Empiezo este blog (bajo la mirada asesina de Roge, que pensaba que le estaba mangando un espacio en el mismo para, al final, no escribir nada) un sábado por la noche, tranquilamente sentado en mi tualé (o trono, dependiendo de lo fino que uno quiera ser) aquejado por los efectos secundarios del analgésico no esteróideo que estoy tomando para mi dolor de cuello, y después de una carrera desenfrenada por todo Madrid (bueno, en realidad he venido en Metro, pero todos sabemos que el desenfreno es bastante subjetivo. De hecho, en la antigua Roma, participar en una orgía o lupercalia era un deber cívico como ahora reciclar vidrio, pero veían como algo desenfrenado y digno de ser castigado con la muerte el comer pan en unas catacumbas), volvía desenfrenadamente, decía, puesto que creía que no llegaba a mi baño con los pantalones íntegros.
Venía, tal y como decía antes, en Metro, de pie, sin sentarme y tratando de no toser fuerte, cuando no he podido evitar darme cuenta de la gran cantidad de jóvenes y no tan jóvenes que curiosamente, todos esta noche, han salido a la calle con un pañuelo palestino. Yo, que soy de naturaleza curiosa (no en vano mi mejor amigo me compara con un gato, por mi manía de curiosear en todo, no por llegarme a lamerme las pelotas) he estudiado cuidadosamente en cada estación cuánta gente entraba y salía con dicho atuendo, llegando un momento por Gran Vía en el que había en el vagón aproximadamente la misma cantidad de personas con el "kufiyya".
Y dado que me he perdido una noche de fiesta y diversión por una mala interpretación de papel principal en la comedia "Con diarrea y a lo loco", y puesto que tengo que descargar mi frustración contra algo o alguien, voy a decir cuatro verdades sobre este pañuelo que tan de moda parece ponerse hoy en día entre perroflautas y no tan perroflautas.
Comencemos conociendo un poco algo sobre este pañuelo que hoy pasean tan alegremente tanto por Lavapiés como por Serrano (en un claro ejemplo de que Madrid no entiende de clases sociales a la hora de hacer el hortera) la gente mientras saca al perro, va a comprar pan o van a mear contra una pared (esto último sí que es más común verlo en Lavapiés que en Serrano, pero, todo al tiempo). Este tradicional símbolo palestino es en realidad una especie de echarpe ligerito que se usa por todos los países árabes para usos tan diferentes como , protegerse del frío en los días de frío, protegerse del sol en los días de sol o protegerse de la puta arena que se te mete en la boca en los días de calima. En Palestina, que es el hermano pobre y tonto de todos los países árabes (vamos, es creo el único país de todo el Oriente en el que en vez de brotar petróleo del desierto brotan colonos israelíes) desde los años sesenta han encontrado una utilidad distinta para este pañolón, también protectora, y es la de proteger los rasgos faciales de las miradas indiscretas de los militares israelíes mientras se les tira piedras o cócteles molotov, actividades éstas muy extendidas entre la muchachada palestina, carente de Play Stations, Wiis o móviles con politonos, y deseosa por tanto de dar por culo. De esta manera, la "kufiyya" se convirtió en un símbolo de la resistencia palestina frente a Israel, especialmente desde que el finado Yasser Arafat lo paseara con esa planta y donaire que tenía por todos los países occidentales y lo regalara a varios líderes a cambio de las donaciones millonarias que le daban para la causa (hoy en día no está nada claro si la causa era la liberación de Palestina o que su señora esposa viviera como la reina de Saba en París, pero eso no viene al caso)
Desde entonces este pañuelo ha sido adoptado como símbolo o bien de apoyo a la causa palestina, o bien como símbolo de rebeldía, o bien simplemente como símbolo de aborregamiento. Desde los setenta (más o menos, calculado a ojo de buen cubero) hasta hace un año y pico, este pañuelo lo solían llevar personas que tenían la imperiosa necesidad de gritar un mensaje a la cara de esta sucia sociedad consumista: bebo en la calle.
Dejémonos de monsergas izquierdistas: lo que une a todas y cada una de las personas que llevan este pañuelo es la necesidad, casi dependencia, de beber cerveza y calimochos (o, tal y como se escribe en ámbitos pañuelires, "kalimotxos") en la calle, a ser posible apoyado en un coche ajeno o sentado en un portal (esta opción facilita mucho el echar después la pota). Luego, en función del sexo y edad de la persona que lleve este pañuelo, puede deducirse un mensaje secundario más personalizado, afinando más. Yo he hecho un pequeño estudio y he llegado a las siguientes conclusiones:
- Hombre menor de 18 años: mamá, fumo porros. De los buenos.
- Mujer menor de 18 años: tengo cierta urgencia por perder la virginidad, y no me importaría que fuera en el portal éste.
- Hombre de 18 a 30 años: me siento muy alternativo, considero esta soziedad kapitalista una mierda, y la globalización me la suda. Hablando de sudor, hay que ver lo que se suda en los chill out de Tarifa, este año igual y voy a Ibiza mejor.
- Mujer de 18 a 30 años: ¿depilarme? ¿para qué? ¡si luego vuelve a salir!
- Hombre de más de 30 años: soy drogadicto y no me avergüenzo.
- Mujer de más de 30 años: soy Ana Obregón y avergüenzo.
Sí, queridos lectores, habéis leído bien. Si ves a una chica joven con palestina en el cuello, es muy probable que puedas encender una cerilla frotándosela en las piernas. En realidad, el palestino es un elemento igualador de los géneros humanos, porque hace que los hombres con pañuelito de colorines al cuello tengan ese "ye ne sé pa cuá" un tanto mariconeril (especialmente cuando van de uno en uno en el Metro, cuando van siete a la vez échate la mano a la cartera), y las chicas con pañuelo palestino al cuello es muy posible que tengan más pelo en el pecho que ellos (y no hablo en sentido figurado...)
