De lo más ridículo de la memoria, supongo, se desempolvan en verano actos absurdos aderezados con mil estupideces, sobre todo en el vestir, y se nos venden con el ominoso nombre santo: tradición. A mí no me molestaría, como no me importarían tampoco tantas otras cosas así, si no fuese por el coste que nos supone. Por supuesto, no hablo de dinero.
¿De verdad es importante que se haga, cada año, exhibición indecorosa de trajes regionales en bailes y jolgorios populares? Y regionales de a saber, porque en realidad, salvo cuando las galas de Miss España, ¿quién ha visto a nadie con un traje de esos? Solo los cuatro folclóristas de, a mi entender, aviesas intenciones. Existe el sadismo en organizar, administrar y, en ocasiones, hasta sufragar, asociaciones "culturales" cuyos fines no son otros que perpetrar tamaños actos viles: vestir a seis pobres jóvenas, ponerlas en un tablao con bandurrias y engañarlas diciendo que esos insulsos movimientos con las que se vejan y humillan a la vista de sus convecinos a pleno sol del mediodía deben ser mantenidos en el recuerdo, aún a costa de dejar de lado la civilización que intentábamos llevarles los hombres blancos...
Porque a mí sí que no me engañan, ¿cómo coño va a ser tradicional ningún tipo de baile que no incluya movimientos espasmódicos de pelvis hasta la extenuación del danzante? Estos aspavientos mojigatos tendrán, como mucho, cinco o seis siglos de antigüedad. ¿Alguien ha visto alguna vez a una tribu de los llamados hombres primitivos danzar? El baile, y su música, de estos tipos, tan viscerales, tan extáticos, lascivos por descontado, alrededor de las hogueras en la noche, eso es tradicional. Eso es lo que debieron bailar quienes tuvieron la brillante ocurrencia de instalarse en España antes del boom especulativo. Y eso es lo que, en nuestras ferias y cachondeos, deberíamos bailar todos en honor de la memoria de la especie.
Tamtames, bongos y gritos, espirituales como ellos solos, a la hora de sacrificar nuestros cabritillos al dios Sol en el solsticio de verano, eso es nuestra memoria histórica. Lo demás se lo inventaron las cédulas propagandísticas de Franco y la Falange, porque no se me ocurren mentes más enfermas dispuestas a pergreñar vilezas así para sus pueblos. Bueno, quizá sea anterior, de cuando el imbécil de Fernando VII, alguno que otro de esos trajes horteras como ellos solos, o a lo sumo como hacerse un tatuaje de Ágata Ruiz de la Prada en el glande.
Por eso hay que recobrar la verdadera memoria histórica que nos fue usurpada por los fachas, hay que bailar desnudos hasta el amanecer como nos habrían enseñado que lo hacían los abuelos de nuestros abuelos si la Historia no hubiese sido manipulada para hacernos creer que los españoles fuimos bravos y buenos cristianos en lugar de lo que siempre fuimos: un manojo de ínfulas enológicas.
El amor es tan frío y calculador como una mariposa batiendo las alas en cualquier lugar que no deba. Es, con mucho, el más racional de todos los impulsos, animales, instintivos, palpitantes que nos ciegan tan de tarde en tarde a los civilizados. Tomemos, metafísicamente hablando, un sentimiento electroquímico y démosle nombres, tópicos o historia, ahí tenemos un amor.
A mí me pasó, ¿para qué engañarnos?, poco. Como tan bien desatina esa metáfora, he tropezado un par de veces con la piedra esa. Digamos que, cuando uno es pequeñito y se hace pupa, aunque le curen, sigue resabiado. Yo no, soy bastante gilipollas, así que me tiré de cabeza a por la piedra, tengo que confesar que me gustó el daño.
Lo que decía, puro raciocinio intelectual en funcionamiento desde el 2 de octubre del 2001 (21001 en tiempogermán©) hasta el 4 de agosto del 2002 (4802 íbidem). Lo que hacía mi mente era, más que nada, cosas que mi cuerpo debía obedecer poco, porque mira que me costó diso y ayuda hacer que funcionase el invento. Porque para el que todavía no se haya enterado, el amor, salvo el propio, suele andar mejor en yunta. Y claro, no había contado yo con que los amores de mis amores, tímidos y arrebataos, fuesen tan reticentes a la felicidad. Dentro de una semana cumpliré 20 años. Y, (señores diabéticos, no miren), el nosotros cumplirá uno. Gracias, sobre todo, al amor de Irenita, porque el mío solo sólo iba a ser inútil para amarla.
Precisamente, me digo, debe ser eso lo que más me gusta de ella (aunque tardara tanto en pasar de la Potencia al Acto), cómo me quiere. Será por ego, será porque al fin y al cabo no dejo de ser un ser humano. De ahí en adelante, de ese pulso de cálculos amatorios que nos profesamos, puedo cantar mil maravillas de lo enamorado que es estar bonito.
Aprovecho que últimamente, en los andamios, estoy viviendo la poesía, para darme la licencia de explicar qué tiene que despierta a esa bestia parda que es el macho al que le di subarriendo de mi hipotálamo. CULO, tal como lo tiene. CADERAS, tal como las mueve. CINTURA, tal como me finta. TETAS, tal y como las m... ... Y por supuesto, una mirada preciosa; rodeada por su carita de sonrisa tierna, que no me acuerdo ni de lo que pretendo ser cuando me la estampa de refilón.
En algún resquicio pederasta de mis dedos debe estar a gusto, porque por mucho que insista en que me saca 8 meses, no deja de ser esa niña pequeñita por la que uno lamenta no estar incumpliendo realmente ninguna ley. Y luego me empuja: es una mujer y yo su calzonazos devoto, pero con todo el gusto, oigan, que a la hora de serlo no vean como sabe ella.
Podría rematar esta declaración de atenciones, claro está, describiendo su físico, pero prefiero ser discreto, como a ella le gustaría que fuese, y mejor me quedo en las cuatro verdades que se deben de contar, que están ahí para que las vea cualquiera, sobre cómo es de buena (y mártir, que diría mi madre, pero sería echarme demasiadas flores a mí). Hoy en día a cualquiera le dan el título de bueno, pero no es lo mismo llevarlo en la sangre (conste que roja) como ella que comprarlo con favores, como se estila. Irenita es agradable, es para querer que estuviera aquí, detrás de mí, intentando impedir que colgase este post, pero haciendo fiestas, porque también sabe aprovechar, como nadie a mi entender, todo el amor que se me derrama al regarla.
Sin embargo, no he dicho ni un poquito de lo que no debiera decir; tan solo lo justo y necesario, los argumentos razonables que, analíticamente, explican cómo encaja ella en mi perdida razón.
