásemos (en plan "periodismo guay") habrían sido lo de menos. Hemos tenido la inmensa suerte de toparnos con unos tipos ante todo majetes que no solo entraban perfectamente al juego con nuestras preguntas "de manual" (y redundantes, además, las mías), sino que nos han dado un juego increíble a la hora de hilar temas. O casi. La verdad es que ellos solos se despachaban todo (desde luego, unos novatos no son, aunque este disco a cuya presentación acudíamos sea el primero con discográfica, ya tenían otros tres de antes).
Aún no sé a qué me sonaban, explicándome las dificultades para ensayar y elaborar una carrera en esto, ensayando cuando se puede, con quién se puede y autoproduciéndose discos y maquetas. Auténtico Rock Rústico, dicen. O quizá, sí. Son el típico grupo que hace su rock artesanal, que no esconden sus fuentes ni sus amistades -en el disco nuevo colaboran con ellos gente de Mago de Oz y de Reincidentes-. Tampoco esconden sus (pequeños) vicios: "Yo no guardo mis discos. Tenía una copia del segundo... pero la vendí para comprar costo" confesaba el cantante, preocupándose inmediatamente después de la presencia de nuestra pérfida grabadora (¡Cómo si me hiciera falta!). Todo un poeta, aunque él lo niegue, al menos en su estilo. Esto es como todo, habrá a quienes les guste más, o a quienes menos. Yo de momento, sí que me voy a permitir descubrirlos un poquito más.
Y más fácil no lo ponen: en su web ofisial (Aquí) han colgado dos de sus primeros discos para descargárlos en mp3... y el tercero se ha ofrecido a grabármelo el guitarra. No, desde luego no es que vayan por ahí de dadivosos. Símplemente son realistas y saben que, si rulan y tienen presencia, se les oirá más, se les conocerá un poquito mejor (lo cual es importante a la hora de presentarse en un directo, creo yo) y, además, a quienes les gusten de verdad no dudarán en comprarse el cd original.
¿Qué cuánto me han pagado por la publicidad? De momento nada, gracias. Tan sólo intento corresponderles con mi agradecimiento por haberme hecho un poquito más fácil mi trabajo, para una vez que lo hago medio en serio... ¡Así da gusto!
Llegaba yo a Madrid que me meaba. El atasco no solo estaba llevando a experiencias extremas a mi pobre vejiga, además me cosquilleaba con las conversaciones que, nómadas, sostenían tres ancianas de la senectud alrededor de mi asiento. Digo esto porque han cambiado de asiento cinco o seis veces durante todo el trayecto (y sí, una de esas incensarias oscilaciones ha acabado arrinconándome contra la ventanilla, atrapado por una chaqueta roja debajo de la cual se podía oir gemir a un refajo agonizante).
Estoy muy acostumbrado, aunque esto no signifique que considere que es normal, a que las conversaciones de las señoras mayores (a los señores solo les oyes cuando están zumbaos) en público rayen en lo surreal pasando por lo regresivo. Producto nacional todo, eso sí, y muy bruto. También estoy (casi) hecho a que cuando intentas mejorar el fluir del tráfico, ya sea en una acera, una escalera mecánica o un aparentemente inocuo ascensor, ellas se interpongan en tu camino (de tres en tres, que es como más molestan: saben que individualmente no nos pueden).
Obviemos las honrosas excepciones, por ejemplo mis abuelas (me pasa como a los padres de los niños adolescentes drogalistos, que no puedes controlarlos a todas horas). Ellas están casi domesticadas. Se empeñan en cebarme cual gorrino para matanza, pero van adoptando usos y costumbres civilizados. Por ejemplo, solo van a misa si es porque se ha muerto alguien. Pero eso no me asegura que cuando yo no estoy delante ellas no se dediquen a importunar a otros jóvenes pidiéndoles que les cedan el asiento en el bus (para una parada, cuando uno tiene esos ominosos juanetes se pasa la caballerosidad por el forro).
