Bueno, ya he vuelto y, como podíais imaginar, no es que tenga demasiadas anécdotas divertidas e interesantes que contar. Sin embargo al menos he roto un poco mi rutina de sinvivir y eso es algo que se agradece. No puedo decir que vaya a hacer una crónica fiable de estos últimos días. En primer lugar porque mis neuronas han sufrido una merma importante. Y las que sobrevivieron todavía están pinchándose ginseng. Excepto las encargadas de hacerme consciente del dolor de muelas, que esas sí están en plena forma las muy hijas de puta. Aparte de eso, tampoco he tenido demasiado tiempo para tomar notas (de hecho... ¿alguien se cree que alguna vez he tomado nota de algo?), en cualquier caso, este post tiene que servirme, principalmente, a mí. Para recordarme lo bien y lo mal que lo he pasado, y para atenerme a las posibles explicaciones que me venga a pedir la Policía...jojojo.
Miércoles 5: Yo a Boston y mis gayumbos a Atenas
Era jueves por la mañana y sin embargo llovía. Gabri me esperaba para ir al eropuerto con tiempo suficiente, pobre hombre, no contaba con la deferencia que tiene AENA por mi persona. Tanta que su forma de respetar los horarios podría decirse pensada casi exclusivamente para mí. En cualquier caso, no fue tanto el retraso. Sólo el justo y necesario para que, habiendo visto yo que con 5 minutos que quedaban para el embarque no sería conveniente que me arriesgara a meterme al baño, tuviera que esperar otros 35 más sólo para que abrieran la ventanilla de embarque. En fin, supuse que en Barcelona habría algún sitio para mear. Subimos al avión, conseguí fintar a Gabri y colarme en su "asiento de ventanilla" dejándole a él entre un señor gordo y otro señor gordo, yo. Fue un poco pueril la jugada, sobre todo porque yo fuí leyendo el periódico más que mirando el paisaje (la estratosfera es aburrida amiguitos) o, siquiera, los vaivenes del ala, que llegaban a ponerme nervioso. Nos explicaron lo que teníamos que hacer si nos veíamos morir: cómo inflar el chaleco salvavidas (Gabri decía que ya sería mala suerte que nos cayeramos en un charco, pero tuve que recordarle que como no se había hecho el PHN a lo mejor en el Ebro todavía se podía ahogar uno), cómo salir por las ventanillas de emergencia (pisando, supongo, los cadáveres de los viajeros que las taponaran) y todas esas cosas tan amables que te dicen cuando un montón de hierros te va a llevar a más de ocho mil kilómetros de altura. El piloto nos dijo que en las pantallitas iban a proyectar imágenes que esperaba serían de nuestro agrado. No sé si se equivocaron de cinta, yo esperaba algo como Aeropuerto 74 o ¡Viven!; en su lugar nos pusieron unos anuncios de Santa Lucía, muy majos, muy monos, en los que el oso polar devoraba con saña a una morsa. Agradabilísimo.
Al fin llegamos a Barcelona. Fuimos a recoger las maletas y ahí llegó la primera diversión de la jornada. "Oye, Gabri... ¿esa maleta que viene por ahí había pasado antes?" "Sí. Cuatro veces." Algo me decía que otro algo iba mal con mi maleta. "Perdonen...¿mi maleta?" "Uy, ¿es una verde, de forro blando, sobrealimentada y con ruedecitas?" "¡¡¡ Sí !!!" (grité yo ilusionado). "Pues me da a mí que te la hemos mandado para Atenas". Como tendría que volver unas cuantas veces más al aeropuerto ese día, tampoco me asustó demasiado. Tarde o temprano podría recuperarla. Y sí, al final la recuperé. Pero todavía nadie ha conseguido explicarme por qué mis calzoncillos tenían esos churretes de yogur.
Como decía, tuve que hacer varios viajes al aeropuerto. Concretamente, conforme llegábamos al restaurante para saludar a David y a los invitados, Gabri se sentó a comer y a mí ya me tocaba volverme a recoger a más gente. Celsa, la encargada del restaurante, fue buena y me dió un bocadillo de jamón. Fue estupendo, porque el taxista no se molestó demasiado de que le echara migajitas en el coche. Al menos hasta que las vió.
Al volver de este viaje nos fuimos al hostal, a dejar las cosas y descansar (no más de una horita, puesto que el Prat nos estaba esperando de nuevo). Resulta que el tipo se acordaba de nuestras caras, y la cosa es que yo estoy seguro de que a él sí le habíamos pagado.
Tampoco cené. En el aeropuerto no hay lo que se dice buenos bares. Y como no podía ser menos, el último avión de la noche tuvo que llegar con casi una hora de retraso.
Como habréis podido comprobar, este día SI tuve tiempo (una jartá) de tomar notas. Sentado, aburrido, derrengado en las salas de espera de un aeropuerto demasiado cool.
Por la noche, en la habitación, como era de esperar, Tania había ocupado justo la cama que había elegido Gabri para sí. La pobre fue probando colchón por colchón intentando encontrar el sitio adecuado (esta tiene un guisante, esta otra no está blanda, aquella vibra...) con lo que acabó por deshacer todas las camas y acostarse en la misma en la que estaba al principio. Fue divertido, sobre todo porque yo había elegido la única no-litera y pude contemplarlo desde fuera, librándome además de los ronquidos (18 en Ritzer) de Miguel Ángel.
Cuando todos dormían, y como yo todavía estaba destemplado, me fui a leer al pasillo del hostal hasta que llegó una japonesa borracha y se tropezó conmigo. Preferí irme a dormir antes de volver a provocar nuevos incidentes internacionales...
Jueves, viernes, sábado y domingo
Trabajo, trabajo, trabajo y trabajo
Anecdotario
Más adelante, calma y tranquilidad, de momento solo pongo eso a ver si doy pena o algo...
Vaya... Qué envidia... A ver si el año que viene puedo ir yo... O algo...
Posted by: Somófrates on Mayo 12, 2004 06:14 PMOtro que se queja porque no lo mencionan...
Oh, mundo cruel, oh, infelice...
Posted by: efe on Mayo 13, 2004 03:33 AMEs que tú llegaste después de lo que cuenta.
Posted by: Gablin on Mayo 13, 2004 11:43 PM