Despertar. Dejar de besar las sabanas, como acto primero de presencia de tu conciencia recobrada. Abrir los ojos. Ver ahí sobre la mesita al culpable, en pasiva confabulación con un tú mucho más vivo de horas antes, de tu despertar. Hacer callar el despertador de un manotazo, medido siempre. Apartar las mantas, sábanas y demás ropas de cama que todavía pretenden atarte a ésta. Incorporar ágilmente el resto del cuerpo de vuelta al mundo real, labor difícil hasta poner los pies desnudos sobre el suelo frío, última razón convincente que necesita tu organismo para asegurarse de que el tibio útero onírico del lecho se acaba por hoy. Malestar en la espalda, será consecuencia del haber yacido en una mala postura durante la noche. Esperar tan solo que sea un malestar amable y no le importe quedarse en casa al salir para el trabajo. Abandonar la habitación, en penumbra tan solo rota por la lívida luz azul del amanecer cuando empieza a dejar de llamarse así, con la mente puesta en las labores de mantenimiento metabólico que subsiguen, sin apreciar todavía el dislate orgánico, que al parecer, se ha efectuado en tu cuerpo. Dejar, sin saberlo, un reguero de plumas blancas, largas y suaves, tan afilada su imagen como inocuas a la hora de ser usadas como arma, volátiles al empuje de los apenas resuellos de brisa que recorren la casa. Calentar agua para el café, cortar e introducir en el tostador dispares rebanadas de un pan que tiempo atrás fue de ayer, derramar leche sobre los restos de café soluble y de grasa que daban al mármol del poyo de la cocina esa textura pegajosa tan peculiar. Atinar a medias a untar de mantequilla las tostadas, antes de derramar lo que queda de leche sobre el mantel, este sí, limpio y recién devuelto a la mesa tras una reciente visita a la lavadora. Lamentar tan terrible accidente, precisamente con tu mantel favorito, pequeña licencia al lujo cotidiano en forma de tela estampada de algo que en su día, se asemejaba a La creación de Adán que tan hábil y horizontalmente pintara Miguel Ángel en el techo de la capilla de Sixto. Acceder al cuarto de baño, sin devolver el silente saludo al espejo. Abrir el grifo de agua caliente, tras éste el de la fría, para regular la temperatura del líquido hasta hacerla alcanzar una lo más aproximada posible a esa que, además de ser inalcanzable, es precisamente la que apetece a tu cuerpo en estas circunstancias. Dejar caer hasta los tobillos el pantalón del pijama, para arrojarlos de una certera patada hasta la pared, donde rebotan (en la medida de lo posible a un material como la tela) para marcar gol en la portería que improvisa el cesto de la ropa sucia. Desabrochar la camisa de éste mismo pijama, con la intención de hacerle correr la misma suerte que a sus compañeros. Forcejear con las mangas, hasta encontrar la camisa desgarrada en las manos, y solo entonces percatarte de que aquello que te impedía deshacerte de ella, aquellas molestias matinales en la espalda, no eran sino dos nuevos apéndices emplumados, dos alas de plumas blancas de una belleza insólita, dos alas que al fin y al cabo, no deberían estar ahí.
Volver subrepticiamente al estado de inconsciencia. Dejar caer el cuerpo hasta golpear el suelo del baño, sin más remedio, por otro lado, ya que tu presencia de ánimo te ha abandonado hace unos instantes. Abrir los ojos. Recordar lo que te ha llevado hasta el suelo del baño. Ponderar que no pudo ser un sueño porque si no estarías felizmente dormido en tu cama, y no en el suelo del baño. Poner en pie tu cuerpo. Mirar al espejo. Contemplar como tras tu silueta se recortan sendas alas magníficas. Dudar sobre su composición, ¿plumas de un blanco luminoso o plumas de luz blanca? Reconocer que es estúpido esto que te sucede. Agachar la cabeza. Sonreír. Volver a la cocina para tomarte otro café. Tomar dos más. Mantener la mente en blanco voluntariamente, pensar en algo es llegar a conclusiones que, ahora mismo, te parecen bastante fantasiosas. Llamar a la oficina para decir que no vas.
Inventar una extraña enfermedad, cuyos síntomas habrían hecho palidecer e incluso enfermar de verdad a cualquier médico que hubiera podido llegar a oírte. Volver a la ducha. Sentir como el agua resbala por tus alas es algo nuevo para ti. “¡Joder , y tan nuevo!” Derramar agua fuera de la bañera no te importa, ya lo fregarás. Estar absorto, bajo la lluvia cálida sin pensar en otra cosa que no sea el olor de las plumas mojadas. Relajar los músculos. Cerrar los ojos mientras empiezas a comprender la magnitud de lo que te ha sucedido. Meditar, ¿qué harás? ¿Llamar a un médico? ¿Llamar a un teólogo? ¿Llamar al gobierno para quejarte por las mutaciones sufridas a causa de vaya-usted-a-saber-qué radiaciones emitidas por vaya-usted-a-saber-qué vertidos radiactivos en vaya-usted-a-saber-qué cementerio nuclear? ¿Llamar a tu madre, decirle que la quieres mucho y después pegarte un tiro (contando con que puedas morir)?¿Morir es posible para alguien con alas? Volver a dejar de pensar. Girar la llave del agua. Secar tu cuerpo y, en la medida de lo posible, sus nuevos órganos anejos. Pasar toda la mañana pensando en ello, dando vueltas alrededor de la casa. Jugar con tus alas en los escasos momentos en los que te sientes despreocupado. Planear por el salón con unas alas de cuatro metros de envergadura suele resultar un poco complicado al principio, pero después te acostumbras. Tirar al suelo un portarretratos quebrando en mil reflejos la sonrisa de aquella persona a la que quieres tanto y que tanto te quiso. Mirar por la ventana. Contemplar la ciudad. Pensar en lo a gusto que se debería de estar ahí fuera, volando sobre los tejados. Matar de envidia a Ícaro, si no hubiera muerto de ingenuidad. Planear para esta noche, la escapada del laberinto de cuatro paredes. Asumir (o algo parecido) tu nuevo estatus. Preguntarte una vez más cuál es ese nuevo estatus. Alejar mitologías funestas de la mente, o intentarlo. Sonreír, derrotada de nuevo tu razón por los hechos. Dudar de tu identidad futura. Recordar haber leído alguna vez, algo parecido, solo parecido, pero recordar también que en aquella ocasión el tipo se convertía en un escarabajo. Pensar en la belleza de tus alas. Ir volando a la luna del armario, buscando tu reflejo una vez más. Emular, incluso, en este nuevo momento de relajo, a un difunto Freddy Mercury tarareando un vivo “Spread your wings” tan hábilmente seleccionado para este momento por tu subconsciente. Entrar de nuevo en una fase de pensamiento oscuro. Dolor en las sienes de tanto pensar. Pesar. Necesitar una segunda opinión. Confiar, ¿en quién? Buscar la agenda. Encontrar a alguien que esté desocupado y que medianamente pueda entender lo que te ocurre. Conectar al fin con alguien. Citar a un oído amigo para esta misma tarde. Cantar de nuevo. Jugar de nuevo. Esperar, al fin y al cabo. Desesperar. Caer agotado en el sofá. Recoger las piernas. Envolverte con tus alas. Llorar. Intentar sofocar el llanto, distrayendo su atención con cualquier cosa sin plumas. Llorar. Desesperar tu propia mente intentando explicar lo inexplicable. Creer…no, aún no. Renegar una vez más de la realidad. Argumentar falta de cordura, imposible, no podría haber nadie más cuerdo y lúcido que tú en estos momentos, siempre según tú, claro. Tener alas no es un impedimento para considerarse en buen estado de salud mental, ¿verdad? Explicar, con tesis vagas la existencia de tus alas. Ceder. Creer no en Dios, sino en dioses. ¿Ser uno de ellos? Pulular por tu mente extrañas ideas como ésta. Creer tu divinidad recién alcanzada, en vida. Volver a plantear la posibilidad de la demencia se te hace imposible. Anhelar una vez más que llegue alguien, con quién hablar. Creer en alcanzar, de ser posible, el cielo. Comprobar que la cama está vacía y que, efectivamente, no estás aún durmiendo. Admitir una vez más el revés. Sentir desazón. Acusar el cansancio, principalmente psicológico. Intentar dormir de nuevo. Soñar con los angelitos, una nueva jugarreta de ese grandísimo cabrón que es tu cerebro. Gritar al salir del duermevela. Sollozar. Mirar hacia arriba, no al techo, sino tras la ventana. Rendirte aceptándolo. Ser un ángel.
