Hoy quería hacer un post reflexivo, he estado devanándome los sesos bastante rato y he llegado a conclusiones que me hubiera gustado compartir con vosotros. Más que nada para que me las discutiéseis y negárais, y así yo poder reafirmarme en ellas. Pero de pronto mi cerebro se ha puesto gatekeeper y me ha interpuesto mil dificultades. Ahora mismo vuelven a estar esos pensamientos tan brillantes en el grupo de conexiones neuronales donde se gestaron, pasando una revisión y puesta a punto.
Los impedimentos, ahora que lo pienso, han tenido un catalizador importante proveniente del subconsciente. Concretamente de las palabras que recibió Irenita el otro día y que, a saber por qué, nos hacían saber que con mi novísima perilla estoy adquiriendo "pinta de intelectual". Yo, según habían comentado algunos maledicentes, sabía que el matojo de pelitos en la barbilla me asemejaba a Adrián (no tanto como ellos dicen, confusos). Lo que no sabía era que por un mero experimento estético iba a adquirir la calidad de crême. Ya no necesitan pensar, señores, limitense a dejar de afeitarse.
Fuera de burla, lo cierto es que tampoco ha sido nunca mi pretensión lo del cultivo. Simplemente intento hacerlo, aunque estaremos de acuerdo en que los pensamientos no los puede criar nadie en solitario. Yo me limito hasta ahora a abrir el hoyito a cualesquiera semillas y, en ocasiones, a echarles guano por encima. Pero ahora, si me dejo perilla, habré de ser consecuente y empezar a darme a pensamientos profundos. O mejor dicho: a compartirlos. Y ahí fue donde volví a retomar el hilo de mis brillantes pensamientos nuevamente.
Pensaba yo, otra vez, cómo los hombres tienen tanto miedo a la abstracción. Cómo la han escondido siempre detrás de máscaras o nombres tangibilizadores: espíritus, energías, dioses... Aún no está muy claro, pero por lo que se apunta últimamente todo lo que es, ha sido y será, está exclusivamente dentro de los impulsos eléctricos que nos rondan la cabeza. Ojo, está claro que algo externo habrá de desatar esos impulsos, no obstante, es la concepción de que eso externo sea lo que nos concierne. Todo existe, por existir existe hasta la nada, pero solo en la medida en que los hombres somos capaces de pensarlo. Aunque sea solo en forma de concepto, hasta Dios existe.
El Universo, la realidad, la irrealidad, todo, debe pensarse en su estudio desde el punto de vista del hombre. No por un antropocentrismo gratuíto: es que somos incapaces de adquirir un punto de vista que no sea el de un ser humano. Con mucha imaginación, podríamos llegar a adquirir el punto de vista de un ser humano que cree adquirir el punto de vista de un gamo, pero no es más fiable así. Es una idea importante, que tampoco es que sea de gran ayuda ni el descubrimiento de América, se trata tan solo de concienciarse sobre los límites de la razón y, por cierto, aprender a apreciarlos en su justa medida. Porque si bien se trata de eso, de unos límites, habría que ver cuanto partido se les puede sacar. Quién sabe, con la ayuda de los ordenadores de hoy en día (o de un futuro) se podría intentar sobrepasar, en los campos que fuesen susceptibles de ello, estos límites. Sin embargo, y hasta el día en que no establezcamos contacto con alguna otra especie de ser inteligente, más o menos que nosotros, no podremos sino creer que las cosas son tal y como nosotros las pensamos. Y es porque de hecho, si nosotros las pensamos así, así son.
Otra cuestión es, y bastante más peliaguda, por qué nunca dos hombres piensan igual la misma cosa. Hoy no se me ocurre, pero tranquilos: volveré sobre este tema cuando esté en disposición de mesarme, en pose meditabunda, los pelos de la barbilla.
105,103,102,101,...¡98! Esto es -cien gramos arriba, cien gramos abajo- lo que he pesado, en esta campaña de recuperación antropomórfica que mantengo desde que volví de El Ejido huyendo de la (exquisita, insuperable y adictiva) cocina de mis abuelas. Sobre mi altura jamás podré pronunciarme con certeza, pues según la báscula de la farmacia de abajo de una semana para otra me crecen y desaparecen los centímetros de tres en tres. Así que sin poder pararme a ponderar mi IMC, me quedo en los datos que el mismo aparato ofrece sobre mi peso. Yo colaboro como puedo en la fiabilidad: siempre voy recién levantado, duchado y habiendo desayunado lo mismo. Intento vestir de forma aproximada y, además, siempre vacío mis bolsillos.
Todos me dicen que para hacerlo correctamente debiera haber ido al médico (bueno, y también hay quien dice que bastaba con cualquier ejemplar veraniego de cualquier revista para mujeres). Yo, como soy así de soberbio, he preferido intentarlo primero "a mi manera". Si gano mucho peso, y me mantengo en el tipito tripoide sé por lo que es, así que me basta con evitarlo y, quizá, hacer algo de ejercicio. Soy un inconstante, quienes en el último mes han compartido conmigo kebabs, tortitas o burguerkines lo saben bien. Sin embargo, solo he tenido que redescubrir el fascinante mundo de los vegetales. Eso no implica que haya olvidado a mi gran amiga la carne, es más, ahora la cocino hasta con más mimo. También ha vuelto a mi vida el pescado, pero con limitaciones, porque en Madrid no me acaba de convencer (también puede ser que yo no sepa cocinarlo como mi madre).