Porque si son amables y llevan buenas maneras, a mí no me importa (no será la primera ni la última vez que he ayudado a una a llevar la compra, o a buscarle la heroína a su hijo toxicómano). Pero he lidiado con tantas cafres -bien, acabo de descubrir que mi subconsciente me está alertando de la proximidad del 1 de Noviembre- en la floristería, que ya me cuido mucho. Son viciosas, van al bingo, a misa y, algunas, hasta a Lourdes con el Imserso. Se cardan los pelos, hablan bien de Esperanza Aguirre, chafardean y, alguna, hasta se caga fuera del báter en un lugar público cualquiera -por ejemplo, la floristería- en que les dejan pasar por compasión. Las generalizaciones son mentira por definición, lo sé. Seguro que todos sabríais encontrarme a alguna dulce y encantadora abuelita anarquista en vuestros árboles genealógicos.
Pero yo no hablaba de la eugenesia para todas en general, sino de esas que, taimadas y desagradables, invaden tu espacio vital cuando vas en un transporte público meándote y, encima, se atreven a expresar públicamente sus opiniones políticas (las cuales yo no me molesto en rebatir, en clara deferencia por su manifiesta incultura) justo después de argumentar que no se qué tipa de Crónicas Marcianas (una guarrilla, seguro) no debería salir en la tele por fea.
¿Por qué he de seguir yo insomne por el horror de saber que aún no exigen test psicotécnicos para ejercer el derecho al voto?
*N. del A.: Aunque no tenga ni puñetera gracia, les aseguro que es cosa de humor.
Nuestra vida se construye con palabras. Y como toda construcción, nuestra realidad está supeditada a los designios de unos sectores no tan arbitrarios como oportunistas, al orden, a los que mandan. Por supuesto, uno puede fabricarse su propia casa con paja y adobe, o si conoce las técnicas, con ladrillos y hormigón; pero incluso para eso hay que contar con las concesiones (estas sí: arbitrarias o pecuniarias) de algún estamento, con unas licencias de obras.
En el lenguaje, las licencias se las están tomando cada día millones de personas, con desprecio, devaluándolo hasta la práctica oquedad de cada término. Los conceptos se han evaporado misteriosamente, hay que reaprenders las palabras constantemente, y eso es preocupante, porque si bien las neuronas son células que mueren y no se regeneran lo que no es normal es que no se regeneren de una generación para otra. Por supuesto, esto nos deja con unas estructuras muy débiles y unos materiales que, aunque a los constructores les interesen por lo baratos (es sorprendente la forma en que el capitalismo conservadurista congenia con el "transgresor" y anárquico lenguaje sms), acabarán costándonos la vida y, más temprano, la dignidad.
Estos hacedores industriales de lenguajes, una afición que es muy criticada a los medios de comunicación de masas pese a que estos sean tan solo uno de los factores (importante, sí) en la degeneración de nuestro idioma. Hay más, desde la indolencia del hombre cotidiano hasta la mala intención con la que los especuladores de la realidad andan inflamándonos los términos.
Se oye (mucho, demasiado) hablar sobre tantas cosas cada día que, bien es cierto, se hace imposible meditar a fondo sobre lo que realmente se nos dice y lo que realmente aprendemos. Habrá quienes digan que lo importante es tener todos los días para comer, que la justicia ya la impartirá la divinidad y que, además, no íbamos a poder hacer nada. Es una opinión. Yo en absoluto la comparto, más que nada porque el verdadero problema viene, precisamente, de ese espíritu de borrego acomodaticio que tan sabiamente se ha extendido como una de las directrices fundamentales de lo que llamamos "la civilización occidental".
Por ejemplo, está demostrado empíricamente que las noticias que recibimos tienen una vida finita en nuestras memorias, y que esta es dependiente, en gran medida, de la voluntad de los emisores. No se trata, al menos esta vez, de ninguna de mis Conspiracy Theory favoritas, más bien de una lastimosa realidad: la realidad, redundémos, nos la tragamos como venga. ¿Qué significa esto? Que acabamos despellejándonos unos a otros por alguna simplona cuestión semántica mientras, siempre, se nos da por culo finamente con todas aquellas ordenaciones sistémicas que el lenguaje no capta, o sí pero las veta.
Como esas aberraciones que produce la manipulación genética: los pollos sin cabeza, los tomates sin gusanos o las personas sin cáncer; el lenguaje es manipulado, inflado y vilipendiado hasta límites insospechados tan solo para que nosotros creamos decir lo que pensamos mientras, por el contrario, estamos creyendo pensar lo que nos dicen. El efecto que se causa es el mismo que si para hacer una morterada se emplea cuatro veces mayor cantidad de arena de la necesaria para obtener un hormigón bueno o, al menos, seguro.
