Aunque en realidad no recuerdo que en mi tierna EGB me obligaran nunca a escribir redacción alguna explicando aquello de que "la vaca es un animal con cuatro patas que le llegan hasta el suelo", siempre sentía una enorme complicidad cuando a Felipito le tocaba devanarse la sesera para escribir una media cuartilla coherente sobre las rumiantas. A mí me obligaban a escribir sobre las vacaciones y, como todos mis veranos eran iguales, de mis deberes jamás hablarán en Babelia (salvo, quizá, como ejercicios de estilo).
Escribir sobre vacas es muy fácil, lo difícil es, conforme se desvanece agosto, hacerle revista al verano. Cómo vacas, por ejemplo, subíamos al bus el día 22 yo y hasta Irenita, que después de haber sobrevivido a la perfídia culinaria de mi abuela durante un par de semanas ya no podía abrocharse según qué tallas de pantalón. La culpa, sin duda, fue más de la ternera en salsa que del Chachachá. El viaje El Ejido - Madrid fue el mismo coñazo de siempre, con el atenuante (espero que repetible) de tener a Irenita en el asiento de al lado. Se hace más ameno un viaje tan largo cuando quien se duerme sobre tu hombro es alguien conocido, o viceversa. A ella por lo menos sí se le soportan las carantoñas. Hicimos posta, así al disimulo, en Madrid aquella noche para madrugar también al día siguiente y volver a Méndez Álvaro a coger otro autobús, este para reunirnos con sus padres en Arenas de San Pedro, en Ávila, que es donde por la -puta- gracia del Paquito, que exilió allí a uno de los más queridos ancestros de mi niña, ha acabado veraneando la familia. Más concretamente, y sin abandonar los pastos de las afamadas reses avileñas del Valle del Tiétar, en un pueblecito llamado Santa Cruz del Valle.
Agradezco, desde aquí, a las ciento cien fuentes que pueblan el término municipal del dicho pueblo, cada una con el agua de su padre y de su madre (y alguna de todos sus muertos, aclaro) que me apañaran el estómago de tal manera que, al irme a levantar el cuarto día de estancia en las apacibles y golosas tierras del esquisito chuletón mastodóntico dominguero, se me viniese a la boca toda la bilis que debí generar el día anterior mientras hacía turismo por Ávila, que es una ciudad bonita y pintoresca pero cuyas calles te pueden dar alguna que otra sorpresa desagradable. Siendo esto como es, un ejercicio más bovino que político, baste mencionar que me disgustó ver aún edificios ensuciados con proclamas y plaquitas firmadas por el mismo Cornudillo que mencionaba antes, sabiendo como se lo fáciles y baratas que son las tareas de limpieza de las mismas, labor que yo mismo haría de buen grado en cuanto se me prestase un cincel y una machota.
En el triste estado que tenía mi cuerpo después de aquél día, pocas ganas me quedaron de bajar a la piscina, que según me contaron es, junto a la plaza de toros, un lujo asiatico para un pueblecito tan modesto como aquél. La verdad es que algo sí tiene de curioso (aparte de sendas instalaciones recreativas). Al parecer, el anterior Gobierno Municipal era de esos a los que les pega más la grana que el oro, y les dió por decorar las fachadas de las casas con cuadros célebres (y desconocidos, pero parejos de belleza). Así en un paseo te cruzas el Guernica, La Vendimia o La Siega, algún Van Gogh o incluso "El triunfo de la perspicacia" (que es un monumento en honor a la habilidad que tuvo el escultor para venderla al Ayuntamiento como tal estatua).