Y la Coca Cola Light. Eso es más por extravagancia, en realidad. Álex, a quien el body building ese le ha abducido completamente, me ha contagiado el espíritu. El aspira a poseer un cuerpo poderoso, de carnes duras y piel pegada a ellas. Sin embargo yo tengo mis reticencias. De natural el hombre tiene las carnes blandas, salvo alguna porción de aproximadamente 450 gramos que, a menudo, sí que se pone dura. Es el único músculo al que esa condición le proporciona alguna utilidad, creo yo. A los otros... ¿Para qué querría nadie, por ejemplo, poder partir nueces con el biceps?
Por más que me lo proponga, y va en temporadas, mis noches acaban suspendidas de la más variopinta fauna tipográfica. La cosa viene de atrás. Probablemente sea uno de los pocos niños a quien su madre, cuando le quería castigar, le prohibía leer. Yo intentaba saltarme el veto con métodos de lo más peregrino: leer encerrado en el baño, poner trapos bajo las rendijas de la puerta para que no se viese la luz... aunque ella siempre frustraba mis artimañas (lo de los trapos ya lo había hecho en su día ella misma). Conforme crecí, con la excusa de que tenía que estudiar y otras mil cosas que hacer, la lectura nocturna en la cama se fue extendiendo por todas mis noches hasta hacerse cuasi imprescindible. Y cuando no podía leer (en ocasiones, como ahora, los ojos me palpitan y hasta yo me doy cuenta de que debo parar) pues me ponía la radio.
Me aficioné a El Larguero antes que al fútbol, empecé a entender que Hablar por Hablar no era una ficción supina como mis libros diurnos o, en alguna noctambulidad extrema conocí, por ejemplo, a Les Luthiers (creo recordar que fueron entrevistados u homenajeados en Si amanece nos vamos). Nótese que mi dial se mueve poco, no hagan conjeturas: es pura pereza. El caso es que con la llegada de Internet a mi vida ya la cosa se fue agravando. No era una comunicación de receptor únicamente como podía obtener de los libros (o las webs). Había irc. Había más gente que no dormía por las noches. Existían las conversaciones noctámbulas.
Luego llegaron los trabajos (de lo más peregrino también) que, supongo que por perfecta adecuación a mi medio, se me dieron siempre mejor de noche. Los físicos y los intelectuales, no creáis. Entenderéis que a mí los usos horarios y las restricciones me tienen, en la medida de lo posible, proscrito. Quizá sí, cuando vivir de día forma parte de mi responsabilidad, lo consigo. Mismamente a partir del lunes, cuando empiece a trabajar, creo que me será bastante útil convivir con el sol. Mientras tanto me quedo sin dormir (y no es a fuerza de voluntad). Leer blogs, chatear en irc o repasar los correos antes de apagar este aparato infernal se ha hecho tan rutinario como para otros hacer la cama todas las mañanas.
Y claro, a veces me paro y reflexiono sobre el hecho de que, haga lo que haga, no dejo de estar leyendo. Muchas veces ignoro a la pantalla (reconozcámoslo: es adictiva y, también, yo soy un perdulario). Vuelvo al buen hábito de seguir leyendo, y lo recojo con gusto. Hoy he devorado, viva el tiempo muerto, tebeos como antes. Empecé a rondar cierta novela (o quizá debiera llamarla "Casi medio kilo de papel impreso", sin juzgar su contenido) que me recomendó Joaquín y, me da a mí, que necesitaré mucho metro para meterme. También he leído el segundo número de Murena (Es la primera vez que os voy a recomendar algo desde aquí, al menos abiertamente), un cómic entretenidísimo e indispensable, supongo, para aficionados al género histórico. Me recuerdan que debería volver a estudiar latín O eso o cualquier día os encontráis con un post que incluya fotos mías en toga.
Leer, en cinco minutos lo estaré haciendo, me llama. Pero también es una de las pocas cosas capaces de mantenerme en vela hasta casi dos días. Esto no puede ser sano: ni siquiera aprendo a ser una persona mejor. Quizá debiera buscar un sustitutivo. Siempre puedo aprender artes marciales y salir por las noches vestido de ninja a desfacer entuertos por las peligrosas calles madrileñas. O eso o me meto a periodista, aún no sé. La cuestión es encontrarle una salida óptima a mi incapacidad congénita de conciliar el sueño como Diso manda...
PD Un saludito desde el peor post de toda la historia de este blog (el de la foto de las salchichas inclusive) para Irenita a quien, como todo se pega menos la hermosura, le he contagiado el insomnio, por lo que se ve...
Here's a little song I wrote
You might want to sing it note for note
Don't worry, be happy.
In every life we have some trouble
But when you worry you make it double
Don't worry, be happy.