El reflejo de toda esta teorización masturbatoria que me estaba marcando, al alcance de todos. Podemos quedarnos con las obstrusas obviedades de lo que llamamos actualidad. Se llenan bocas y bocas de terror y terrorismo. Se olvida, curiosamente, el Terrorismo de Estado. Un crimen por el que el Tribunal Penal Internacional ha condenado tan solo a un país desde su tipificación. Quienes sospechasen que ese país no solo ha declarado su insumisión a dicho Tribunal sino que, además, va campando por ahí alardeando de panacea democrática, han acertado. Es también muy fácil acceder al razonamiento que justifica otro de los atropellos que sufren nuestros entendimientos hoy, la distinción entre terrorista o soldado. Entre ejército u organización terrorista. ¿Necesitamos un par de semióticos para que nos aclaren por qué las ideas de orden, sistemicidad y positividad que connota el primero se las ha apropiado dicho Único Estado Condenado por Terrorismo mientras que, taimadamente, deja para sus enemigos el deshonor, la negatividad y el desorden del segundo término?
No solo no los necesitamos, sino que además somos imbéciles y preferimos tragárnoslo. Porque es más sencillo así, amén del sustancioso beneficio terrenal (la especulación lingüística es demasiado abstracta para que de verdad mereciese la pena invertir esfuerzo en ella si no estuviese tan íntimamente ligada a la prosaicidad de perecederos más mundanos como, yo que sé, el crudo). Se matiza, además de esa primera categorización entre Buenos/Malos, Orden/Caos o Ejército/Terroristas (que vienen a ser soldados sin mayor sueldo que una fé, aunque sea mala), una segunda distinción para estos malvados. En este caso muy probablemente para aclarar [sic] a las conciencias civiles aún más qué aspectos culturales les diferencian de esos tipos a los que se quiere matar impunemente (¿Nadie ha visto de verdad jamás escrito el "pero solo de algunos" en pequeñito entre Derechos y Humanos?).
Dicha distinción ayuda muchísimo a la localización y gradación de la verdadera importancia del asunto. Debería crearse algún tipo de Unidad Monetaria del Terror, para así poder aclararnos qué distingue a nuestros asesinados con tiro en la nuca por parte de ETA de los soldados israelíes (hipotéticamente) muertos a pedradas por algún adolescente árabe a quien nadie le preguntará ni hará firmar si es, de verdad, uno de esos terroristas islámicos porque, a todos los efectos propagandísticos, lo será. Dicha gracia, islámico, no quiere decir más que "Cumple con tu deber y extermíname, que mi existencia supone un serio peligro para la estabilidad de Occidente". Y debe funcionar cuando por este burdo conjuro la gente ni se inmuta al saber del último prepúber tiroteado por los hombres de Sharon o Bush, dependiendo de donde se diere el caso.
Hoy voy a ser realista, consciente de que mis palabras (pedradas propinadas con una humilde onda) no derribarán ningún rascacielos Goliathoide. Tan solo elevaré una queja, en recuerdo de la memoria de aquellos que la Historia llama buenos militares y que supieron ganar a sus iguales, para que a partir de ahora, cuando maten a los próximos civiles (todos, en su definición), dejen de apodarles con ese soso "terroristas islámicos". Porque a Atila, a Arturo, al Cid o a Napoleón nunca les faltaron cantores de sus gestas. Casi convencido estoy de que aquellas no serían tales (ante la Historia) sin el trabajo de estos comunicadores. Y si hay que matar, y si hay que mentir, por lo menos hagámoslo bonito. Apuntémonos (los periodistas-bardos) a un movimiento literario retro, que epitete con más florituras y dejémos la reiteración de una propaganda oficial anquilosada. Juguemos con las palabras.
Seamos capaces de anunciar la tranquilizadora muerte de algún islamista terrorífico y habrémos dado el primer paso. Poco a poco lo lograremos y seremos capaces (la civilización del hombre blanco siempre lo es), de adaptarnos a la situación y acabar adoptando también la soltura sinvergüenza que el tono dado requiere. Sin duda, nos vamos a hinchar de medallitas el día que, sin el mayor rubor, sepamos hacer que la gente quiera que los cincuenta niños que les acabamos de decir que hemos matado por su bien, sean calificados de "Escoria Subhumana" sin mayor remordimiento para ellos, que si no se les corta la cena.
