Marzo 18, 2004

Mizu no kokoro

La brisa acaricia suavemente las hojas de los sauces, a ambos lados del claro en el que se encuentra. Algunas nubes se tornan oscuras a lo lejos, como si el horizonte careciera de luz que ilumine los pastos, o como si fueran estas mismas nubes las que amenacen con encharcar los caminos.

Pequeñas mariposas revolotean en la hierba, como si no se decidieran a posarse nunca sobre alguna planta. Mientras, pocos pájaros surcan el aire, salvo alguna golondrina esporádica, que salta de copa en copa, aparentemente buscando donde esconderse.

La fresca brisa entra por los pliegues del keikogi de Kenshin, enfriando más que reconfortando. Por más que pudiera ajustarse el cuello, las amplias mangas crean una entrada perfecta, casi inevitable. Aún así, un leve apretón en la mandíbula tensa la quijada, pero mantiene la concentración.

De pie, impertérrito, escruta el horizonte y afina el oído, como buscando una señal de comienzo. O tal vez de final.

No es una sensación nueva para él, ni muchísimo menos. Aunque seguramente desearía no estar ahí en ese momento, son cosas que no se pueden escoger. Como el lugar de tu muerte, o el momento en que escapas de ella, a veces son los dioses quienes marcan el destino y quienes deciden las pruebas a superar.

Y por fin aparece. Como un leve eco traído por el viento, un sonido casi imperceptible se oye al otro lado de la colina que está a lo lejos, pero que aumenta al poco de acentuar el oído. Ruido de cascos de monturas que se acercan...

Kenshin siente el instinto de mirar de reojo, hacia atrás, pero lo evita. No es necesario. Sabe que no hay nadie más.

El sonido se hace cada vez mayor, mientras nota que su respiración comienza a acelerarse. De repente el aire se hace más frío, y su entrada en los pulmones casi congela. Las palmas de sus manos se humedecen, su cuello se tensa y el corazón palpita con más insistencia.

Hay veces en la vida en que no se trata de avanzar, ni de retroceder.

Y, aún cuando no aparecen, basta con oirles llegar. Es casi inevitable.

Kenshin cierra los ojos lentamente e inspira profundamente por la nariz. Como si se tratara de un gesto automático, casi mecánico, retrocede con mucha suavidad su pierna izquierda, baja el mentón y sus dos manos sujetan funda y empuñadura...

Escrito por Uesugi Kenshin a las Marzo 18, 2004 01:10 PM
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