Don't worry, be happy now.
CHORUS:
Don't worry, be happy. Don't worry, be happy.
Don't worry, be happy. Don't worry, be happy.
Ain't got no place to lay your head
Somebody came and took your bed
Don't worry, be happy.
The landlord say your rent is late
He may have to litigate
Don't worry, be happy.
CHORUS:
(Look at me -- I'm happy. Don't worry, be happy.
Here I give you my phone number. When you worry, call me,
I make you happy. Don't worry, be happy.)
Ain't got no cash, ain't got no style
Ain't got no gal to make you smile
Don't worry, be happy.
'Cause when you worry your face will frown
And that will bring everybody down
Don't worry, be happy.
CHORUS:
(Don't worry, don't worry, don't do it.
Be happy. Put a smile on your face.
Don't bring everybody down.
Don't worry. It will soon pass, whatever it is.
Don't worry, be happy.
I'm not worried, I'm happy...)
Por las noches, sus alaridos se hacen insoportables. Su dolor, lo más auténtico que ha habido en esa cama en los últimos quince años, lo padecemos tanto como él. Desvaría. Cada tres horas, cuando se le pasa el efecto de los calmantes y, antes de que al enfermero que le vela le de tiempo a ponerle unos nuevos, alcanza unos segundos de lucidez y, por costumbre, blasfema. Yo miro a mi compañero conteniendo, con mucho esfuerzo, la risa. Es difícil: hemos llegado a la conclusión de que esta semana estamos aprendiendo a decir "¡Hostia puta!" y "¡Me cago en Dios!" en polaco.
Es, aparte de sesquipedalismo, un término preocupante de analizar: se revela como una ominosa reacción. Puede que alguien más docto que yo con el inglés (y conste que he estado haciendo mis pinitos) sepa dotarla de sentidos de mejor agüero con cualquiera otra partícula. Sabrán, y si no lo confieso, que no es por vicio mi fe en el disestablishment, me parece tan bueno por definición como malo el contraataque (llamémosle así) que denota el pérfido anti. Hablando con propiedad -ajena, siempre- deberíamos ir olvidándonos de la antiglobalización (no como idea, más bien como término). Antiglobalización es absurdo cuando lo que queremos -no seré yo solo, ¿verdad?- es un fin de repercusión mundial, global y cuando contra lo que se lucha no es contra el Globo en sí (demasiado maltrecho ya), sino contra quienes ostentan el poder. El stablishment, que a falta de mejor traducción tomaré en español por "Sistema". Así, el disestablishment no sería más que lo antisistémico, a lo que no han sacado todavía respuesta en español. Será porque para hacer bien el anarquismo hay que venir al sur. El anarquismo bien entendido, sin bombas aún, todo en un ámbito psicológico manipulador. No se confundan, es fácil, los sistemas, las estructuras ayudan a sujetarse, hasta ahí de acuerdo, pero no olvidemos que si se acomodan y se agarran miedosos, acabarán pegados, y es muy difícil librarse de ellas para, lo que intuyo de interés general, avanzar.
Nosotros, diría Marx, venimos luchando desde hace milenios intentando despojarnos de los primates interiores; forzando millones de revoluciones que, instantáneas, nos diesen un giro de 180º para poder, por fin, mirar hacia adelante. Es una forma de pensar el progresismo. Tan sencillo como olerse que lo poco bueno que pudiera tener el conservadurismo, véase: conservar lo que sirva, mientras sirva, en una sociedad, acaba pervirtiendose indefectiblemente. No es de extrañar, se trata de una herramienta (la conservación, digo) hecha por y para el hombre. De su raíz les viene la imperfección y, por ello, algún día dejan de funcionar correctamente o, sucede, los hombres fallan en su uso. Perversiones de la conservación vimos muchas, las más preocupantes (y ahora diré por qué) si cabe, las culturales. Preocupan porque se extienden y atrapan, como una hiedra ucrónica, las ideas y los pensares. Todo permanece, nada fluye. Por más que le duela a Heráclito, el hombre se ha dado en contravenir -y ya van...- a la naturaleza también en esto. Entiendo, con pesar, que es más atractivo para las mentes blandas, las pervertibles, las cansadas, adoptar una postura estática y hacer la pose.
Y tanta mente sonriendo estúpida a una posteridad que les debería odiar, siempre según esa lógica que acaba disfuncionando al manosear estos (el stablishment) la realidad en que debería sustentarse, forman las nuevas capas de esas estructuras anquilosadas. Basta descubrir que se puede prescindir de ellas, que se puede aprender de los hallazgos arquitectónicos que les hicieron verdaderamente interesantes y olvidar lo superfluo, comenzar a construir, y establecerse en el convencimiento de que abandonar la obra antes siquiera de haber empezado a cavar los cimientos es una señal buenísima. Me atrevería a aconsejar la mentalidad nómada (para estos temas), una mentalidad superviviente y vacunada de un defecto que trae de serie y que, a la larga, acaba estropeándonosla a todos: su capacidad acomodaticia. Porque cuando despierta, no queda más que sentarse sobre las vigas de lo rancio, a esperar que el tiempo te haga formar parte de ello. ¿Será imposible de combatir el instinto? ¿Acaso lo que verdaderamente diferencie a la razón humana de la (que también poseémos) animal?