Ese día, señores, el objetivo estará cumplido. Habrán vencido las palabras y nos habrémos cargado a la única e invisible realidad.
Os juro que adoro el caos. El desorden y la confusión han formado parte de mi vida desde hace mucho tiempo. Me encanta la anarquía. Pero la profesional. Cuando los aficionados (las instituciones) intentan entrometerse en el buen hacer de los inorganizados vocacionales me fastidian mucho. Si la institución en cuestión es la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid (más concretamente un Decanato de ineptos), me fastidian muchísimo. Oyes.
Ya pudísteis leerme despotricar contra lo que sabía iba a ser el infierno de los horarios. Ni siquiera los más avezados jugadores de Tetris habrían sido capaces de encajar aquello. A pesar de todo, me puedo dar con un canto en los dientes: solo voy por la mañana y solo un día tengo tres clases a la misma hora, los otros dos días son solo dos clases las que requieren de mi ubicuidad. ¿Creíais que la cosa iba a ser tan fácil? Nah...
Están implantando un nuevo plan de estudios que lleva aprobado desde julio (¡Eh, todos leemos el BOE en la playa, ¿no?) del 2002. La cosa es que se empezó a tener noticia de ese hecho, por medio de algunos profesores recién enterados, allá por abril de 2003. E iba a ser la ostia, porque con el nuevo plan tendríamos muchas asignaturas menos, asignaturas convalidadas, nínfulas desnudas bailando por los pasillos y repartiendo aguamiel a los estudiantes fatigados... ¡De todo! Aparte de eso, la voluntariedad de la adaptación al nuevo plan no se vió en absoluto influida por el hecho de que para los alumnos que "optasen" por quedarse en el plan antiguo (que vienen a ser unos 110 de 8.000 a día de hoy) iban a cursar asignaturas sin presencia docente, al mismo precio por crédito, claro. Lo que se les ofrecía era ir a tutorías, programas que empollar y, cuando fuese posible, que asistieran a las clases de las asignaturas adaptadas que diesen los profesores que les correspondieran. ¿No os parece una opción cojonuda? Pues eso.
Así que teníamos dos opciones de matrícula: lo que os acabo de explicar (Eh, seguro que quienes no tienen clases no tienen tampoco problemas de horarios...aunque...bueno, seguro que tienen al menos tres profesores cuyas tutorías sean simultáneas) o bien, para los osados, una educación medianamente digna pero supeditada a los Horarios Rubik. Podía saberse que, ni aunque la mayor parte de un número tan alto de estudiantes habituados a las clases presenciales no hubiese optado por seguir disfrutando de este raro privilegio (¿caro?), iban a suponer un problema para distribuirse en clases que según la ley no habrían de superar las 125 personas por aula. Y menos si las aulas, como las nuestras, disponen de ventanas que NO se pueden abrir.
Lo razonable, decíamos esta mañana 202 alumnos (!!!) y un profesor agobiados y perplejos, hubiera sido que ya que los de 3º tenemos que cursar asignaturas de 1º y 2º (y los de segundo también tienen las de 1º) hubiesen dispuesto unos grupos especialmente configurados (y con horarios razonables) para satisfacer nuestras necesidades (creo recordar que los que pagan aquí seguimos siendo nosotros...). "Pero -decía ese mismo profesor- yo ya he perdido la esperanza de ver nada razonable en esta facultad". Lo que hicieron fue habilitar un grupo más. Normalmente hay 6 grupos de primero, este año 7... ¿No son estupendos?. Sabemos que el año pasado habría aproximadamente unos 700 alumnos de 2º y otros tantos de 1º Esto, por si lo lee alguien del decanato significa: 1.400 personas que este año tendrían que cursar dos asignaturas del nuevo 1º junto a los 700 nuevos. Con lo malo que soy yo en Matemáticas y, a pesar de ello, me doy cuenta de que habilitar 875 plazas no es lo más apropiado para aceptar la matriculación de 2.100 alumnos.
