Otro día más. Pero este es diferente.
Tal vez porque haya más disciplina, tal vez porque haya más amor propio...
De momento no he mirado el móvil. Me niego. Aguanto todo lo posible.
Ayer me hicieron darme cuenta de que no tengo por qué estar al quite, respondiendo todo al momento, con amabilidad y una sonrisa... Porque a veces la amabilidad se confunde con debilidad.
Me cuesta hacer este ejercicio de autocontrol, de no dejarme llevar por los sentimientos, de ser lo suficientemente frío como para calcular si se merecen o no este esfuerzo que arrastro desde hace ya tres meses.
Sinceramente, la cosa sigue igual de jodida, no aumenta para nada la incertidumbre (porque a fin de cuentas, saber qué tengo en el móvil, si he recibido un sms o si tengo una llamada perdida, no va a responderme nada, en realidad).
¿La única diferencia? Que me siento mejor conmigo mismo. Que he levantado la barbilla.
Es triste actuar así. Me disgusta, porque supongo que en el fondo no entiendo por qué tantas reservas. Pero es cierto que, antes de darlo todo, tienes que plantearte si cae en saco roto. No es que sientas menos amor por ello... simplemente, es que te valoras más a ti mismo. No tengo por qué recoger las sobras de cariño de nadie. Valgo lo suficiente como para pedir lo mismo que doy.
No sé cuánto me durará este momento de lucidez, pero espero que años...
Son pequeñas conquistas que sí, logran que la vida escueza menos, pero que también arrastran consigo buena parte de nuestra inocencia...
Es lo que tiene la lucidez. Ver demasiado. Y eso también pasa factura.
Siempre es mejor ver. Porque te hace sentir. La ignorancia, como dice un amigo mío, es una anestesia. Y NUNCA te conformes con las sobras. Nadie se merece pedir cariño como si fuera limosna.
Acabo de descubrirte. Volveré.