Los que seáis asíduos a mi otro blog sabréis que hace un par de semanas recibí un cariñoso cuchillazo jamonero en la cabeza. Esa es probablemente la vez que más cerca he estado de morir, pero últimamente no gano para sustos debido a mi poca afición por pensar antes de actuar. Pero empezaré desde el principio...
Sobre la una y media ha venido mi padre a buscarme para ir a su fiesta de pedida. En el coche iba un sobrino autista de la novia de mi padre. No es que sea autista en sí, es que no nos ha dirigido la palabra ni a mi primo, ni a mi padre ni a mí. Eso sí, cuando hemos llegado a donde le teníamos que llegar ha salido corriendo y ha saltado para dar al telefonillo. El pobre ha tardado en darse cuenta de que siendo un tapón de 5 años no conviene hacer ese tipo de malabarismos y se ha comido la puerta.
Después hemos llegado al bar donde se celebraba la pedida y nos hemos puesta a currar mientras degustaba unos canapés de jamón de pato con ¿chicle de semen de burra? ¿la mayonesa de la comunión de Franco? ¿la nocilla que llevaron los primeros colonos calvinistas? En fin, era una sustancia irreconocible y bastante repugnante que me ha costado un mundo tragar poniendo buena cara y haciendo creer que mis arcadas no eran más que ataques epilépticos.
Ya cuando nos hemos puesto a currar en serio me he dedicado a hacer que trabajaba cuando miraba mi padre y he aprendido a poner cañas. Bueno, al menos la teoría...
Así a lo tonto a lo tonto, huyendo de la gente, bebiendo coca colas por la gorra y comiendo jamón como un cabrón llegó el momento de la pedida... Muchas risas, muchas lágrimas, mucho humo, una pulsera, me ahogo, más humo, unos pendientes, los niveles de nicotina en el aire alcanzan niveles alarmantes, más risas, más lágrimas, salgo del bar porque temo que vengan las autoridades sanitarias y nos detengan a todos por ahumar toda la manzana... Lo típico.
Ya después de eso no duré mucho en el bar y me vine a mi casa a estudiar. Como siempre cuando estudio empecé a rebuscar por los cajones y ¿qué encontré? Mi querido Zippo sin gasolina. Entonces, el cerebro comenzó a funcionar y a relacionar términos. Antes de darme cuenta estaba en el baño llenando el Zippo de alcohol. El problema que tienen los Zippos es que cuando los rellenas de alcohol, éste se dedica a desperdigarse por todo el mechero y cuando lo he encendido ha empezado a arder y lo he tirado al lavabo. Entonces me he mirado la mano y... ardía. Me he soplado un poco y se ha apagado, pero ahora tengo dos quemaduras muy molestas. Me lo merezco, eso está claro.