Ahora empiezan a darse cuenta de que quizá esto es un problema. Quieren desdoblar grupos ahora ¿Por qué coño le pagan a estos tipos? Y no, no creáis que ese desdoble supone ocupar unas aulas que, ya que del nuevo 3º solo cursamos 2 asignaturas y además a los alumnos de 4º y 5º les han trasladado a un nuevo pabellón anexo, están vacías. Ni tampoco que han pensado contratar en nuevos profesores (aquí añadiría unas risas enlatadas... ¿pero pa qué?) o, al menos, que contarán con todos esos profesores que no van a dar clase (porque imparten asignaturas del nuevo 2º o del nuevo 3º que nadie tiene que cursar aún hasta dentro de un año o dos; o porque imparten asignaturas optativas en las que, gracias a otra de las coñitas del nuevo plan que es contarte como créditos de optativa todo aquello que no sea adaptable así como las de libre configuración, impidiéndote coger ni una asignatura optativa más en el resto de la carrera). No pueden, porque un profesor no puede ponerse así como así a dar una asignatura en la que no es especialista. A muy malas puede preparársela, claro. Pero ¿cómo? si aunque el cambio de plan llevase un año aprobado nadie les había dicho nada a ellos tampoco hasta tres meses antes del nuevo curso (este que "empezaba" ayer). Por cierto, en plenos exámenes.
Hoy (día 9) no hay clases. El cartel decía, literalmente: "Con motivo de la celebración de la apertura del curso, la Facultad permanecerá cerrada". Clarificador cuanto menos. Hoy lo que hacen es dar una charla de bienvenida (como si no hubieran tenido ya un recibimiento cálido los pobres incautos) a los nuevos alumnos. O casi mejor: lo intentarán. Porque hay gente muy tonta. Pero ni al más tonto de los tontos que yo conozco se le ocurriría cabrear a posta a 8.000 personas (bueno, o a más, pero la Moncloa está demasiado bien vigilada). Así que esas 8.000 personas disgustadas deberíamos estar en la puerta del Salón de Actos. Esperando a que los (i)rresponsables den la cara. Para hacerles llegar noticias de nuestro descontento (por si acaso no se han enterado), para proponerles una solución razonada (como alternativa a la suya, que parece resultado de haber mandado la palabra HAZMEUNHORARIO al 7769) o bien para lincharlos, embrearlos y tirarlos al pilón. Pero todos en fila india, y por riguroso orden de llegada. Renegaremos del anarquismo tumultuoso por una vez, aunque sea solo por ver si aprenden la lección.
Ella era una chica muy parada. Yo, un lanzado. Además, acaba de pasar una racha cuesta abajo y me costaba refrenarme. Desde el primer momento en que me vió (demasiado tarde, diría ella después) su respiración se entrecortó, sus nervios la hacían agitarse de forma compulsiva y, a ratos, hasta le daba por llorar. Sé que fui un poco brusco, que hay formas mejores de presentarse (aunque, por cierto, ella ni siquiera sabe mi nombre), que una cosa es entrar en su vida impetuosamente y otra muy distinta hacerlo, literalmente, estampando mi morro contra el suyo. La culpa fue suya, que lo asomó así al aire, indecisa, como si esperase premonitoriamente que yo iba a pasar por allí y lo cazaría.
Así, de forma enérgica, sin tiempo para pensar en nada más, mi delantera penetró en la suya. Como un bruto le rompí alguna membrana demasiado íntima y, epatado, observé como sus fluidos chorreaban empapándolo todo, calientes, impregnando todo el ambiente de su aroma y haciéndonos correr el riesgo de arder hasta las ascuas. Solo después de eso le miré a la cara (por eso lo de que fuimos demasiado impetuosos). Ella, tan parada, empezaba a berrear. Hacía gestos de dolor y desesperación. Yo, que sería incapaz de dañar a una mosca, no sabía qué hacer.
Un par de décimas de segundo después de que todo terminara, volví a respirar. Comprendí que el mundo seguía funcionando a su ritmo y que, sí, ella seguía llorando, apartada a un lado y seguramente helándose de frío. Sus padres, casi tan horrorizados como ella del impetuoso acto, intentaban sosegarla. El mío y Tania, tan solo se habían puesto nerviosos. Cuatro inmigrantes rumanos que pasaban por allí me confirmaban que había sido ella la causante de todo (aunque está feo hacer leña del árbol caído, bastante tiene la pobre con sus nervios, que dice que en la vida jamás lo volverá a hacer).