fin
Sesenta centímetros de diámetro y un centro de lirios blancos. No había que preguntar mucho más: ocho meses. Llega en cualquier momento, ¿verdad? Hoy un médico ha debido llorar tanto o más que los padres. Durante toda la existencia ha estado entre nosotros y aún no hemos debido acostumbrarnos. Religiones, mitos y ritos han servido de poco, quizá, eso sí, gracias a ellos y muy de refilón hay quienes hemos llegado a tomárnoslo con una filosofía muy particular, pero a fuerza de costumbre, más que nada.
Tengo casi 20 años y la gran mayoría de ellos he andado pululando por la floristería de mi madre. He terminado por acostumbrarme a las coronas, las he hecho, las he transportado, me he acostumbrado... Muchas veces habré reflexionado sobre la verdadera utilidad de lo que hacíamos, porque, al fin y al cabo, no se trata de nada indispensable. Las flores. Con los años me he dado cuenta de que, en cierto modo, la semiótica nos da la razón. En una clase nos explicaron que la publicidad, la literatura, casi todo, apelaba a los dos sentimientos más arraigados en el hombre respecto a la vida: su inicio y su fin. Yo recordaba la floristería. Con flores se agasaja, se conquista, se suplica y se formalizan las relaciones. A los niños recién nacidos (o sus madres) se les llevan flores. Pero también al salir de una enfermedad o de una operación hay quien se regala flores.
Y luego está, por supuesto, quien no sobrevive. A ellos también. Ramos, pétalos, coronas... Flores para el alma, supongo. Sigo sin encontrarle una razón, desde el pragmatísmo. Ni siquiera es un sacramento religioso, más bien un establecimiento cultural muy arraigado. Entre nosotros, puta ironía: coronas. Mueren los plebeyos y son coronados. Si son Guardias Civiles, con laureles. Y si son bebés, con flores blancas. Los reyes del cielo se pudren todos juntos entre cipreses, y las flores se secan. Y las que no se secan hay quien las coge de lápidas ajenas para adornar las de los difuntos propios, que también pasa.
Pensándolo seriamente, no se me ocurre un arte más cercano a la muerte que el floral, quizá por lo efímero. Si el recuerdo de un desaparecido se volcara en los tallos de las rosas que adornen su nicho, sería un aplazamiento bien corto para que se instale el olvido, porque en poco tiempo estos también marchitan. Y ni siquiera los lirios tienen alma.
De verdad, no entiendo cómo no hay más floristas ateos...
(To Irenita)
I wanna love you and treat you right;
I wanna love you every day and every night:
We'll be together with a roof right over our heads;
We'll share the shelter of my single bed;
We'll share the same room, yeah! - for Jah provide the bread.
Is this love - is this love - is this love -
Is this love that I'm feelin'?
Is this love - is this love - is this love -
Is this love that I'm feelin'?
I wanna know - wanna know - wanna know now!
I got to know - got to know - got to know now!
I-I-I-I-I-I-I-I-I - I'm willing and able,
So I throw my cards on your table!
I wanna love you - I wanna love and treat - love and treat you right;
I wanna love you every day and every night:
We'll be together, yeah! - with a roof right over our heads;
We'll share the shelter, yeah, oh now! - of my single bed;
We'll share the same room, yeah! - for Jah provide the bread.
Is this love - is this love - is this love -
Is this love that I'm feelin'?
Is this love - is this love - is this love -
Is this love that I'm feelin'?
Wo-o-o-oah! Oh yes, I know; yes, I know - yes, I know now!
Yes, I know; yes, I know - yes, I know now!
I-I-I-I-I-I-I-I-I - I'm willing and able,
So I throw my cards on your table!
See: I wanna love ya, I wanna love and treat ya -
love and treat ya right.
I wanna love you every day and every night:
We'll be together, with a roof right over our heads!
We'll share the shelter of my single bed;
We'll share the same room, yeah! Jah provide the bread.
We'll share the shelter of my single bed
Es verano en el Hemisferio Occidente. En los demás, quizá suceda algo también, pero la gente da pocas muestras de estar verdaderamente interesada. Decía que una enorme bola de gases en combustión se encuentra, día a día, más cerca de lo que somos. Al mismo tiempo, se deseca el polvo en los alfeizares, arraigando. Iremos y vendremos por el polvo, dicen, pero pocas veces nos paramos a pensar de dónde habrá sacado Producción tanto polvo para enturbiarnos con sus nubes los paisajes liricistas. Al menos en Almería se nos viene con las pateras; en profusos vendavales saharianos va invadiendonos los aires. Habrá que ir planteandose una Ley de Extranjería Mineral.