Dicen que no hay quinto malo, así que solo un día duraron mis malestares gastrointestinales (aunque al siguiente fue irenita quien se enfermó, con el resto de la familia de rebote). Pese a mi recuperación, no estaba el horno para bollos ni mi tripa para más vaca, así que se dio por buena la huída hasta San Sebastián de los Reyes (a.k.a Sanse) donde la familia de Irenita me ha dado santuario en su salón por un par de días para que disfrute de sus fiestas grandes. El dato importante, que quede claro esto, es que el macho de la vaca es el toro. El toro es un animal bravo, furioso y, estofado, está de vicio. Pasta manso por las praderas (que suelen pertenecer a unos señores que se llaman ganaderos porque ganan mucho con la tontería esta de los bichos). Una de las costumbres más arraigada de los toros, al menos de los toros cuando van a Sanse según ví, es correr detrás de los mozos por las calles del pueblo, a toda hostia y con mala leche, hasta que estos llegan a una plaza ancha donde tienen sitios para refugiarse de las cornadas y atrapan a los toros con una puerta falsa. Como la gente es así, por la tarde vienen unos amigos de los mozos y, para resarcir el susto, matan a los toros. Una vez terminado el encierro, los recortadores (que son de los mozos los más bravos), se quedan solos a medirse, más o menos en igualdad, con los morlacos, driblándolos con un par.
Y de regreso a casa, que tanta fiesta no debe ser sano, y menos si te estás poniendo tan lechal como el menda, he parado por el Mercadona, a comprarme unos filetitos de ternera para mañana. Que asada es muy sana y con zanahorias más.
Esto es, a día de hoy, todo cuanto puedo contar de las vacas.
En mi manual de filosofía favorito, las ilustraciones son fotocopias de baja calidad hechas con prisa a los posters desplegables de una playboy atrasada. Cada dos capítulos, por aplacar la furibunda celulosa, algún grabado de dicotiledóneas, calcado de alguno de los vetustos manuales botánicos que había en las estanterías de mi casa cuando yo era pequeño.
Los títulos, en negrita, serían rimbombantes sucesiones de sentencias graves, de no menos de dos líneas, cuyas iniciales formasen un acróstico invertido con la receta del Bloody Mary. Pero esto solo sería un detallito nimio, ornamental.
Tendría que tener capítulos sobre cómo alcanzar la felicidad, que circunvalaran el tema lo suficiente (cuando uno ya sabe algo, que es inexplicable, se harta de los intentos futiles que hacen los demás por intentar explicarlo). Debería haber también interludios, que la filosofía es muy pesada en seco, con pasatiemos al estilo de los del Mortadelo: un laberinto, las 7 diferencias y acertijos con truco. Incluiría también letras de canciones, algo sobre la danza de la fertilidad de los Dakota, sutiles matices noventayochistas (esto porque en la filosofía de los españoles ha de quedarsenos así como perenne) y atisbos de veintesietismo (con visos, como queriendo comerse el mundo), algunas páginas escritas con tinta verde y otras con tinta roja, descripciones profusas de paisajes en verde amplio y, ¿por qué no?, compondría con todo un juego de esos de elige tu propia aventura.
Encerraría en alguna categoría propia al fugaz Wally y esculpiría -en no más de tres páginas, por no faltar- algunas irrisorias alusiones a las influencias del hombrecillo verde en la matemática cartesiana. Aprovecharía para tergiversarle a Platón lo de la sofocracia. Tendrían que meter, también, dos capítulos dedicados a la mecánica funcional del automóvil y cupones de descuento (en el encarte central) para ópticas, burdeles y garitos de los de alquilar pizzas a domicilio.
Un manual de filosofía que se precie (por mí), tendría que explicar las mil y una formas de divertirse y aprender gratis. Esto supondría también la contemplación meditativa del gotelé. En los intrincados recovecos de vuestras paredes, niños, está el secreto de la vida armoniosa.
Y de regalo, con el primer fascículo, una botellita de agua mineral y los grandes momentos de Barrio Sésamo en VHS.
-Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
-El vacío es más bien en la cabeza.
Una de las cosas buenas que aprendí leyendo tiras de Beetle Bailey es que mola ser vago. La pereza es mi color favorito de bermudas, si lo adobamos con el sol torrante que está invadiéndonos cual ola de erotismo, ahí tenemos la explicación de que este blog esté más dejado que un portero de Ballesta.
Efectivamente, como los más sagaces de mis lectores habrán podido adivinar si han leído entre líneas en los comments, el día 5 de agosto cumplí 20 años. Como soy un tipo con tanto desapego, hasta por sí mismo, me piré a Madrid en lugar de quedarme en El Ejido a celebrarlo, como todos los años, con una barbacoa en la playa (deberíais probar mis hamburguesas-lomos-tocinetas a la fina arena, están que crujen). Lo que iba a ser una übercelebration my way, esto es, introducir a mi mamá en el más peligroso bar de ambiente de La corredera baja de San Pablo, es decir, La Pepita; acabó convirtiendose en un irme a cenar con los colegas al VIPS para luego recoger a mi madre, que estaba con su marido en el Sex Shop de Callao haciendo unas compras de última hora.