Por suerte, no ha habido daños mayores. En estos tiempos que corren todos somos precavidos y llevamos un buen seguro. Además, una pareja de hombrecillos verdes me ha corroborado mi apreciación de que yo había hecho todo lo posible para luchar contra las fuerzas de lo físico, aunque finalmente estas hubieran vencido. Tampoco sé si es habitual que después de todo hayamos salido cada uno por nuestro lado, ella camino del hospital (para tranquilizarse) y yo, como he podido, de vuelta a Madrid.
A lo mejor se le ha olvidado por un despiste. Ella es muy despistada, yo lo sé bien... ¡Que se ha comido un STOP como una catedral, la condená! Y ha venido a hacerlo en mitad de la A-308, justo cuando pasaba yo por allí (sin rencóres, hija, ha sido la primera vez para ambos).
Imaginad el caos que se provocaría si algún alcóholico analfabeto y soberbio del sur profundo estadounidense que padeciese una deficiencia mental de grado tal que le impidiese llevar a cabo tareas tan aparentemente simplonas como masticar una galleta sin atragantarse, se atragantase y desmayase sobre un botóncito de color rojo que estuviese señalado como "Push here to start apocalypse". Ahora deshacéos de esos terríficos ensoñamientos, tan solo era un ejercicio creativo que se me suscitó anoche mientras leía Estúpidos Hombres Blancos, tan estupendo como demagógico (pero ¿quién ha dicho que la demagogia sea mala? En este caso es tan solo señal de preocupación por el estado de una sociedad). Michael Moore es un hombre a quien se admirar cuanto le considero un tipo inteligente que sabe señalar los errores ajenos pero siempre declara primero los propios, lo cual le honra. Bowling for Columbine me entusiasmó y la verdad es que este libro no me ha defraudado en absoluto: sabía lo que esperar de él. [Aquí quisiera insertar un muy especial agradecimiento a Miguel Ángel, el propietario del libro que tuvo a bien sacar su faringitis a pasear un rato para poder prestármelo para el viaje]. Moore tiene una línea muy clara: "Aquí huele a muerto y hemos sido todos a una", así que no es difícil encontrarse en su libro con confesiones de defectos que harían a cualquier otro tipo alguien deleznable.
Lo divertido es que mientras me bebía del libro, bamboleándome febrilmente gracias a la obsequiosa pericia del conductor bakala que estaba a cargo del bus entre Madrid y Guarromán, capítulos sobre la segregación racial en EEUU, no podía sino sentirme culpable por tener la luz encendida y por poder con ello interferir en el apacible sueño del matrimonio de negros que traía sentados detrás. Eso hasta que, en un momento dado, ella (la negra) pasó su mano al asiento delantero (el mío) y me pegó un tironcito en la cabellera. No me volví, iracundo, por un pelo (jajaja, si es que soy de un ingenioso...) sino muy muy extrañado.
No es normal que los compañeros de viaje, ni siquiera a tan altas horas de la madrugada, sean tan expeditivos para quedarse con un recuerdo de tí (además, a Adri le intentaron quitar la cartera para recordarle mejor, lo mío era solo un mechón de pelo). Me giré y ambos (bueno, en realidad todo el paisanaje menos el conductor y yo) estaban dormidos. Ella tenía el pellizco de mis pelos en sus manos y mascullaba un inquietante soniquete en alguna lengua oscura (festival del humor, oigan) que sería incapaz de reproducir aquí. Inquietante porque no pude dejar de pensar que ella era una sacerdotisa vudú sonámbula que, esperaba al menos que sin querer, me estaba echando un maleficio, una demonión posesíaca o alguna cochinadita de esas.
Me tranquilicé un poco cuando creí desencriptar sus palabras en un afable "Culunguele". Sé que no me puedo fiar mucho de mi oido, que estoy bastante teniente, pero a mí me dió la impresión de que la sacerdotisa vudú sonámbula me había estado tomado el pelo (¡¡¡HILARANTE!!!), al menos en lo de sonámbula. He pasado todo el día esperando dar síntomas de estar aquejado por alguna ominosa enfermedad de origen paranormal. Bueno, podría sospechar de haber sido transformado en el Gran Zombi Blanco, porque es el estado en que se ha encontrado mi cuerpo durante la jornada, pero algo me dice que más bien se debe a que entre el mosqueo y lo interesante del libro no pegué ni ojo anoche y ya perdí el ritmo (para recuperar uno normal, espero).
