Introducción.
El fenómeno de la globalización se encuentra actualmente entre los temas más de actualidad para los medios de comunicación y para los estudiosos de diversas disciplinas (la economía, la sociología, la política). No es para menos, puesto que tanto considerando sus aportaciones positivas como las negativas, vamos a tener que enfrentarnos a ella, bien para combatirla si se da el caso, bien para adecuarnos a la nueva forma de vida que conlleva. Hay diversas teorías que intentan explicar el concepto de la globalización, cuáles son sus dimensiones y hasta qué punto afectan a la organización de las sociedades humanas. O la sociedad humana, si consideramos la dada circunstancia de que este fenómeno nos afecta a todos los habitantes del globo (aunque de formas diferentes). Todas ellas, sin embargo, podrían considerarse complementarias, y teniendo en cuenta la importante componente crítica que es presente en todas ellas, nos podemos hacer una idea de lo sólidos que tendrían que ser los argumentos de alguien que estuviese dispuesto a defender la globalización como un proceso beneficioso, a pesar de sus taras tan evidentes.
Cualquier lector buen observador nota enseguida que existe una pega obvia a estas teorías, la cual mencionaré aquí en la introducción, antes incluso que a las propias teorías porque me parece un problema fundamental a la hora de plantear un estudio crítico sobre la globalización (o sobre cualquier otro proceso cultural, político o económico): la ignorancia. En el mundo existen más de seis mil millones de personas. Solo unos pocos millones tienen una noción (muchas veces difusa) de que existe algo llamado globalización. De esos, son menos todavía los que tienen una idea clara de cuáles son sus características. Y entre ellos, aún, quedan algunos que todavía se esfuerzan en sostener exiguos argumentos para defenderla. Con lo cual, los principales afectados por el denominado proceso de globalización, esto es, los ciudadanos del mundo, viven bastante ajenos a una realidad, la suya propia, en gran parte por culpa de los mecanismos de autodefensa de la globalización misma. Otras veces, simplemente, esos ciudadanos están demasiado ocupados intentando sobrevivir a las horribles condiciones de sus puestos de trabajo el tiempo suficiente como para alcanzar la mayoría de edad, por ejemplo.
Esas circunstancias son sangrantes, sí; existen muchos millones de personas a las que no se les facilita precisamente el acceso a la información, ni siquiera a la referente a sus propias situaciones vitales. Pero también existe un amplio porcentaje de la población, este en el llamado mundo Occidental (un mundo cuyos ciudadanos de a pie están más cerca de los esclavos tercermundistas de lo que ellos mismos quisieran reconocer), que tiene todas las facilidades del mundo para acceder a la información, para llegar a comprender el mundo que le rodea y cuales son las responsabilidades que ellos deben asumir frente a esa situación. Tienen esas facilidades, pero sin embargo, hay una cierta pauta cultural que ha conseguido aniquilar en la gran mayoría de la población el espíritu crítico respecto a su entorno, la cultura Occidental ha “matado” esa inquietud connatural a la condición humana como el dentista que “mata” un nervio molesto para que nunca vuelva a importunar al paciente. El temido “flujo de un solo sentido” que supone la globalización no se da en este caso, habiendo convertido a gran parte de la población de los países del Norte en ciudadanos tercermundistas, asfixiándoles hasta hacerles vivir concentrados en sus necesidades básicas e, incluso, habiéndole inventado ad hoc algunas necesidades, no tan básicas, que consiguen difuminar por completo cualquier interés que pudieran demostrar esos ciudadanos de a pie por la reflexión crítica, no ya solo por la situación en la que la globalización está dejando el Sur, sino que tampoco por la propia situación que ellos están viviendo.
La globalización está reeducando a las sociedades para su propio beneficio de forma regresiva. En el caso de los ciudadanos del Norte, reconfigurando nuestros conceptos de cultura y de ocio. Se ha convertido al ocio en el gran fin que los ciudadanos deben perseguir, invirtiendo los réditos que obtienen de sus duros trabajos, en un ciclo sin fin que, no sólo ha servido para sacar un beneficio económico, sino para desvirtuar las ideas tradicionales de cultura y conocimiento, evitando que surja algún tipo de revolución intelectual (la cual podría ser tan peligrosa o más que una revolución armada contra el sistema). Culturalmente, la ciudadanía del mundo son sólo seres humanos con derecho a comprar el último y lucrativo libro del gurú anticapitalista de turno (en los casos más afortunados) o a adquirir todo tipo de parafernalia y literatura proselitista propias de la religión, cualquiera, que profese (en los casos más desafortunados). En definitiva, la globalización (o en este caso quienes se benefician económicamente de ella) han conducido a las sociedades humanas de nuevo a la inmadurez propia de los primeros años de humanidad, cuando más incapaces somos para oponer resistencia crítica, cuando las necesidades son sólo las básicas y las del ocio. Intelectualmente, la globalización intenta que seamos todos unos niños caprichosos y malcriados. Pero eso sí, obedientes.
Por suerte no hablamos de oscuros poderes en la sombra. Hablamos de unos poderes que actúan con impunidad (lo cuál es lógico siendo ellos quienes deciden las leyes a las que se sujetan) a plena luz del día y con el mayor descaro. La interdependencia producida por la globalización (o causa de la misma, según se mire) no sólo se ha generado entre las comunidades, los pueblos y los países. También entre los distintos poderes. Por ejemplo, ahora es imposible entender la situación política separada de la económica. La globalización, como punto máximo alcanzado del imperialismo capitalista, es la consecuencia de la progresiva conquista de los poderes económicos sobre el resto. Dentro de las dinámicas expansionistas que requiere el sistema económico dominante, el capitalismo, la más evidente es la necesidad que tiene el sistema de “ampliar los mercados”, y esto supone no sólo instalarse en nuevos territorios. También es necesaria una instalación en las legislaciones de dichos territorios y, por supuesto, también la instalación en la mentalidad de su población; la globalización modifica y acomoda las ideologías, las tradiciones y los valores para convertirlos en un “hábitat” adecuado y evitar así que surja la conciencia colectiva lo suficientemente fuerte como para desarraigarla.
Yo de mayor quiero ser como tú. Y como me temo que no va a poder ser, a ver si uno de mis hijos me sale como tú.
Posted by: Fatalidad on Julio 8, 2004 12:45 PMVaya, otra vez la esquizofrenia, ahora tengo dos respuestas para esto:
a) Dale mucha fruta fresca ^_^
y
b) Claro, y que luego tenga que correr yo delante del Sr. X y su escopeta.
Ja, ja, ja ...
Posted by: Fatalidad on Julio 9, 2004 09:27 AMNo, NO le des nada de fruta, y entonces te saldrá como él.
¿Cari, no habíamos quedado en que no colgaríamos trabajitos del cole aquí?
Te echo de menos