Al Sahara llegará de algún otro sitio. Digo yo que la arena ni se crea ni se destruye, que la he visto permanecer. Se aferra a los pulmones, a los quicios y, a algunos, hasta se les instala en las ideas. Lo peor que íbamos a pillar, me temo, son ácaros. Es bastante jodido, si tienes alergias o lujos por el estilo, a los ácaros. Habrá donde, si se pudiera, se los comerían. O no, vaya usted a saber si los ácaros tendrán la pezuña partida.
Entre las arenas del desierto (uno ingente en fase imperialista galopante) hay de todo. Seguro que las bacterias y los virus genéticamente alterados para orar en dirección a La Meca saben también cabalgar camellos. Y están ahí, entre las piedras, sigilosos, al acecho de una víctima propiciatoria a la que hacer toser los higadillos. Igual de bestia que es matar mosquitos a cañonazos debe serlo emplear la 101 Aerotransportada para fulminar virus. Aunque de momento, hasta que les manden las gafas de ver de cerca los de intendencia, se conforman con ir asesinando gente. Alguien les habló una vez a los soldados de las beneficiosas propiedades de los tribunales y del derecho, que les dijeron, servían para regular las vidas de las sociedades como si fueran de personas.
La cosa es que también les dijeron que con sus M16 podían regularlas ellos, que para el caso era lo mismo. Así, la inteligencia militar tan apreciada por Marx ha vuelto a hacer de las suyas. Hablo, por supuesto, de lo lógico de sus acciones, no de lo ético. Por ético no discutiría, quizá, que mientras maten líderes políticos al menos no andan matando niños. Pero la gran noticia del día, si cazan a dos hijos del Enemigo Púbico Número 1 De La Semana, no es que les den matarile, como si fuesen meros civiles o, acaso, pedestres soldados. Ni siquiera pensaron en un hipotético interrogatorio para hacerles delatar a su padre, ¡qué decir de hacerles pagar por lo que hayan hecho ante la justicia!
¿Y qué justicia? Porque, señores, como en un chiste metafísico pratchettiano, la realidad no es sino contraria a la realidad, otra vez. Desde hace meses no solo no hay guerra, además la ganaron los buenos. Hoy caen soldados en tierras ajenas a manos de los oriundos, y eso se llama terrorismo, asesinato, rebeldía. Quizá esperaban represalias tan solo contra los colaboracionistas, porque las Guerras Civiles siempre tienen más romanticismo. La legítima defensa se quedó castigada en la buhardilla, cantando insidiosamente para torturar a su compañera de castigo: la sumisión a los Tribunales Internacionales.
Hoy, en otros Hemisferios a lo mejor también es verano. Las bolas de gases combustibles pululan a los pies de incautos que siguen encendiendo sus pitillos sin mirar siquiera al suelo. Los terroristas unicelulares aguardan taimados a sabiendas de que por muy afinadísimos que estén los satélites vigías, también saben hacer la vista gorda. Los soldados defienden y los pobres asesinan, el viento sigue soplando con total regularidad empujado a las arenas, como quien dice. Si no hay guerra, no hay más piedras polvorientas que acribillar. Ni más cabras que arrebatar. Tan solo hay reminiscencias fílmicas en los atardeceres, o eso quieren contar.
Como a un tiempo, los soldados pacificadores finiquitan terroristas al sol y, bajo el sol tampoco, hay quien se ha enterado de que unos tales etarras siguen jugando con petardos y, mesandose el bigote, se plantea muy seriamente hablar con sus amiguitos Bush y Blair, los polis buenos, sobre la necesidad de una intervención pacificadora de esas que democratizan, fijan y dan esplendor, con todos los gastos pagados (que también tenemos petróleo, aunque sea desparramado) y con el apoyo logístico en esas mercaderías de paz por petróleo, fíjate tú que ironías, de un barco llamado Galicia. Hay que ver, me siento sucio, porque en una cosa sí que estoy de acuerdo con él.
A España le falta democracia. Pero de la nuestra, claro, no de las suyas.
No, no, no, no,
No, no es posible
Se ha averiado mi respuesta flexible
Y ahora el bus, se ha vuelto loco
y no me quiere llevar al Orinoco
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¡No se!
No, no, no, no,
No tengo novia
Y no me mola el pacto de Varsovia
Ese señor me tiene gato
y no me mola el tratado de la NATO.
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¡No se!
No, no, no, no,
No, no es posible
lanzar un Yakovlev ocho con misiles
y ahora el bus se ha vuelto loco
y no me quiere llevar al Orinoco.
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?
El 21 de julio de 1834, en París, Philippe Deglutier, pintor de segunda fila que llevaba más de 13 años pretendiendo que alguien comprara uno de sus cuadros, más de un siglo antecedentes al tiempo que les hubiera correspondido, y que el llamaba "cuadradistas", decidió trascender a un mundo artístico que no le comprendía y se pasó a la avicultura. Como principiante, empezó con una cosa pequeña: compró una jaula y un ruiseñor a los que instaló con lujosas holguras en el ahora vacío estudio que poseía en la buhardilla de una casa que, en sus cuatro plantas inferiores, era de putas. El negocio no le iba demasiado bien, y pese a que sus necesidades primarias eran socorridas por la bondad de unas u otras de sus vecinas, al hombre también le acuciaba el hambre a veces. Harto de haberse hipotecado a tal suplicio como su vida, tomó una drástica decisión que iría muy con el siglo: entregarlo todo al nihilismo. Así quemó los lienzos que conservaba, rasgó sus vestiduras con todo el lirismo y acabó arrojándose al Sena con muchas piedras en los bolsillos. En su última lucidez, le sobrevino una crueldad humanitaria y, por evitarle sufrimientos a su nuevo pajarillo, quiso acabar con él, antes de acabar consigo mismo, por la infame vía de defenestrarlo.
Las cosas como son, por mucho que le moleste a la gente la tendencia general que tiene mi vida a sucederme subrepticiamente en lugar de ir avisando mansamente aún tiene su aquél. Ya sabéis como funciona: a las 22:40 uno está planteándose muy en serio meterse en la cama a leer plácidamente hasta que le acaricien los sueños y, como si tal cosa,en veinte minutos se encuentra camino de un concierto punk en la playa, con muchas posibilidades de pasar la noche allí, en el CampIn Provisao, y llevando, por si acaso, nada más que lo puesto.
La verdad es que podía haberse previsto, llevamos varios años bajando a Balanegra (un simpático pueblecito pesquero a unos 18 kms de El Ejido) cuando celebran allí las semifinales del Berja Rock (que es un simpático festivalito de rock cuya final se celebra a la semana siguiente en Berja, un simpático pueblecito alpujarreño a unos y pico kms de El Ejido). La mecánica habitual es la siguiente: siete grupos cutre-maqueteros y uno más, maquetero también, pero que usualmente despunta en calidad sobre los demás, pugnan por ser los cuatro (el uno más está cantado) que toquen en la final junto al "Grupo Más Importante", invitado. También se invita, por darle saborcillo a la cosa, a un "Grupo Importante" a la final. Este año, GI y GMI son, respectivamente M.C.D., unos simpáticos punkarrillas abertzales de esos y, como si necesitase explicarles, Siniestro Total.