Qué dificil será posibilitar otro mundo cuando hasta nuestras neuronas se regodean con tanta anfibología.
Ni siquiera los sátrapas de la patafísica se habían llegado a plantear la triste verdad que se ocultaba tras la incógnita respuesta a esa pregunta que todos nos hemos planteado desde siempre, jamás formulada por temor al ridículo filial (ya que solía manifestarse con especial vehemencia a la hora de la cena, en el fragor del arduo ejercicio que profesaban nuestras nunca bien ponderadas madres). ¿Con qué se hacen las salchichas industriales? ¿Es carne? ¿Vísceras? ¿Pellejo?
Con las llamadas salchichas caseras (que se compran, como todo el mundo sabe, en las carnicerías) no había lugar a dudas: de vez en cuando te encontrabas un tendoncillo, quizá un huesito; sabías que era carne (y si no, leches, no lo venderían en las carnicerías). Pero cuando las salchichas salían de la insolente bolsa de plástico, tan uniformes, escurriendose como si fuesen paracaidistas en misión ultrasecreta para acoplarse a tu riñón... ¿Cómo podías saber qué era lo que comías en realidad? Confiabas en la preocupación de tu madre por tu salud, te encomendabas a los leves efluvios de jamón que destilaban, quizá a los puntitos de queso fundido que contenía. Pero jamás lo supimos.
Y claro, luego hemos crecido, frustrados subconcientemente por esa horrible duda y como siempre hay, entre tanto crío con madurez disfuncional, alguno dispuesto a hacer la puta gracia, corremos el peligro de enterarnos de las verdades de la vida de una forma tan traumática como encontrárselas en Internet.
Un trauma de los gordos, oigan, ni siquiera cuando descubrí que Elvis seguía vivo y trabajaba de cocinero en un restaurante de carretera (cuyo nombre le prometí que mantendría en secreto) me impactó tanto. Y eso que no vean qué receta de callos se prepara el tío...
Desmintiendo los alaridos catastrofístas que decían que el fin se acercaba y que todo estaba perdido (Bueeeeno, yo el primero) me confirman que, al menos de momento, Zonalibre.org sigue en pie.
Como diría esa popular eminencia española:
"Chachi que te cagas"
(Sabater, Leticia)
Después del descalabro de ZonaLibre, que es donde tan agustito nació y creció este blog y, ante la incertidumbre de si renacerá o no (esperemos que sí), me he refugiado en Dreamers, donde tampoco se trata nada mal a la gente y, además, Nacho ha instalado Movable Type, que es el sistema de blog que se usaba en ZonaLibre y que ha seducido a mi pereza ante la idea de aprender un sistema nuevo.
Dispuesto a volver a ZonaLibre si abre de nuevo (que nadie se lo tome a mal, puedo hacerme un doble blog), seguiré contandoos mi vida gris (verdosa) desde esta nueva dirección, con nuevo diseño y todas esas cosas. Si alguien quiere que le apunte en el sistema de notificaciones (te manda un mail cada vez que escribo un post) que avise. Aunque jamás me ha funcionado, eso también os lo digo :P
Ahora, me sentaré aquí a esperar a que pase la musa de la ilusión :)
http://blogs.dreamers.com/germanmj
Muy joven, leí el diario de Ana Frank. Estudié historia. Vi La lista de Schlinder. Siempre creí que odiaba a los nazis porque mataron a millones de judíos, pero ahora se que no era así. Siempre creí que odiaba (siempre de memoria, claro) a la derecha española porque mataron a miles de españoles, ahora se que no era así. De hecho, pese a que jamás lo reconoceré en público, le cogí antipatía a Stalin, a Castro, a Mao... y se por qué fue. Ahora odio a Sharon, al Likud y a su puta madre. Por supuesto, no soy antisemita, ni especialmente filoislamista (aunque bien puedo decir que me espachurra los higadillos cualquiera que se defina por una fe, porque odio las fés). Pero aprendí a odiar, así, a los genocidas. En general a las malas personas, a los criminales, caraduras y sinvergüenzas (para mejor entendimiento, abran un periódico al azar, verán de quién les hablo).
Soy contradictorio, lo se. Mientras escribo esto estoy aquí, odiando a Sharon para matar el tiempo en un McDonald's. Me interrumpe un acento rumano "¿Me compras..." y como yo no fumo, pero soy educado, me giro para tener que tragarme mi "No, gracias": "...una hamburguesa para la niña?". Callo, y así asiento. Compro otra para la madre (al fin y al cabo, el que está a dieta soy yo). Vuelvo a sentarme, vuelvo a abrir el periódico por donde dejé a mi conciencia lloriqueando. Rajoy, Espe y Aznar, sonrientes y con el brazo derecho en alto (ROARGGHHHH dice mi bilis) me devuelven a esa parcela de la realidad que siempre elijo para refugiarme de lo cotidiano.