En realidad, ¿qué es el pañuelo palestino? Bueno, es un rectángulo de lino o algodón que tiene la fabulosa cualidad (y creo que por eso ahora las marcas de moda lo están vendiendo en esta época de crisis) de que el que lo adquiere no ha de preocuparse jamás de que se deshilache, porque ya viene deshilachado de fábrica. Desde aquí propongo que la Unión Europea, que con tanto gusto le da mi dinero al pueblo palestino para que luego se lo gaste justamente en lo que no debería gastárselo, les done algo que les sería de mucha más utilidad: telares. Porque la calidad de los "kufiyya" se parece más a las ñordas que le salían a mi prima cuando jugaba con "la tricotosa" (¿os acordáis del anuncio? "con estas manitas/y mi tricotosa/puedo hacer cantidad de cosas". Pensándolo bien, éste podría convertirse perfectamente en el himno de la Palestina Libre).
El pañuelo palestino puede llamarse así, pañuelo palestino o palestina, dicho en castellano, aunque también se le puede denominar con nombre autóctono: kufiyya, aunque también puede llamarse kaffiyah, keffiya, kaffiya, kufiya, kefiyyeh e incluso shimag, attra o gutra. Vamos, que puede llamarse como te salga de los cojones. Es como la leche fermentada, que en función de la marca, puede llamarse yogourth, yogurth, yogurt, yogourt, yogur, o ya si nos ponemos místicos, "postres desnatados Pascual envasados después de la fermentación".
Otra de las cualidades curiosas de los pañuelos palestinos es que la probabilidad de que una persona lleve uno de ellos al cuello es inversamente proporcional a la probabilidad de que sepa situar Palestina en un mapa. No olvidemos que, al fin y al cabo, el pañuelo palestino lo suelen llevar personas para las cuales los colegios no son más que meras herramientas de control por parte del estado opresor, y que por lo tanto prefieren desoprimirse fumándose las clases apoyados en la valla del colegio (y, nuevamente, lo de "fumándose" no lo digo sólo en sentido figurado) y pasando de todo.
A pesar de que creo que he demostrado de forma bastante fehaciente que el pañuelo palestino jamás debería de haber salido de Palestina, he observado, tal y como dije al principio de toda esta disertación fruto del Enantyum 25 mg con película protectora y todo, un número extrañamente elevado de personas que llevaban este pañuelo al cuello (o no al cuello. He visto con mis propios ojos en la calle Alcalá a un chico de unos 35 años vestido con traje de chaqueta y corbata y con su palestino atado a la cintura a modo de fajín aragonés. Y es que, amigos míos, la reivindicación territorial en Oriente Medio no tiene por qué estar reñida con el pijerío más refinado). Y aprovechando que en el Metro de Madrid hay señal de 3G a ratos sí, a ratos no, he buscado alguna referencia y me ha sorprendido leer que es que el pañuelo de marras se ha convertido en todo un fenómeno de moda. Vamos, que hasta el diseñador vasco Balenciaga ha hecho un pañuelo palestino de diseño que me imagino que causará furor entre la juventud aberzale donostiarra, ya que esta ciudad se caracteriza por unificar dentro de sus lindes tanto a los jóvenes más oseas y pirimpimpín como a los más furiosos quemadores de autobuses de toda España (o de todo el Estado, o de toda la Península Ibérica, a elegir en función del nivel de aberzalismo que tenga uno). Por lo visto, hasta David Bisbal y David Beckham se han hecho una foto con un pañuelo de estos, haciendo las delicias de las jovencitas palestineras que pueden por fin poner en la pared de su habitación un póster a tamaño natural de un tío bueno y no caer en la ñoñería.
Y yo me pregunto: ¿por qué un pañuelo palestino si es feo, coño? Porque es feo, es un rectángulo deshilachado blanco con un dibujo rojo, negro o en casos hasta azul, con un patrón similar al de los trapos de cocina que pueden adquirirse por un módico precio en cualquier tienda en paquetes de a cinco. ¿Por qué un pañuelo palestino (preguntaba) y no un cachirulo aragonés de diseño? Pues muy fácil, porque somos unos pringaos, y no sabemos defender lo nuestro frente a corrientes foráneas. Claro, porque si nos dejáramos de tonterías de que si esto es mi país, que no que es una comunidad autónoma, que yo me quiero independizar, que de qué te vas a independizar tú, que cómo que no me independizo que te quemo un cajero de la Caja Rural de Morata de Tajuña, que... en fin, si en vez de andar con gilipolleces nos uniéramos, estoy convencido de que ahora se consideraría chic lucir, entre las damas de la alta sociedad que toman "café au lait" y visitan Le Pompidou (en París, que uno es muy viajado) un dechado con un bonito bordado de Lagartera. Y lo que sería más importante, veríamos a jovenzuelos rebeldes de ambos sexos en países de todo el mundo fumándose un porro tan ricamente, apoyados en la valla del colegio, con una peineta española y una hermosa mantilla cayendo pudorosamente sobre sus hombros, como símbolo de inconformismo, sembrando en la sociedad mundial una semilla de solidaridad con España que nos vendría un rato bien en estos momentos de crisis.
En fin, ahí os dejo mi reflexión, que los efectos de la puñetera pastilla vuelven a aparecer, y honestamente, no me apetece llevarme por enésima vez el portátil al baño.
El Puto Amo
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