Así que exactamente a las 23 y pico, Chechu, Nereo y yo nos encontrábamos delante del escenario medianamente cutre de la playa, buscando a Samu, Jorge y Carlillos, que llevaban allí toda la tarde. No fue difícil localizarles detrás de sendas litronas, saltimbanqueando, como si en lugar de chanclas playeras anduviesen con zapatillas de basket, y espurreando la arena tosca por doquier. Por no desmerecer, y porque el grupillo (de cuyo nombre no podría acordarme aunque quisiera) que se sudaba el pan en aquél momento sobre el escenario tocaba un reagge muy apetitoso para hacer el calentamiento. Lo siento por los modestos, pero me es imposible acordarme de quienes son, a menos que me marquen profundamente. Tal es el caso de los ganadores del año pasado, un simpático grupito de heavy granaíno llamado Solid Amber.
La pega es que cantaban en inglés con ese mismo acento, y la mezcla resultaba curiosona. También me calaron (no os molestéis en buscarlos en Internet, ni Chechu ni yo hemos dado con ellos en mp3 en todo este año) Los Tronchapencas, unos simpáticos cachonditos mentales de Córdoba, que se atrevían a versionar hasta la canción de Oliver y Benji. Con dos cojones y un palito. De este año (hacedme caso, seguro que en una semana os anuncio su victoria) me han gustado los Mens sana, unos simpáticos chavales de Almería que tocan rock clásico (¡POR FIN!) con una voz muy soulsera. De los demás grupos, tan solo recuerdo sonidillos que acompasaban con el trasiego de arena entre nuestras chanclas, la verdad.
Probablemente, pero ya a altas horas de la madrugada me fue difícil discernirlo, los M.C.D. me gustaron bastante con sus "Viva el Papa / Me cago en Dios" y demás consignas anarconihilistas tanto en castellano como en el euskera que tuvieron la deferencia de traducir (era fácil, no más de 4 versos por canción). Es lo que tiene el punk radikal este. Por cierto, creo que se puede bajar su disco gratuítamente de www.imbecil.com, pero no me hagáis demasiado caso.
La cosa es que yo me entretuve, mientras ellos bebían y consumían sustancias que podríamos denominar, en hacer una pequeña reflexión sobre el paisanaje que nos acompañaba en nuestra multitudinaria soledad. Las tribus rurales, muchas de ellas, se presentaron en sociedad como si la ocasión lo mereciera.
Mientra en anteriores ediciones aquél conciertillo era cool (siguiendo el criterio de no más de cuatro gatos en el auditorio) ayer comprobamos como, lamentablemente, se había vendido a lo comercial (bueno, sigue siendo gratuíto, pero se han vendido). No eran extraños los habituales grupúsculos de inmigrantes (ahora las tres minorías mayoritarias son, junto a los magrebíes, los sudamericanos y los rumanos). Digamos que, les gustase o, siquiera, les importase lo que oían, un rato de fiesta gratis no le hace mal a nadie y aquellos disfrutaban como cochinillos. Por otro lado, la alteración en el orden natural de la cosa: los autóctonos.
Rudos agrícolas cuarentones de camisa abierta, sus señoras con vestidos de flores y permanén de la de antes, lacada. Bakalas, había bakalas, de ambos géneros y pelajes, sin saber exactamente cómo afrontar el subidón subidón subidón que en el reagge no suele abundar.
También habíamos aves raras, como nosotros, que le hemos dado siempre a todo y habían, en masa, quienes me despertaron de verdad la intriga: los punkis de ferretería. Os aseguro que no existen, a menos que se travistan por las noches en secreto, tantos desharrapados de palo en el Poniente almeriense. No se de donde saldrían todos aquellos, probablemente la organización contratara helicópteros que les desembarcaron en la playa a media tarde, porque si no no me lo explico. Rapados de ayer, crestas novísimas, camisetas de Kortatu arremangadas pero sin sudor de varios años, sin desgarros, sin uso, vamos. Como si fueran de atrezzo, los punkis se animaron con los M.C.D. (claro) y pusieron el color, casi Titanlux, en ese oprobio que ya era el auditorio del festival.
Huyendo de las humaredas del costo ardiendo por toda la playa, nos fuimos a comernos todo el stock de gusanitos que había en el kioskochiringuito sableador a la entrada de las tiendas de campaña que habíamos instalado allí en la playa. Después de unas simpáticas bromitas de nuestros nunca bien queridos Samu y Jorge, como echarnos por la puerta de la tienda todas las bolsas vacías de gusanitos, acabamos por atrincherarnos, durmiendo aferrados a los cierres de las cremalleras, por si acaso.
Esta mañana, a eso de las 9:30 me he despertado hervido (literalmente, gracias a la conjunción de la solanera que aplastaba la tienda de campaña y de mi sudor). Tal que así he salido por la parte de atrás (sí, se podía) y me he encontrado con la Guardia Civil. He mirado a la playa, había unas cuantas tiendas un poco más allá y las dos nuestras, frente a la pareja. He dudado si tenía que acercarme a agradecerles que hubiesen velado por nuestra seguridad protegiéndonos de esas hordas de punkarras unchained que nos invadían o mejor los dejaba estar y, haciendo como que iba a mear, disimulaba el hecho de que aquello era una acampada sui generis y me piraba hasta la parada del autobús, que es donde al fin y al cabo tenía que ir para volver a casa y estar listo a tiempo para irme de boda. He optado por esta última opción, que quizá no haya sido la más sabia, ya que seguramente con los Guardias habría tenido entretenimiento para esa hora que me he pegado torrándome en una parada de autobús que quedaba más allá de la salida del dichoso pueblo, lo que aquí en Almería le da una literalidad espeluznante al tópico "en medio de ninguna parte".
El título de este post, si bien es de pésimo gusto y maldita la gracia, tiene todo lo que se necesita para que el día de mañana algún editor cachondo lo incluya en una antología de refranes y aforismos. Concretamente: pésimo gusto y maldita la gracia, acompañados de una verdad como un templo, demostrada científicamente (aunque aún no han realizado suficientes "trabajos", dice el australiano Dr. Brazofuerte ).
Para todos aquellos que podéis presumir de una vista de lince gracias a los sabios consejos que os dieron en la escuela; para quienes quieran sugerir hilarantes formas de recaudación de fondos a los de la Asociación Española Contra el Cáncer cuando se le crucen; para los aficionados a la zambomba, al manubrio o, incluso, a la paja común, podéis imprimir esto y restregárselo por las narices a quien se meta con vosotros u os amenace con médulas secas, con adicciones onanistómanas o granillos purulentos.