Estaba, como decía, odiando a Sharon. Y a su ministro Olmert. Y a su puta madre, otra vez. Y al general Veríssimo Seabra, que hoy sale en el periódico y, seguramente, el mes que viene ya no. Soy un impotente, por mucho que me enerve solo puedo escupirles cinismo (y flojito, se que no llego más allá). De hecho estoy empezando a odiar a demasiada gente, que no veo. Porque el año que viene nadie recordará ningún ominoso 15-S, salvo quizá un ertzaina tuerto y otro más, si sobrevive. Odio. Por puro egoísmo, por lo pesado que es que tenga que ir yo comprándoles hamburguesas a los desaguisados que hacen otros. Por no poder todos los días, por tener una moral tan dúctil.
No pienses. Lee. Hay hombres
que piensan por ti,
para ahorrarte pensar. Todo tu tiempo
lo necesitas para los negocios,
el trabajo en la fábrica, oficina...
Es preciso sacar oro del tiempo:
es preciso pensar en el trabajo,
en los negocios.
Debes, para el descanso,
dedicarte al amor. Es importante:
la familia, los hijos, el hogar...
También te aclararemos lo que es esto.
"Noticias comentadas". Debe leerlas.
En ellas ya te damos tu opinión.
Yo ya pago a los hombres
que opinan por ti.
"Política"."Deportes"."Teatro"."Cine"...
Ya todo está resuelto. No te afanes
en sacar conclusiones personales.
Tu opinión no valdría si es distinta.
Es inútil labor. Tiempo perdido.
Y el tiempo es importante: amor, negocios...
Mis hombres son los más expertos.
Si haces tuyo su juicio, tu criterio
será el de los talentos de nuestra época.
Todos admirarán tu inteligencia.
Y mi precio, tan ínfimo, es a cambio
de tener el talento de nuestra época.
Dedícate al amor.
Dedícate al trabajo únicamente.
No pienses. Lee. Hay hombres
que piensan por ti,
para ahorrarte pensar, en los periódicos.
Hace recitar a uno de sus "Poetas en la noche" el ídem Fonollosa. Bien es cierto que, en mi humilde opinión, el autor es demasiado generoso con la canalla. Enajenados, eso sí, al ¿pensar? en nómina, deberíamos mirarnos un poquito mejor (que no más) los ombligos. Todo lo que no tengo de profesión lo tengo, espero, de espíritu. Y si por algo me gusta el blog (aparte del aspecto lúdico) es por su condición, sospecho que apurándose, de reducto a las palabras. Soy bastante consciente de que yo he de ceder el paso a mil y un bloggers, periodistas o no, que informarán siempre más y mejor que yo. Sin embargo también lo soy de lo luctuoso que se nos pinta a todos el medio en cuanto intentamos pensarlo desde el bolsillo. Y no hablo de esa precariedad laboral (que se da) equiparable a la de cualquier otra profesión. Hablo de una precariedad más sucia, la que prostituye nuestras plumas. ¿A qué viene todo esto? Las cosas son así. Nunca lo ha dudado nadie y, sería muy difícil, que nadie pudiese acabar fácilmente con todo el sistema construído sobre esa base. ¿Es una reflexión amarga en plan futuro apocalíptico? Nada más lejos. Es la mera decepción de saber que, subyugado a tales barreras, jamás podré cumplir en la que me gustaría fuese mi profesión (¡y lo he conseguido en otras de lo más dispar!) una especie de filósofia laboral que me inculcaron entre el verdugo Isbert, el barrendero Beppo y, supongo que con mayor calado, mi madre. He tenido que traducir, lo mejor que he podido, a palabras lo que es una actitud, disculpadlo: Si quieres ser el mejor en tu trabajo, sabe siempre que lo haces lo mejor que puedes.
Hoy saltan a la calle los periódicos con una grata noticia. Por primera vez en los últimos 15 años el número de niños escolarizados ¡Ha crecido! Mi regocijo, como se comprenderá, está muy justificado. Siempre será mejor que los niños hayan ido a la escuela (aunque haya sido un solo día, para ver como es por dentro y mearse en alguna esquina) a que no. Si el ritmo sigue, los millardos de profesores que andan humillandose al INEM o ejerciendo en precario, podrían ver satisfechos sus ruegos y plegarias y contar con un puesto de trabajo que será, pronto, necesario cubrir.
Más a la larga, mi corazón de lechera les hace ya fiestas a los doctores, profesores, mecánicos, ATSs, biólogos, matemáticos, informáticos e, incluso, a los periodistas y abogados que, en 20 o 30 años se licenciarán en nuestras Universidades, enriqueciendolas con sus ideas, sus publicaciones y sus estudios. Se, no es necesario que con comentarios lacerantes me lo reaviveis, que los que se licencian hoy están abocados al mero paro o, con suerte, a bregar con el puteo que es el mundo laboral de hoy. Pero también se, o más bien espero, que serán muy necesarios para la atención de las necesidades de la inmensa cantidad de habitantes que tendrá España para ese entonces (conste que para ello habría que contar tanto con la benevolencia de los salvapatrias políticos como de los Usuarios Habituales del Estado, los españolitos).