Yo, iluso de mí, pensé al entrar y verla encarada a los manubrios de látex que me querría dar una sorpresilla por mi cumpleaños. Pero no, en realidad solo llevaba piruletas, para mi tía y para Fede, los empleados adoptivos de la floristería. Aunque yo no me puedo quejar (no, de eso tampoco, que voy bien servido de mandao ya...) de los regalos. Hoy, repuesto del viaje, he estado cuantificando el botín de mi razzia por Madrid, que arroja una lista como esta: Atrapado en el tiempo, Los heroes del tiempo y El otro lado de la cama* en DVD. En libros: Ubik, El ladrón de meriendas, El último deseo, La sombra del viento, Vituperio (y algún elogio) de la errata y La caverna de las ideas. Ningún caballo. Una mujer, Irenita. Algún arañazo en la puerta de la furgoneta que se resiste a dejarse aparcar bien por mí y, de postre, el regalo estrella.
¿Quién no ha soñado alguna vez, bendita ilusión, con poseer un pingüino explosivo para encima del televisor? Yo sí, y no veáis lo simpático, versátil y triunfador que es el pingüinito de los cojones. De momento lo tengo, junto al conejito de dientes afilados, durmiendo el sueño de los justos. Para levantarse algún día, con la sétima trompeta y arrasar aquello y dejarlo que no veas.
El viaje, en fin, pesado. De nuevo en El Ejido, con las obligaciones de siempre (la vaguería es también mi tapa favorita cuando voy de cervezas), que siguen ahí porque aún no las he acabado, tengo entretenimiento para otras tres semanas, por lo menos. Si queréis entreteneros vosotros, compraos un mono, ¡coño!
PS Hoy es la cuarta noche de Irenita como ejidense. Se adapta bien, al menos a la dieta de "cébate hasta la catársis" de mi abuela. Lo del sol aún no lo ha cogido del todo, pero progresa adecuadamente. Os mantendremos informados...
El día 5 fue también, por esos azares del desatino, el primer aniversario de "esa relación tan estupenda y maravillosa que me aúna con Irenita". Yo, solícito como solo los novios tontos enamorados somos, quería regalarle alguna cosilla de esas que dices: "oh, qué ñoño soy". Pero no tenía tiempo, así que acabé vendiendome al pragmatismo de comprarle 2 DVDs (sí, hacían descuento, qué pasa), concretamente uno de Joselito, más concretamente aún: en el que viene la canción de Campanera (que es que a Irenita me la pone atómica el Joselito). Y El otro lado de la cama. Efectivamente, yo también lo recibí como obsequio. Suyo.
¿En qué estaríamos pensando?
PS Y qué bonito y de decir "oh, qué ñoño soy" queda...
El Hombrecillo verde no es como Palomar. Cuando va a la playa, los reflejos solares que apuñalan el agua se la traen floja. Tampoco entra en disquisiciones éticas ni metafísicas sobre si, al encontrarse una bañista tomando el sol en top-less debe o no mirarla, considerarla como un objeto natural más del paisaje o detenerse ampliamente en sus pezones, para dignificarla como persona. No, porque el Hombrecillo verde no suele encontrarse bañistas en top-less, aunque le han dicho que haberlas haylas.
A él le gustan las olas. Toparlas al zambullirse presuroso, con carrerílla envalentonadora de por medio sobre la primera espuma fría que le moje. A ellas se ve que él les gusta menos, pues no desperdician ocasión de revolcarle y vapulearle cuando son enormes. O, al menos, de llenarle las vías respiratorias de agua salada, como él aborrece. Y es incapaz de mantener las narices cerradas para que no entre el agua, por eso los escarceos que ha tenido con el apnea han sido siempre a una sola mano, ya que la otra tiene que llevársela indefectiblemente a la nariz para mantener cerradas las aletas. Manco, y torpe, poco puede hacer contra el embestir de las corrientes. Tampoco es ducho en el mirar bajo el agua. Sin sus gafas ya le resulta difícil distinguir más que colores sobre la superficie, así que imaginen en líquidos turbios.