Mi madre ha aprovechado que he llegado temprano y que no he querido acostarme un rato para mandarme a abrir la floristería (me veía absolutamente incapaz de conciliar el sueño sabiendo que en algún punto de la geografía almeriense una chillona mujer de color vestida con ropas de colores chillones estaba degollando un pollo negro a bocados mientras pensaba en mí). Ha sido una mañana tranquila. La clienta pesada del día le ha tocado a mi madre. Una pejigueras en toda regla. Con deciros que conforme salía por la puerta alguien ha pensado en voz alta y perfectamente audible por todo el personal de la tienda: "¿Dónde estaría esta el año de la gripe?.... Con la de gente buena que se murió...". Alegrándonos la carcajada ya para todo el día.
Es que el cinismo en Floristería Cattleya está a flor de piel (¿pensábais que no haría más juegos de palabras idiotas?). Imaginaos... manda mi madre, que es como yo pero con mala leche. Y con ella trabaja mi tía, que es como ella pero en ladina. Y Fede, que es como todos, pero en basto. Si, es un sitio donde el viejo "El cliente no solo no tiene la razón sino que probablemente está pidiendo algo ridículo" sigue vigente. Y cuanto más se acerca el 1 de Noviembre (no os perdáis mi post del 3 de Noviembre, seguro que si sobrevivo tengo cienes de anécdotas hilarantes sobre malos tratos psicológicos a clientas impertinentes. El calentamiento lo hemos empezado hoy con una que ha rehusado la oferta de Fede para tomar nota de su pedido (¡ES SU TRABAJO!) cuando no estaba mi madre en la tienda arguyendo que "La señora -ni siquiera sabía el nombre de mi madre- ya sabe como yo lo quiero". No, señora. Mi madre tiene miles de clientas y no puede recordar si a usted, que viene dos veces al año, le gustan los claveles blancos o los nardos tiesos. El caso es que se ha llevado un "Bueno, no dudo que poder señalar lo que quiere con el dedito es bastante útil si se ve incapaz de expresar en español cómo es la jardinera (algo bastante estandarizado) que tiene, si es que la tiene, en mente" honorífico. Cada vez que paso un rato en el mostrador recuerdo por qué compadezco tanto a mi madre y sus equilibrios para conservar la estabilidad mental. Son odiosas, y me merecen en plan Manolito (el de Mafalda) el 90% de las veces. En realidad, los mejores clientes son los hombres. Cuando un hombre es cliente en una floristería suele serlo con el convencimiento de que él no tiene ni puta idea y de que nosotros somos unos profesionales y sabremos hacerlo bien. Así da gusto.
Voy a dejar unas cuantas cosas en el tintero, como cuando mi padre ha puesto en mis manos una auténtica arma de destrucción masiva (en forma de carnet rosa con una fotografía de mi egregio rostro) o mi retorno, después de siglos, a la sauna infernal en que se convierte el local de ensayo de mis amigos en cuanto se pegan media horita destilando ruido. Mañana os contaré esto y, de propina, mi teoría sobre la estabilización de El Ejido en un punto del contínuo temporal que discurre constantemente sobre si mismo, hoy estoy demasiado cansado. Además, el Hombrecillo Verde se me ha presentado vestido de hotentote y me intenta convencer para que le siga a la calle a oscuras, dice que sabe de dónde proviene el son del Tamtam que llevamos oyendo toda la noche y que, por otra parte, me impele a quemar cosas...
Hoy voy a desmpolvar la supuesta función bitacórica del blog: hablaré sobre mi singladura en un día cualquiera, como ayer. Lo normal no es arrastrarse desde debajo del edredón para apagar el transistor que lleva susurrándote cosas desde la madrugada, ni volverte a dormir hasta que te tienes que retorcer hasta el escritorio para apagar el despertador. Tampoco es habitual estar absolutamente sopa hasta la 1, lo sé, pero hay ocasiones en que no se puede evitar. Sí, quizá debería haber titulado este post, por lo excepcional, "El día de la marmota".
Pero al abrir los ojos no he visto mi sombra, de hecho no veía nada, he vagabundeado miope por todo el piso haciendo esas cosas que hace uno al levantarse: ir al baño a rascarse el culo ante el espejo, tropezar hasta la cocina para beberse el zumo directamente del cartón, volver al baño a rascarse la cabeza, venir a la habitación a buscar las gafas, ponerselas, quitarselas de vuelta en el baño para lavarse la cara... y mucho rato después, despertar.
