Siempre pasa lo mismo cuando apagan las luces: o se callan de golpe o gritan como locos. A pesar de la excitación general de la masa que me hace reconocer ese olor tan peculiar que tiene el ansia de violencia, hoy les ha tocado callarse. Las luces se apagan, lo único que escuchan es un bajo modulando tenuemente por encima de sus cabezas y se callan. Desde la línea imaginaria que divide el túnel de vestuarios y la platea los oigo respirar con furia y un estallido demente acompaña el primer golpe de caja justo en el momento en el que todos los focos de este puto templo de destrucción me enfocan directos a la cara sin hacerme pestañear. Eso es lo que más enciende al público, estos gestos épicos que sólo gente como yo puede hacer, precisamente porque ellos jamás sabrán a qué sabe el desayuno de un héroe. A mí sólo me enciende este ardor descarado justo antes de empezar a abrirle la cabeza a un pobre iluso. Eso y un tema con un flow delirante, algo casi sexual que me haga confundir sensaciones y subir al ring con una erección quimérica que crece hasta medidas inmorales cuando me descubro frente a un tic de novato que, satisfaciendo la hambruna adicta de mi ego, me revela que lo de hoy va a ser un auténtico festín de sangre y sordidez. Dos bandas de goma se separan y me devuelven a mi breve aunque regular hábitat natural de implacable depredador. Y es aquí donde empieza una historia bien distinta...
Ahora todo es distorsión y groove, bombos como rocas y guitarras recurrentemente sincopantes que se engranan para crear un juego de piernas que corteja, conquista y fecunda el miedo de aquél que vió nacer el día perdiendo. Una, dos, tres y hasta mil veces retumba un sonido seco en los parietales de este pobre hombre que, perdido en una isla borrosa, se tambalea con la estúpida idea de no rendirse, de hacer caso a su padre y siempre dar lo máximo. Una pausa en la maquinaría de matadero en la que un ser superior llamado hambre ha convertido mi cuerpo le regala el tiempo justo para recoger sus dientes de la lona antes de que un último golpe termine con esta humillación.
Caerá como una plomada y no despertará hasta después de tres horas de reposo en una cama de hospital.
Y yo no pediré perdón. Tampoco pediré reconocimiento. La gente como yo no hace esas cosas. Nos limitamos a no pestañear cuando todos los focos de este puto templo de destrucción nos enfocan directos a la cara...
Abrazos per tutti!
Una idea (poco) original que BoZ tuvo a eso de las Julio 14, 2006 08:03 PM