¡Españoles! Dejad de mirar vuestros ombligos de imbéciles mientras el país, ¿qué digo el país? ¡El planeta! peligra. Olvidad los extraños valores que algún gracioso os inculcó (o quiso inculcar a quienes os los inculcaron) porque, si España tiene que ser para los españoles, acabarán siendo cuatro decrépitos ancianos (Constructores jubilados) quienes peléen a bastonazos por un inmenso secano peninsular. España, almas de cántaro, necesita que gente joven la trabaje, la enriquezca y la disfrute y si, gracias a las facilidades que el siglo XX nos ha dado, tanto material como psicológicamente para hundirnos aún más en nuestra propia hez, quienes tienen que venir a hacerse españoles son inmigrantes de donde vinieren, bienvenidos sean. Si hasta el PP ha sido capaz de (tragandose mucha bilis, intuyo) reconocer lo de beneficioso que tiene la inmigración, por algo será. No seamos cabrones y, por una vez, pongamoslo fácil.
Aún no ha empezado el curso y ya estoy oyendo las quejas de papagayos escandalizados porque sus hijos compartan aulas ("incluso en colegios privados, ¿a dónde vamos a parar?") con hordas de niñitos sudamericanos, magrebíes o postsoviéticos. Señoras, hemos llegado al siglo XXI arrastrando tantos lastres que, para un aspecto positivo de esta globalización que encontramos, no me la venga a joder porque a su Borja Mari me le marginen en el recreo por ser, además de español, panoli (gracias a las enseñanzas que ha obtenido de su comportamiento de usted).
Desde luego, tampoco pretendo ser el Bolívar ejidense. Y se que estos niños traen lo que, en un alarde de ingenio, llamo "El estigma de la Bachata". Pero bien sabemos que con una correcta educación podrán ser socializados, humanizados y adocenados (que es de lo que se trata). También existe, creo que más entre autores de sospechosas ideologías izquierdistas, la firme creencia de que cuanto más les cueste, mejor sabrán valorarlo. A la vista está el ejemplo de lo que, en otro alarde de ingenio, llamo "nuestra generación y los de detrás". Aceptemos con gusto pues el rebose de nuestros centros educativos con gentes de toda procedencia y demosles la oportunidad. Se que a muchos habrá que moderarles el yankicismo, la religiosidad y el barriobajerismo pero, a caballo regalado, buena sombra nos cobijará.
Consiguió la fórmula, preparó el bebedizo y lo ingirió. Se despojó a toda prisa de la bata blanca y se arrojó a pasear por la calle ansioso por comprobar el resultado. Funcionaba. Las señoras se echaban las manos a los ojos, dejándo indiscretas rendijas para permitirse miradas licenciosas. Los hombres carraspeaban y simulaban un excesivo interés por los insulsos escaparates de otoño. Todos intentaban disimular lo evidente: podían verle. Una chica, desenvuelta, supo finalmente dirigirle una sonrisa. A ella le siguieron otros dos jóvenes, que se pararon a charlar con él sobre la situación geopolítica global o, quizá, para preguntarle por una calle. Dos niños querían que jugara con ellos a la peonza y tuvo que arrastrarlos agarrados a las perneras de sus pantalones por media manzana hasta que, entre vergonzosas y asustadas, las madres corrieron a recuperar a sus hijos, escapándoseles sendas miradas de admiración. Apenas pasado el parque, la muchedumbre de ociosos y jubilados que se agolpaba para espiar sus pasos con asombro era tal que alguien debió llamar a la policía. Los agentes le ofrecieron escolta, pero el rehusó. Buscaba llevar su experimento a cabo hasta el final, despreocupado de las consecuencias. En las redacciones ya se hablaba de él, una emisora de radio había destinado a su mejor reportero a cubrir todos los movimientos que hiciese y, decían, de la televisión nacional venía en camino una unidad móvil. Se corría la voz deprisa y, familias completas, le venían a pedir que posara con ellos para inmortalizarle fotográficamente en sus salitas. Las envidias y los celos iban lamiendo también, por oleadas, algunas partes de la masa. Quienes no acababan de distinguirle demasiado bien, pisoteaban estatuas y convecinos por igual, buscando mejor otero. Quienes querían ser vistos también, despotricaban de sus malas artes e intenciones a unos públicos que, en el mejor de los casos, le prestaban la mínima atención para chistarle un silencio. Surgió, de entre los cuerpos, una mano enguantada que sostenía un revólver. Le disparó justo a la frente, acertada, y desapareció. Fue cuando debieron empezar a desvanecerse los efectos de su pócima, porque rápidamente la gente se desbandó para volver a sus nohaceres, olvidando veloz aquél fugaz entretenimiento de la mañana. Quedaba sobre la acera cuando llegaron los sanitarios, tan solo el cuerpo muerto de un hombre más.