El Hombrecillo verde, eufórico por sus primeros pasos playeros anuales, nada hasta la extenuación. Se sabe muy lejano de ninguna modalidad concreta, pero disfruta con un cochinillo balanceandose en horizontal sobre las olas medianas luciéndose en el que es, de lejos, su estilo mejor dominado: el perrito. También sabe imitar a una morsa, pero es muy difícil decir "Cu cu pi du" debajo de agua, según ha podido comprobar.
Llega siempre un momento triste para el Hombrecillo verde, que todo lo que no se lava en el resto del año parece que olvidase cuando se encuentra mecido por el Mediterráneo. Le cuesta horrores abandonar el agua, más si aún hay luz solar, y solo lo hace por la inefable realidad de que los otros se irán sin él en el coche como no esté bien seco para la hora de irse.
Le gusta ir a la playa con familias que lleven a sus hijos pequeños, porque así puede jugar con sus accesorios. A los niños no les importa, porque ellos disfrutan tan solo con la pelotita que tenían los mayores para jugar a las palas, con lo que el negocio se cierra pronto y satisfactoriamente. Con cubos, palas y rastrillos, como cuando era un Hombrecillillo verde, hace primero un agujero. Nereo le dice que ya que tienen cubo y tiempo, deberían proponerse empresas más productivas y arriesgadas. Así se embarcan en la excavación de una zanja que pronto se va a convertir, al girar noventa grados, en un conato de foso. Empieza a vislumbrarse una intención subyacente de ubicar, poderoso y embarrado, un castillo en el centro de la ínsula delimitada por el foso. Afanándose como si no llevara quince días quitando escombros en la obra, el Hombrecillo verde y su sosio ultiman los detalles apaleando la arena mojada para colocar un colofón de piedrecitas a modo de almenas.
Sin tiempo para regodearse en su contemplación, tienen que marcharse. No sin lástima conforme la marea, puntual, va cercando la construcción, lamiendo sus cercanías. Acabará saltándole encima con alguna ola osada, como la que empapa de sopetón la entrepierna del viejo que dormitaba a poca distancia, a traición, provocándole un despertar brusco y malhumorado. Riendo y arrastrando los pies, el Hombrecillo verde es el último en salir corriendo por la arena para llegar al coche...
Por los poderes que me he conferido a mi mismo, erigido en representante de mi propia voz y de mi conciencia, hago público este bando en el que, como Hombrecillo verde,
MANIFIESTO:
Lo que diga el Vaticano, o la Iglesia en general, me suda la polla; que algún imbécil vaya y les haga caso, no. Así pues, insto a mis homólogos Jefes de Estado (Pluripersonales o Individuales), sean Católicos o Prepucistas, a pasarse por el forro la invitación del Sr. Ratzinger de negarse a legislar sobre matrimonios homosexuales. Porque los políticos si quieren pueden ser en la intimidad católicos, zoofílicos o filatélicos, lo que quieran, pero a la hora de trabajar se deben a sus ciudadanos. Conociendo el percal de mis colegas, no me queda más que darme de cabeza en el granito a la espera de que lleguen tiempos mejores y se pudran todos de golpe por una gonorrea lúdica;
EXIJO:
En otro orden de cosas, el inmediato retorno de las aguas a su cauce en un tema tan espinoso como es el del pan pan y el vino vino. Quiero desde aquí hacerles llegar a los señores de Danone mi malestar por su indignante falta de decoro. ¿Pues no van y a las Natillas de toda la vida les ponen un nombre hortera acabado en net? ¡Ni hablar! Envía un sms con el texto VERDADESCOMOPUÑOS al 5666 para hacer que las Natillas se vuelvan a llamar Natillas, el Mr Propper Mr Propper y o BIENPORLAHUMANIDAD para capar a Ratzinger.
IMPLORO:
A Zanussi, Fagor, Balay o cualquier empresa fabricante de refrigeradores que me patrocinen el chiringuito, yo escribiré gustoso desde cualquiera de sus congeladores...
Y, por último, ME DESPIDO.