Había un valle cuajado de pinos conocido como Gargafia (...) en cuyo más apartado rincón hay una gruta (...). Aquí solía la diosa de las selvas, cuando estaba fatigada de la caza, bañar en el cristalino líquido sus miembros virginales. Y mientras allí se baña la Titánida en aguas acostumbradas, he aquí que el nieto de Cadmo, llega a aquella espesura; pues los hados lo llevaban...
OVIDIO, Metamorfosis III
Las pantallas iluminan tenuemente con sus imágenes en blanco y negro la pequeña habitación. En su interior, una mesa con crucigramas a medio hacer, migas de pan, papel de orillo y una lata de cerveza. Frente a ella, sentado en una silla giratoria, Acteón: gordo, sudoroso, treinta años que ya le dejan una calva bastante ridícula.
El centro comercial no está demasiado lleno a las 16:00. El calor agobiante no anima a la gente a salir antes de bien entrada la tarde, ni siquiera con la esperanza de llegar a un recinto con aire acondicionado. Sólo algunos chicos en la puerta del cine, y otros que pasean mirando escaparates o terminan su almuerzo en cualquiera de los bares del centro.
Todo está tranquilo, y Acteón cambia de cámara para dedicarse a algo más entretenido. Los cuartos de baño tenían cámaras –aunque no lo avisaran a los clientes- para evitar que las parejas los usasen continuamente como picadero, pero los de seguridad solían también vigilar a las chicas solitarias, por si acaso. Acteón le echa el ojo a una que acaba de entrar: rubia, con el pelo recogido en dos pequeñas coletas, y medio disfrazada de Teniente O’Neill, con camiseta de camuflaje y pantalones caquis. ¡Buena pieza! Contempla con una sonrisa estúpida cómo se baja el pantalón militar y el tanga para sentarse en la taza, pero contrariado advierte en otra pantalla que un par de chicos se cuelan en el de minusválidos. Mierda de maricones. Da aviso a su compañero de la planta para que se presente allí. Vuelve a la cámara anterior y comprueba malhumorado que la O’Neill está saliendo ya. Echa una ojeada por si acaso al de caballeros, y ve a Rafa, uno de los responsables jefes de ventas, meando. El hijoputa fijo que la tiene más corta que un chino. Con veinte años y su cara de niño pijo, llega al centro hace dos meses y lo ponen de encargado, al gilipollas. Pues como se mee fuera lo va a saber todo dios, y no tiene ni puta idea de que lo están grabando.
Nuevo cambio de cámara a los lavabos femeninos, pero esta vez da un respingo. Diana, su novia está entrando. ¿Pues no estaba de compras con sus amigas por Torremolinos? Menos mal que está él de guardia, llega a estar el vicioso de su compañero y se la cascaría viéndola, el tío cerdo. Mientras termina, Acteón da un repaso a los pasillos y las entradas. Nada. A esa hora, en verano, lo único entretenido son los servicios. ¿Habrá terminado ya Diana? Mejor mirar sólo la puerta del servicio por si sale, una novia no es como cualquier otra tía con la que disfrutas mientras la ves mear. ¿Cómo, un tío entrando? ¿Otro maricón esta tarde? Es Rafa, ¿qué hace? No... en el de Diana no... ¡cerdo! ¿Y Diana qué hace abriendo...?
Acteón cambia de cámara y le da un trago, temblando, a la cerveza, que ya empieza a estar caliente y sin gas. Diana, ¿por qué? ¿Y la boda?... ¿qué hacer? No puede dar un toque a su compañero para que vaya a interrumpirlos, ¡qué vergüenza, si todos la conocen allí! Pero tampoco puede dejarlos así... Con mano insegura cambia de canal hasta que llega al cuartito de Diana. ¡No puede ser, su novia arrodillada frente a ese cabrón! Zorra...
Acteón sale de la habitación, decidido a hacer cualquier barbaridad. Tiene una porra, una pistola reglamentaria y toda la sangre de su cuerpo bombeando en la cabeza. Baja las escaleras y se dirige directo hacia los servicios. Hace caso omiso del saludo extrañado de su compañero que pasea por los pasillos y sigue adelante. La vista se empieza a nublar, golpea fuerte el pulso en las sienes. ¡Iban a casarse! ¡No había conseguido aprobar las oposiciones a policía pero a Diana le daba lo mismo! ¡Se querían! ¡El piso vendría más tarde!
Con un golpe seco Acteón abre la puerta del servicio haciendo salir, asustadas, a dos chicas que frente al espejo arreglaban su maquillaje. Pega el oído al cuarto de la pareja y por un momento teme que hayan huido. Pero la voz bien conocida de su prometida suena, susurrante. “¿Se han ido ya, no?” Sin dudarlo más, Acteón se lía a patadas y porrazos con la puerta, mientras aúlla y grita y exige que la abran sin dejar de insultarles. Zorra, cabrón, ¿cuánto tiempo llevabais engañándome? La puerta cede y mientras Diana chilla como una histérica, Rafa arremete contra él y le consigue quitarle la porra, golpeándole. Está encima de él y Acteón ya no puede soportar más humillaciones. Se revuelve, empuja a Rafa y le apunta con su arma. Está sangrando por la ceja y ve todo rojo. Clac. El revólver está listo para disparar. Diana está sollozando, roja de vergüenza y blanca de terror, y Rafa sigue en el suelo sin atreverse a mover un dedo.
De repente, entran en el servicio cuatro guardias de seguridad y acorralan a Acteón. Suelta la pistola y pon las manos en la pared. Deprisa. Diana echa a reír como una loca: “¿Qué pasa ahora? Llámame ahora todo lo que me has dicho antes si eres capaz. ¿No puedes?” Le escupe, y Acteón sigue con sus dos manos en el mango de la pistola. El escupitajo gotea por su barbilla, y cuando se agacha lentamente para dejar el arma en el suelo, hace el amago de lanzarse hacia su prometida. Bang, bang. Su gordo y sudoroso cuerpo rueda, sangrando, por el suelo encharcado de orines. Muere cornudo y tiroteado por sus compañeros.
Echó mano a lo que tenía, al agua, regó con ella el rostro del hombre pronunciando además estas palabras que anunciaban la inminente catástrofe: ‘ahora te está permitido contar que me has visto desnuda, si es que puedes contarlo’. Y sin más amenazas, le pone en la cabeza que chorreaba unos cuernos de longevo ciervo, le prolonga el cuello, hace terminar en punta por arriba sus orejas, cambia en pies sus manos, en largas patas sus brazos y cubre su cuerpo de una piel moteada. (...) Toda la jauría le persigue (...) Mientras ellos los perros sujetan a su dueño, se congregan los demás de la tropa y juntan sus dientes en aquel cuerpo. Por todas partes le acosan, y con los hocicos hundidos en su cuerpo despedazan a su dueño.
OVIDIO, Metamorfosis III
Muy chula la historia. :)
Escrito por Santo a las Agosto 8, 2004 03:48 PMPos dejate de escribir paranoias y escanea el bonito regalo que te he traido de León...
:P que no io, que está muy bien. Aunque no te veía yo escribiendo cosas tan tosquitas eh... :P
Escrito por Delirio a las Agosto 8, 2004 04:33 PMO_O...O_^^..Que fogoso el cínico de la esquina inferior derecha...GRGRRR
Escrito por Son...Esth...CHIRIMOYITA! a las Agosto 9, 2004 02:02 PM