Con Irenita ya soportándome en casa, he seguido zascandileando sin hacer realmente nada. He bajado a comprar el pan y a suplicar por caridad al cajero automático alguna muestra de amor paterno. Ni por esas, de mis dos progenitores ninguno se había acordado de que hoy era día 1 y, por enésima vez, he meditado seriamente en la posibilidad de ganarme la vida por mi mismo (sobre todo al ver que los artículos del mes pasado sí los tenía pagados puntualmente a primera hora, casi tan puntual como las facturas domiciliadas). Como gracias al habilísimo criterio de admisión de la Escuela Oficial de Idiomas mis tardes de este curso vuelven a estar compuestas y sin compromiso, supongo que no será tan difícil encontrar algo... digno...(¡JA!).
Después de comer, impelidos irremisiblemente a echarnos un siestorro de esos que hacen época, Ire y yo nos hemos ido a la cama. Ella me suplicaba, hacía mucho tiempo que le había prometido una extravagancia y hoy le ha parecido el día oportuno. Así que he cogido el Ulises y se lo he ido leyendo como un abuelo cuentacuentos. He parado a la tercera página, sobre todo porque sospechaba que ella se había sobado ya por el "Solemne, el rollizo Buck Mulligan avanzó...", y es que mi voz, señores, es un arrullo. La cosa es que el sutil humor de Joyce también me ha podido y no he tardado mucho más en adquirir textura de ostra.
Irenita se ha tenido que marchar demasiado temprano. Es la lluvia, hace que todo resbale demasiado temprano. Así que he intentado recuperarme de los ardores que me provocan las siestas inopinadas entregándome al trabajo. En uno de los descansos inmerecidos que me tomo, me he asomado al balcón agarrado a una taza de café. He visto a la gente correr bajo la lluvia y me he sentido imbuído de pensamientos indecorosamente bohemios. Como le he respondido a Sarita: "Me he asomado a la ventana y lo he visto todo gris" y "¿El tiempo? No, no hablaba del tiempo". Ella tenía más grises en su paleta, he tenido que reconocérselo. En estas me ha llamado Álex, solicitando un equipo para el rescate de emergencia que necesitaba su miércoles (y van...). Había quedado con Joaquín en Callao y se le ha ocurrido llamarme (como tenía que darme dinero, sabía que no me iba a negar). Él también había contactado con la grisposa Sarita, así que junto a mis tebeos le ha llevado algunos deuvedés, por si le dura la enfermedad. Supongo que si se cura antes de verselos todos siempre puede salir desnuda al balcón para prolongarla un par de días.
Hemos cenado con Joaquín, que tras su infructuosa búsqueda en la sección erótica de la Fnac de Callao de un tratado en terminología forense ha tenido que controlar el impetuoso espíritu lúdico de Álex, que iba a comprar un videojuego y ya se nos ponía en la caja con dos más. Le hemos tenido que recordar la de niños que pasan hambre en el mundo y lo caros que están los aportes proteínicos si quiere meterse en el gimnasio para que se lo pensase dos veces.
Tras las fotos (que podéis ver aquí) nos hemos vuelto a casita. Andando hasta la parada del 43 he recordado cuanto me gusta pasear cuando llueve, sobre todo si sé que no tengo ropa tendida empapandose. O que no habrá nadie en el piso cuando regrese. Vacío me abruma, parece mentira. Por eso el paseo ha sido de gusto. No hacía demasiado frío y, en cualquier caso, yo ya he sacado mi uniforme de English Man in New York, o Ejidense en Madrid, que para el caso es lo mismo. Es un atuendo muy sencillo. Con todo lo cantoso que me gusta ser, cuando llega el otoño me gusto gris. Uso una gabardina gris sosa, zapatos y paraguas negro y, si se tercia, bufanda. Aparte del obvio abrigo, me gusta el camuflaje que proporcionan. Vestido de gris me confundo fácilmente con el ambiente. Y con los humores.
Todos gozamos de la Libertad de Expresión.
Y hay quien expresa libremente soberanas gilipolleces. Creen que también son libres de expresarse a bocajarro; liberados de pensar, argumentar o permanecer fieles a la verdad. Será que no están acostumbrados a la expresión ni a la libertad.
Por ello nadie está exento de la Libertad de Responder que tienen los demás.