La unidad móvil de El Hombrecillo Verde se ha desplazado hasta la Biblioteca de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid para ofrecer a sus lectores una espeluznante exclusiva: "Esto está petao". Valiente sábado por la tarde elegí yo para dedicarme a hacer un post de esos que nunca faltan en los blogs postpúberes: "Un día estudiando en la Biblioteca". Pensábamos que la juventud, fiel a sus principios y sanas costumbres, optaría por entregar el sábado por la tarde al alborozo y el cachondeo en los parques y jardínes. Oímos incluso en la radio las previsiones de botellón que auguraban lleno absoluto por los rincones de Malasaña y Argüelles. Sin embargo, la Biblioteca está llena. Gente estudiando hasta en los balcones, oigan. En septiembre, como los iletrados ¿Es esta la reforma educativa que nos prometió Pilar Del Caudillo?
No, esa es otra. De hecho, en lugar de estar estudiando para la asignatura de la que me he de examinar (en septiembre, por motivos que no vienen a cuento), ando de cabeza haciéndo cábalas y quinielas con las diferentes, y a cada cual más inextricable, propuestas de horario que me caerán en este curso que comienzo. Les explico: Voy a comenzar mi tercer año en la facultad y me encuentro con que nos han cambiado el plan. Ahora asignaturas que ya he dado corresponden a cursos que me quedan por cursar, algunas de las que no he cursado corresponden a cursos que ya aprobé y, para más cachondeo, algunas de las que he aprovado desaparecen (me las convierten en créditos de Optativas) o bien se transforman en otras diferentes, que no tengo que cursar porque ya las aprové en su anterior encarnación. Mientras tanto, y esto es, sin tener que repetir ninguna, nos encontramos con que tenemos que matricularnos en dos asignaturas de 1º, en otras dos de 2º y un par más de 3º. No habría mayor inconveniente de no ser porque (¿para qué?) las autoridades incompetentes, o a quien le corresponda, han optado por hacer los horarios sin tener en cuenta esta pequeña inconveniencia, con el resultado de que, o me paso en la facultad de lunes a viernes una media de once horas (de nueve de la mañana a ocho de la noche) o me matriculo en asignaturas sabiendo de antemano que jamás podré pisar esa clase porque coinciden con otras asignaturas.
Aunque nunca se me dió bien la matemática, aún recuerdo un poco de Combinatoria y, sabiendo que tenemos siete grupos por curso (¡nos han puesto uno más!) en tres cursos, y que de cada curso tenemos que coger un grupo (por ejemplo, 1D2E3F) creo calcular que tenemos 343 posibles combinaciones entre ellos (si es que nos quejamos de vicio, coño). ¿No habrá la posibilidad de hacer un programita donde poder meter los diferentes horarios para ver TODAS esas posibles combinaciones a ver si hay tan solo una en que las horas no se pisen y, además, se nos permita tener una vida? (Por mera curiosidad, porque cuando llega el momento de la verdad y vas a formalizar tu matrícula, te encuentras con que, según les apetezca o no, te pueden meter en el grupo que tú has decidido o te mandan al de los viernes por la tarde).
A todo esto, cortaré la conexión porque la de al lado ya me está atacando con su Derecho Mercantil, hay que ver como se ponen solo por unas teclitas de nada. Y yo que he cambiado el "We are the champions" de arrancar Windows por un suave "Bel-zebub has a devil asignated for me", para no molestar.... (sic)
No hace demasiado tiempo estuve consultando (curiosidad malsana) las leyes electorales y de partidos políticos de esta España nuestra. Decía, la muy cachonda, que la organización estructural de los partidos políticos debía establecerse en un sistema democrático. Es tan sencillo como asumir que dentro de un partido político existen diversas facciones o corrientes ideológicas y aceptar, sin mayor agravio, que entre ellas surjan divergencias sobre las posturas que haya de tomar el partido, sobre cuales deberían ser sus métodos y fines y, por qué no, quién habrá de representarles (a todos ellos y a sus intereses) en la contienda política.
Una vez asumido todo esto, lo lógico sería llevar a cabo unas elecciones internas que ofrezcan, al menos, el garante de que efectivamente los intereses de todos los afiliados a dicho partido han sido tenidos en cuenta. Obviamente, cuando solo se puede presentar un candidato a las elecciones, es lógico que las tendencias minoritarias queden excluídas, vamos, como en todo proceso democrático. A pesar de la simpleza del asunto, aún hay quien no se ha enterado (y si en 28 años no les ha dado tiempo, dudo que leer esto les sirva de ayuda alguna). Veamos, que desde hace un par de siglos por lo menos, ya se sabe en muchas partes del mundo, tan lejanas y exóticas como Francia, por ejemplo, que cada hombre es libre de tener su opinión y su preferencia, que tiene el derecho a exponerlas y defenderlas y, además, que valen tanto como las de cualquier otro hombre, sin que haya exención de esta idea por razón alguna, como pudieran ser una corona, un título, las riquezas o (esta es novísima) un bigote.
