El hombrecillo verde me dice cosas...

¡Snikt!

He empezado a meditar sobre el ganarme la vida entreteniendo (y formando) a los atediados usuarios de metro. Con mis grandes dotes artísticas seguramente me sacaría unas pelillas. Un sobresueldo no le hace mal a nadie y, al fin y al cabo, ya paso millones de horas en el transporte, no me importa vivir sin sol.

No sé cantar. No sé tocar ningún instrumento (bueno, con la ocarina me sale un remedo de la canción de Supermán, pero no tan bien como a Gastón, así que creo que no me daría ni para comprarme un ampli adecuado). No sé pintar y, además, es estúpido y peligroso pretender que los prójimos te premien con calderilla por echarles involuntariamente en la solapa un churretazo de PANTONE 2728 como el cielo. Declamando soy un as, pero por muy buena entonación que le ponga, ya Tendré que echarle imaginación y usar las más espectaculares dotes circenses de las que suelo hacer gala en círculos reducidos (tanto que como contorsionista sólo me ha conocido Irenita).

Puedo hacer malabares, frutas, jarrones, armas blancas... llevo años entrenando. Con el tracatrá del tren siempre es impresionante ver antorchas girando vertiginosamente en el aire, sobre los carritos de los bebés, y yo gritando "¡Hop, hop!" alegremente... También hago números de prestidigitación, de eunucomaquia, strip-tease y molinetes con la chorra; sólo en la sesión golfa, claro. Había pensado dedicar otros días al funambulismo, tendiendo un cable de acero de punta a punta del vagón. Porque, para ser francos, aunque me pusiera una falda de flores y me atase un churumbel a la espalda, por muy buena que sea mi interpretación, no colaría lo de "Siñora y siñore soy una pobre refugiata de la bosnia herzegovina". El mundo de los negocios es muy duro.

Y tengo decidido lo que haré con lo que saque: hacer frente a una imponente multa que me impusieron el mes pasado por intentar convertir el vagón de metro en un lugar más humano. Aquella repentina curva no estaba prevista en mi número de lanzamiento de cuchillos.