La masturbación reduce los riesgos de padecer cáncer de próstata, según un estudio
(Australia) SIDNEY, 17 Jul. (EP/AFP) -
Los hombres que se masturban frecuentemente reducen los riesgos de padecer cáncer de próstata, según un estudio publicado hoy jueves en Australia por investigadores del Consejo sobre el Cáncer del Estado de Victoria.
El estudio indica que las eyaculaciones frecuentes permiten evacuar las sustancias potencialmente cancerígenas de la próstata. El responsable del Consejo, Graham Giles, indicó que este estudio, realizado en más de 2.000 hombres de entre 40 y 69 años, demostró que los que eyaculan más de cinco veces por semana, reducen en un tercio el riesgo de sufrir este tipo de cáncer.
"Es una gran noticia para los hombres y la eyaculación es totalmente inofensiva", declaró Giles, y precisó que las eyaculaciones frecuentes impiden que el semen se acumule en los canales de la próstata, donde puede transformarse en cancerígeno.
"El esperma es una asociación de numerosas sustancias químicas que, por su actividad biológica, pueden transformarse en cancerígenas si no son evacuadas", declaró Giles.
Sin embargo, el responsable sostuvo que el efecto preventivo de la eyaculación parece estar vinculado únicamente a la masturbación y no a relaciones sexuales frecuentes. El investigador también subrayó que los resultados de este estudio, realizado entre 1994 y 1998, deben ser corroborados con más trabajos.
Debajo de esa casillita es donde el tipo (esta vez sí) ha puesto la crucecita. Ahora en tráfico se rascarán las pelotas un par de semanas y así como a principios de agosto me mandarán un cartoncito rosa con mi foto que me permite ponerme al volante con el beneplácito de las autoridades competentes al tiempo que me exime, más o menos, de hacer las cosas bien y respetar las normas de cuyo uso y costumbres me han examinado esta mañana.
Pues eso, que ya tengo el carné. Invitaré a algo a todo el que se atreva, en su día, a montarse conmigo... JOJOJO.
Introducción
Cumming Back
Haces como que te duermes al salir de Madrid, con las cajas llenas de libros, supuestamente para leer este verano, y un ordenador que funcionar, lo justo, y cuyas veleidades por el minimalismo laboral son, en gran medida, culpables de que no haya podido postear nada últimamente. Bueno, eso y que yo estuve demasiado ocupado al acabar los exámenes haciendo un par de trabajitos (que me han supuesto unos respectivos Sobresaliente y Matrícula de Honor en Tecnología de los Medios Audiovisuales y Teoría General de la Información, ¡Toma ya!), ya imaginaríais que lo de ver Amelie 14 veces seguidas no era una nueva y aberrante parafilia de esas. El viaje continúa, hablas lo justo, en parte como reproche a tu padre por llevar en el coche algo que sabe que no debería (mira que quedaría mucho más práctico un perrito de esos que menean la cabeza). Haces como que te despiertas, un par de veces, para compartir con él que tu tripa está cantando por bulerías y que un bocata de lomo sería un buen remedio contra la implosión gastrointestinal. Aguantas estoicamente que coja a posta el camino largo, porque al fin y al cabo, ¿qué es una hora de más después de 4 meses? Llegas a El Ejido, algo cansadillo y revuelto porque el camino largo incluía eso que siempre te hizo odiar los viajes por carretera: puertos de montaña repletitos de curvas. Entras en casa, bajas las cajas y maletas y notas algún tipo de fluctuación en la fuerza...
Yo, al teléfono: Mamá, ya he llegado...
Mi madre, al suyo: Ah, vente para la casa de la abuela, que estamos sacando los muebles...
Yo, anonadado: Vale...
¡GLUPS!
Parte I
I like the moving moving
El traslado de TODO aquello que hubiese o hubiera en casa de mi abuela a la casa vacía de una vecina que en paz descansa iba viento en popa cuando llegué y me explicaron, así rapidamente, que había que vaciar la casa de TODO aquello que hubiese o hubiera porque íbamos (un peligroso plural de la primera persona, así a botepronto) a echar los techos. Claro, eso significaba llevarse TODO aquello que hubiese o hubiera en casa de mi abuela a la citada casa, algo que se llevó como hasta la 1 o así de la madrugada del domingo. Al llegar a casa, por poner algo en orden, coloqué la tele, los libros y el ordenador de mi padre, el cual formateé para instalarle el Windows 98. Y lo hubiera hecho, si no fuese porque al intentarlo se me bloqueaba una y otra vez. Estupendo. Apagué las luces y me puse a pelear desde la cama con el calor por su cuota de ventana. Porque el asunto también significaba madrugar al día siguiente, como un campeón, para irse a echar una mano en el derribo de los tabiques y picado de las paredes (Amén del higiénico desescombro, siempre tan edificante y fortaleciente, en cuanto nos trajeran el contenedor. Pero no vamos a adelantar acontecimientos...).
Derribar esos tabiques tenía un nosequé, que qué se yo, que yo que sé. Es una de estas cosas que te dicen, de vez en cuando: "Eh, gilipollas, el tiempo existe. Y no has comido el suficiente tocino como para apelar a Einstein". YO CONSTRUÍ ESOS TABIQUES. Bueno, no exactamente, pero en gran medida sí que se me debe su correcta verticalidad y perpendicularidad con respecto al suelo. Yo tendría, así a ojo, unos 11 o 12 años. Por aquél entonces, vivía en aquella casa, con mi mamá, mi tía, mi abuela, y otras hierbas. Mi abuela decidió que ese verano, con unos ahorrillos, iba a reformar un poco su vieja (pero estupenda) casa. Así que contrató a un viejo albañil, amigo de la familia (mi abuelo fue albañil) y conocido en el barrio, tanto por su buen hacer como por su afición al pimple. Agustín El Caliche le llamaban. Se que es extraño, pero por aquél entonces yo no sabía qué significaba el palabro, de hecho hace bien poco que me enteré (podéis consultar el DRAE, lo recoge) de que es una expresión que se usa por beber a morro (al menos por aquí). Qué lástima que el día que murió de cirrosis yo no poseyera una información tan interesante para hacer buenos chistes. Lo que si sabía es que mientras le ponía los tabiques a mi abuela tenía que ir yo muy pendiente del nivel, por eludir influencias de Gaudí o J. García Carrión, más que nada. Y tres cuartas de lo mismo con el enlosado granadino, cuyo diseño era bastante facilito de seguir, geométrico, y, a pesar de ello, el tipo se empeñaba en aspirar a Miró cuando lo colocaba.