Me entristece de verdad pensar que se hayan apoderado de nuestro Scattergories quienes creen que el pulpo es un animal de compañía (o el chapapote hilarantes hilitos de plastilina). Aquellos que, no se si por pereza o incapacidad, aún prefieren no tener que decidir y dar por bueno, mientras se les sigan consintiendo tejemanejes y chanchullos de alto standing, lo que les diga su Caudillito particular. Adeptos del único pensamiento, que se regodean de su rebaño de 183 mientras aplauden, rijosos, si de algún redil ajeno se escapan un par de ovejas descarriadas hacia el suyo. Aspiran, imbéciles, a la virtud por la atomía.
Así, haciendo la pantomima democrática (como si alguien les fuese a hacer catar la justicia), el Partido Popular ha designado ya un candidato para las próximas elecciones generales. Tienen la tremenda suerte, fíjense ustedes, de poder pensar todos juntitos en el mismo tipo. Debe ser un hombre de aptitudes notables y de preclara valía cuando tanta gente pensó en él al mismo tiempo. Y yo debo ser un ciego por no saber distinguirlo de los otros designables que mariposeaban por los medios. Desde aquí le doy la enhorabuena al Partido Popular, y al señor Rajoy en concreto por esta designación.
Y, se me olvidaba, aún en más encarecidamente me gustaría alabar al señor Aznar por el buen tino que tuvo su dedo al señalar a Rajoy, el hombre que todo su partido quería (demostrado y ratificado). Como bien podría haber dicho su admiradísimo (y emuladísimo), lo deja todo atado y bien atado con su cesión...
Ojeando una revista de divulgación científica o, quizá, los últimos minutos de un telediario cualquiera, ya hace unos meses que vi una noticia que me impactó, más que por su alcance real, por descubrirme lo grave de la egolatría pueril que arrastro desde pequeñito. Unos científicos habían estado trasteando con los viajes (de partículas subatómicas, claro) hacia atrás y adelante en el tiempo. Habían conseguido ya, en aquellas fechas, hacer que un haz de luz saliese de una caja antes de entrar. También, creo recordar, habían enviado sonidos a no se cuantas nanomicropequeñésimas de segundo en el futuro. A mí se me había ocurrido antes que a los científicos, por supuesto. Los científicos son unos señores que gastaban cantidades ingentes de dinero en cosas tan abstractamente inútiles como salvar vidas hasta que los gobiernos decidieron que solo les darían el dinero si investigaban en cosas provechosas (y morales) como cómo matar más o más lejos. Así que ellos ya no tienen esas GRANDES IDEAS. Yo, de pequeñito, también quería ser científico. De hecho ya tenía la GRAN IDEA que me haría rico y famoso dentro de mi cabecita.
La cosa era sencilla: si los husos horarios iban en dirección Este-Oeste y, como bien se desprendía de un vistazo rápido a cualquier mapamundi, al saltar el estrecho de Bering se volvía al día anterior, bastaba con hacer un tendido, paralelo al Ecuador, que enviase impulsos eléctricos en aquella dirección a una velocidad superior a la que lleva La Tierra al girar. Por supuesto, sabía, con una sola vuelta no conseguiríamos demasiado, ya que solo podríamos comunicarnos (¿o qué creíais que quería hacer con esa electricidad?) con la humanidad de un día anterior. Así que habría que perfeccionar el invento para que la información viajase hacia el pasado a una velocidad mayor, ganando al tiempo un día con cada vuelta que, inocente de mí, preví optimizable si en lugar de intentarlo por el Ecuador, se intentase en un punto más cercano a los polos. Era obvio, a menor distancia que recorrer, antes llegaría nuestra llamada telefónica. Por entonces, todo hay que decirlo, no se me ocurrió que pudiendo hablar por teléfono, la gente prefiriese escribir e-mails. Tampoco sabía, claro, nada de las tarifas de la Telefónica ni de lo que se iba a lucrar con mi invento, que yo lo inventaba para ayudar a la humanidad a salir de pobres. Por ejemplo, porque los científicos se llamarían, desde dentro de muchos años, para comunicarse la buena nueva. O para pasarse la fórmula de la vacuna del SIDA, cuando la descubriesen, a ellos mismos o a sus profesores de unos años antes, y así sucesivamente hasta que alguien acabase erradicándolo a apenas unos meses de sus primeras apariciones.
Llegando a este punto caí en la cuenta de dos cosas muy importantes. En primer lugar, que también sería posible comunicarse con el futuro haciendo que el flujo eléctrico circulase en dirección Oeste-Este (eso sí, a unas velocidades muchísimo mayores). En segundo lugar, también, empecé a sospechar que mi proyecto era inviable porque, si yo había perdido toda una tarde haciendo elucubraciones en el sofá en lugar de ver McGyver como debiera, ¿Cómo era posible que nadie (ni siquiera un yo futuro) me hubiese llamado aún desde el 2023 para agradecermelo y, aprovechando, felicitarme por mi próximo Nobel?
Aún he estado esperando todo el día 1, por aquello de que encartaba, esa esclarecedora llamada (o un e-mail). Sin embargo, desesperanzado, colgaré ya el post y trucaré la fecha. ¿Qué puedo hacer yo? He llegado a la triste conclusión de que, quizá merecidamente, dentro de 20 años nos tendremos una inmensa ingratitud.