El niño, con el pelo sucio y enmarañado, asomó la cabeza por detrás del tronco que le servía de parapeto. Ya había recuperado el aliento; pero seguía escuchando el pálpito de su corazón, más fuerte cuanto más se esforzaba por concentrar su atención en oír solo lo que le fuese exterior. Comprobó que nadie le seguía ya y volvió a recostarse contra el tronco.
Aunque había pasado muchas horas de aquél verano vagando por entre los árboles del bosquecillo, el hecho de que estos y la naturaleza negasen toda posibilidad de trazar caminos a algo que fuese más grande que un gorrión, configuraba el claro en el que se encontraba como un lugar nuevo y virgen a su imaginación. Tan solo el tronco caido y el tocón del que seguramente se hubo desprendido algún día le despertaban algún recuerdo. Inútil, eso sí, porque los recordaba en un escenario completamente distinto.
Escondido en el silencio, vigiló un buen rato lo que durante toda la tarde no pasó de ser el rumor de las hojas mecidas por el viento. Por fin recobró la serenidad. Eligió el que le parecía el camino correcto para volver al pueblo y echó a andar, sin prisas, mirando siempre al suelo que se extendía ante él, por si pudieran estar allí todavía los restos de los otros niños con los que había pasado las tardes jugando. Creyó ver a un par de ellos, ocultos tras un arbusto que había pasado en unos minutos, de ser fuerte a mausoleo. No quiso acercarse porque ya sabía bien qué había que ver en circunstancias así. Solo le sirvió para saberse más cerca del que sería el camino correcto, si hubiese cabido la posibilidad, y extremar su cautela.
Cuando empezó a ver las columnas de humo que señalaban, al menos en principio, verticalmente, las casas del pueblo, trepó hasta uno de los árboles más altos. Desde aquellas ramas fuertes y frondosas, pudo ver con claridad como el último de los camiones se disponía a salir, cargado de soldados, de la villa arrasada. El niño se echó el fusil a la cara y con más rabia que precisión consiguió acertarle al conductor en la cabeza justo antes de que alcanzasen la curva sobre el barranco.
Dijeran lo que dijeran, a él la venganza le había sabido muy poco dulce. Tenía el mismo sabor salado de las lágrimas.
Dedicado a Anuka
Posted by germanmj at Diciembre 8, 2006 08:45 PM¿tan poco os gustó?
Posted by: the thief on Diciembre 9, 2006 03:41 AMJoer, qué bien te ha quedado el escaneo de la moleskine :*
Posted by: Anukahn on Diciembre 9, 2006 05:32 PMMMMmmmm... resucitas por estos lares???? Lo haces para quedarte??? Díganle al "ladrón" qie sentí el frío en mis carnes y me acobardé...
Un besote!
Posted by: Pequeña Delirio on Diciembre 10, 2006 08:53 PM