Y yo, con un marro, igual que ayudé en su día a colocarlas, las derribé. Supongo que será una metáfora, o algo así, sobre el ser humano y las connotaciones intrínsecas de eso, de ser humano. Pero es demasiado tarde y llevo 4 días disfrazado de rudo albañil de provincias, con el pseudo intelectual pedante de mí, aún doblado y arrugado en la maleta; así que pasaré por alto todo hecho trascendente al mero aporrear o acarrear, sean ladrillos o ciáticas, a pleno sol de la mañana. O a altas horas de la madrugada, que en mi familia también gusta.
Parte II
Under Constrcuction
La cosa cundía, el lunes por la noche ya estaban las dos naves de la casa tan diáfanas como culo de mandril y el martes por la mañana empezó Juan, el marido de mi madre, a derribar el techo con un martillo neumático. Él solía trabajar con un compresor, haciendo pozos. Pero tuvo un accidente, algo exótico, que acabó con un tractor bocabajo encima de su pierna derecha y una prohibición expresa de los doctores a hacer determinado tipo de trabajos, dando gracias a que hubiera sobrevivido. Por supuesto, después de aquello él ha seguido trabajando con su compresor, haciendo pozos). Poco podía hacer yo hasta que él acabara, aparte de labores de apoyo logístico, algo que incluía, por supuesto, tareas tan gratas como triscar por los muros destechados, intentando acordarme si yo lo que no tenía era vértigo o vergüenza. También recoger toda la maraña de cables que atravesaban la fachada de la casa.
En esas estaba, tumbado en el tejado con medio cuerpo colgando sobre la acera, soplandome en las gafas para que no se les ocurriera bajar ni un poquito más de la cuenta al resbalar por mi nariz, cuando me levanté para preguntar algo y vi poco más de medio cuerpo de Juan que se desplazaba vertiginosamente a través del agujero en el techo hacia el lecho de escombros y vigas, que yo recordaba bastante duro e inhóspito hacia la gravedad, a unos 3 metros debajo de él. Por supuesto, con el ruido del compresor en marcha no pude oir "¡Me cago en Dios!" ni nada de eso, así que me asomé a la polvareda que subía y pregunté, lleno de ánimo esclarecedor: "Juan, ¿Te has caído?" (que es como mi boca tradujo el "Juan, ¿Estás bien?" que tan bien había preparado mi mente. Básicamente, como estaba en caliente, sí, estaba bien, e incluso subió al techo de nuevo y quitó algo más de él. Pero en cuanto bajó un rato y se enfrió, el bien se convirtió en un esguince de tobillo galopante, con pierna vendada hasta la rodilla, muletas, y diez días de reposo. ¡Hay que joderse!
La cosa pintaba bien, total, mi labor de desescombro podía realizarse perfectamente mientras hubiese un contenedor en la puerta destinado a tal fin. Y como mis condiciones laborales, que vienen a ser las mismas de las que tanto se ha quejado Joaquín, sin aire acondicionado ni Internet, pero con una estupenda pala y una nube de polvo constante que, a veces, parecía no estar respirando. Así, vuestro humilde servidor (yo), comenzó su andadura en el peligroso mundo de las armas de construcción masiva, iniciandose en el noble arte de la albañilería del que, hasta ahora, solo había participado, y poquito, en la riqueza de su poesía. Yo, que no cojo apuntes por mi mala letra y porque el boli, con lo que pesa, me hace callos, me veo al otro lado de una pala vengativa y traicionera a media mañana, y con un jefe de obra accidentado. Sumémosle que probablemente tenga algún tipo de alergia al cemento y se están empezando a manifestar sus síntomas más cutáneos. El resultado son unas estupendas heriditas estratégicamente distribuídas por mis manos que, doler no duelen, pero escocer las hijas de puta lo que no está escrito.
Parte III
Like a virgin, touch for the very first time
Derrengao, riendome al pensar que hace apenas un mes Álex quería convencerme de que nos apuntásemos a un gimnasio, riendome por no llorar, claro, porque el gimnasio por lo menos no tendría duchas de agua fría, como las que me tengo que dar aquí cuando no está mi abuela para encenderme el calentador, me duché con agua fría. Me puse la ropa limpia y me fui a la casa que ahora habita mi abuela a descansar un poco hasta que viniese, como todas las tardes, el profesor de la autoescuela a recogerme para hacer esas prácticas que, se supone, me permitirán aprobar mañana de una puñetera vez y tener, dentro de 15 días y previa liquidación con la autoescuela, un cartoncito rosa que me permitirá obviar cuanto llevo aprendido en esas dichas prácticas.
Quise buscar un papel y un boli, por ir esbozando lo que debía ser este post si hubiese hecho un borrador en lugar de ir improvisando, y me topé con eso que siempre te topas cuando rebuscas en un sitio donde has llevado TODO lo que hubiera o hubiese en la casa de tu abuela: cosas. De momento, las cosas que más llamaron mi atención fueron carpetas. Una muy ochentera, forradita de pegatinas de Michael J. Fox, Kirk Cameron, A-Ha, Kylie Minogue..., otra con cosas mías del colegio: un trabajo sobre Espronceda, un cuento que tuve que escribir como castigo de un profesor (vale, "de" y "a") por haberme metido con su camisa de color naranja butano. Otra, pequeñita y de cartón azul, que me dio la gran sorpresa, por lo insólita. Contenía un lazo de raso blanco, tres cartas y un fajo de billetes (desde unas 100 pesetas del 70 hasta una emisión provisional de 1 peseta por la República en el 37). Fascinado por el tesoro los miré, remiré, olí y acabé guardando de nuevo en la carpeta para escanearlos (probablemente cuando lo consiga los postée por aquí, como curiosidad más que nada). También fueron increíbles las cartas. Increíbles por lo horroroso de la cantidad de faltas contra la ortografía, la gramática o la sintáctica que puede cometer uno cuando escribe a un viejo amigo mientras se está en el servicio militar. Probablemente cuando consiga transcribir alguna sin que me detenga la risa, también la postearé por aquí. Por aquello de mandar a tomar por culo la intimidad de alguien que, por otra parte, no tengo ni puñetera idea de quién puede ser.
Parte IV
Mighty Chest and his fabulous cheerleaders
Manolo es sordo. Sordomudo. Manolo es pescador. Manolo vive ahora en una casita que tiene mi abuela en el patio para alquilar y volvió el martes de la mar. Manolo nos trajo sardinas riquísimas. Y Manolo es un cabrón cuando se pone a trabajar, al menos desde la perspectiva de alguien que se lo toma con la debida tranquilidad. Manolo es "El sordo cabrón" (homenaje, homenaje). Además, sospecho que sí que entiende lo que se le dice, lo que pasa es que prefiere ir a su bola y, comunicativamente hablando, jugar a lo que más le gusta: la descodificación aberrante. Consiste, más o menos, en entender lo que te sale de la punta del pijo cuando interpretas un mensaje. Un ejemplo: yo le miro, con mis ojillos de corderillo degollao, y flexiono los brazos con las palmas de las manos dirigidas hacia el suelo, varias veces. Yo creía que en el "Idioma universal de los que no tienen ni idea de cómo hacerse entender" ese gesto siempre había significado "Sedatio et tranquilitas" (Calma y tranquilidad). Sin embargo, yo debía estar equivocado, o eso, o el cabrón de Manolo se empeña en interpretarlo como "Eh, ¿Por qué no me colmas un poco más los cedazos, les añades alguno que otro de esos loscos con granito que pincha y, de paso, me echas algo de arenilla en los ojos con el vigor de tus paladas, que me ha dao por ahí?".
Cuando Manolo se agarró al tajo llegaba yo de la ferretería, que había ido a comprarme unos guantes apropiados a las "Labores de redistribución de material de construcción irreciclable" que mis manos desnudas y heridas. La verdad es que eran unos guantes de puta madre, subvencionados por mi abuela, que solo me costaron 1,05 Euros. Se los enseñé a Manolo y le pregunté, en ese idioma que ya os imagináis, si quería unos iguales para él. Él dijo que sí. Que sí, en "ese idioma" me pilló por sorpresa, con un Manolo satisfecho y sonriente calzándose mis novísimos guantes y conmigo volviendo a la tienda a por otro par para mí. No os molestéis en sugerirlo, ya lo he intentado, pero comunicarse con él a través de notitas es imposible: no sabe leer y escribir muy poquito. ¡Hay que joderse!
Eso sí, es un gran tipo el sordo cabrón. Y bastante listo. Estabamos allí con nuestras paletadas de escombro y de pronto paró, cogió una de las puertas jubiladas y la usó para tapar una ventana. Había observado cómo los transeuntes, sobre todo los oriundos del Magreb (toma corrección política), miraban demasiado a través de toda la casa vacía hasta el patio, donde frente a la ventana de par en par de la pared opuesta a la puerta, se ven divinamente las dos matas de marihuana (una macho y una hembra), que tiene mi abuela plantadas en el patio. No, tampoco hace falta que me preguntéis por qué mi abuela tiene dos plantas de marihuana más altas que yo en su patio, yo tampoco lo sé. Y no, nadie fuma en casa. Estas cosas suceden en mi familia, ya me conocéis: son cosas extrañas que, sin venir a cuento, simplemente suceden.
Parte V
To be continued...
En unas horas me examinaré (otra vez) del práctico, ya lo he dicho. Eso me libra del tajo por la mañana, aunque sin lugar a dudas algo me caerá por la tarde. Pero, al fin y al cabo, es una labor que asumo con gusto. Trabajar para mi abuela a cambio de comida acaba siempre bien pagado. Aparte de lo que me ahorro en dietas y pamplinas para conseguir ese fantabuloso cuerpo de obrero que tanta ilusión (espero) le hará a Irenita cuando vuelva a Madrid y me vea.
Pensaré mañana en qué hacer si resulta que no le gusto con cuerpazo, siempre puedo meterme a marine, dejar de pensar, y fugarme por ahí como una menor, como mi amigo Eme ... digo ... como el tipo ese de las noticias, al que, en mi humilde opinión, los padres de la niña debieran estarle muy agradecidos. He visto la foto de la niña y, de verdad, que le pongan un piso al tipo. O no la casarán en la puta vida...
Llevo muchos días supeditando mi tiempo a tantas cosas y tan ajenas a este blog, sin embargo, también me impedía hasta ahora cierto tic que tiene el ordenador que amablemente me ha prestado Álex para suplir la indisposición del mío. Un tic que consiste, básicamente, en colgarse cuando intento guardar el post, provocando aparte de mis nervios, la pérdida irremisible de mis últimas palabras aquí. Ya me ha pasado dos veces y quizá me vuelva a suceder aquí.
Estoy, como quien dice, flotando en una nubecilla de LSD desde hace varios días. La razón no es fisiológica, aún. Más bien creo que se debe al visionado reincidente de Amelie o, peor aún, a su comprensión minuciosa. Bien es cierto que, sobrándome, podría decir que no me enseña nada demasiado nuevo, pero sí me ayuda a enseñarlo. Seré cruel y acabaré colgando por aquí el trabajo, entonces me entenderéis...
Por otra parte, sigo viviendo, y con la cabeza impregnada de estas pautas analíticas que me he tenido que inventar a partir de un libro que, según mi profesor, solo está editado en una colección de autoayuda por un error de la política editorial. Espero que en eso sí diga la verdad, si no voy aviado, los libros de autoayuda son demasiado cool.
Apreciaciones sobre la utilidad de estas teorías aparte, he de decir que últimamente se me está recordando (desde las circustancias de la vida) demasiado lo útil que es esto de la comunicación en el desarrollo psicológico de las personas. Para bien y para mal, por supuesto. Y, sospecho que esto lo leí en el libro de Manuel Martín Serrano, que es un profesor que tuve el año pasado, también para el cotidiano sinvivir en el que devenimos todos. Lo malo es que como nunca me pagarán por ser un intelectual, la humanidad entera se ahorrará el mal trago de conocer a fondo estas cosas y yo acabaré cubriendo como corresponsal una capa masiva de canguros, o algo así.
La lástima es que me cuesta bastante, a lo mejor porque me parece feo experimentar con humanos, incluso en ciencias humanísticas, aplicar todas esas cosas maravillosas que descubro. Bueno, por eso y porque siempre he intentado evitar ser demasiado pedante o prepotente dando consejos que, como decía aquél, tampoco es que a mí me sobren. Sin embargo poco a poco, iluso soy, espero que la gente que más o menos me importa, como no son gente tonta acaban dándose cuenta por sí mismos de donde está la línea de la felicidad. O de como finjir saber pintarla donde uno quiera, que es la enseñanza más útil que uno puede adquirir en esta vida, en mi humilde opinión, si quiere salir entero de la experiencia.
Muchas veces os quejáis de que soy críptico, ladino, inextricable o pedante. Probablemente llevéis razón, y hoy más que lo hago a posta. Sin embargo, no puedo contener las ganas de hacer un post como este y esperar, a ver si hay suerte y no es mucho, a que se me asienten los posos del cerebro y pueda hacer un blog de esos normales que les gustan a la gente y les impelen a hacer comentarios ingeniosos en ellos...
(Hasta entonces no os gastéis en hacerme el vacío, el feedback no es, ni mucho menos, lo que importa)