Tú no sabes lo lenta que soy cuando recojo la mesa, al deslizar
los cubiertos sobre el plato para empujar los restos de comida a
la basura. Tú no sabes que prefiero que el helado se derrita, que
siempre acabo volcándolo en el suelo para que el gato se lo coma.
Tú no sabes que el gato se llama Galileo y que fue mi padre
quien le puso ese nombre.
Cuando alguien deja de quererte el nivel de los pantanos no es
un tema prioritario, y yo llevaba una semana olvidando cerrar el
grifo mientras me cepillaba los dientes. Sin embargo, no
encontrar aparcamiento en toda la manzana hubiese sido una
tragedia. Menos mal que te llevaste el coche.
Cada uno llegó con su vida. Una vida cada cuál mas, una vida
juntos rompe cualquier principio matemático, pero cuando las
cuentas salen y una vida para dos suma tres, no hay teorema que
lo avale.
Soñabas y te caías a pedazos. Yo limpiaba debajo de la cama y
entre pelusas (blancas) encontraba botellas rotas. Me causaba un
dolor inmenso barrer el futuro que había imaginado para nosotros.
Deseé que todas las nubes descargaran sobre mi cabeza. Y llegó
el invierno más triste. La lluvia lo limpia todo pero llena los
bares de parejas con frío y calcetines húmedos.
No estás por más que te mire.
No volveré a tocarte, pensé aquella noche. Cuando me dejes me
marcharé de esta ciudad. Mentira.
El Capitán Marlow, dijo: Un barco es muy parecido a otro y el
mar es siempre el mismo. Ceesepe, dijo: Sustituir un caballo por
una escoba y demás sueños que pudiéramos tocar con las manos.
A ver cómo lo explico: tú no estabas, la cuidad dejó de
importarme y celebré la llegada del nuevo siglo con un año de
retraso.
-El amor acaba con los principios.
La muerte también (no llegué a decir).
Cucarachas, ratas, palomas y gallos. Tigres de bengala. Nunca me
gustó Rousseau. Te mentí muchas veces.
Todo esto no ha pasado aún. Mis palabras no son más que el mapa
de un tesoro que nadie quiere desenterrar. Así que custodia bien
tus recuerdos para cuando vuelvas a mirar la playa y yo no esté
allí para cantarte estribillos. Esta historia también eres tú: un
ejército de peces vaciándome. Pero no olvides que nada tengo que
ver contigo ni tú con esto.
Hablamos 53 minutos 18 segundos por teléfono. Cuando fui a pagar
me faltaban 15 pesetas, que la chica del mostrador decidió
perdonarme. Quedamos en que vendrías. La mentira más grande:
descubrir un gel de litro en tu bolsa de viaje: se suponía que
venías para quedarte.
En el muro que separaba nuestra casa de la estación, el hombre
de la capucha esperaba el sol del verano. Le hiciste una foto con
mi 300, la única que conservo de aquel año en que nos íbamos a
comer el mundo.
Dormir en el sofá se hizo costumbre.
Después de incendiarme la cabeza como en un cuadro de El Bosco y
decidir que Dalí era el más grande de los impostores, me pediste
un secreto.
-Siempre uso camisetas de rayas.
Llorábamos como críos por algo que nos traía sin cuidado. Te
duchaste vestid@ (de eso tienes que acordarte) y, para
consolarme, me contaste como tu mujer se volvió loca y rompió una
a una todas las tuberías de la casa.
Queda demostrado que no sabíamos beber.
Desayunamos en un chino y te acompañé al aeropuerto. Me
entregaste un paquete de Ilford varitado y la camiseta de Adolfo
Domínguez que tanto me gustaba. No la acepté. Ahora me
arrepiento.
Nos gastamos una pasta en cognac, ternera gallega y manzanas
verdes para celebrarlo. Primero Berlín, después Londres. Total,
para fotografiar el miedo en una cornisa y vivir con un gato. Te
olvidé al tercer día según tus cartas. Las mías, dijiste, siempre
decían lo mismo.
De la casa conservo la llave de tu cuarto y el vaso azul de los
chupitos. Las rosas que recibí las regalé a la portera por si
eran tuyas. Tarjeta no había. Por eso, cuando te vi en aquella
película de Greenaway besando a una mujer muerta, admití haberme
equivocado.
Podía haber sonado Car más de cien veces en mi corazón, pero
Doug todavía no la había escrito. Samuel Barber hizo las veces.
-Sácame de aquí.
Tú tenías un sueño. Mejor: Tú no tenías sueños. De otro modo
tendría que contar que aquella tarde en la azotea me juré no
verte más a escondidas. Se nos hizo de noche. Después me
presentaste a tus abuelos. Por eso la camisa blanca, explicabas,
porque el color negro les asusta. Sus corazones, recuerdo, dos
juguetes de plástico abandonados en la orilla.
-Si me encierran, ¿vendrás a verme?
Ruido de pelota golpeada por palas de madera, casi idéntico al
tic-tac de un reloj de pared gigante y desincronizado. Reloj con
arritmia. Recojo y me largo. He venido a descansar, no a matar el
tiempo.
Si supieras qué absurda me parece esta sombrilla y estas
estrellas de mar movidas por ningún amor. Qué absurdas esas
risas, el calor, los filtros solares. Yo quería tormentas, no
este sol espléndido.
Mira esos dos: él se deja quitar un punto negro del hombro para
que ella se deje quitar el bañador (después). Cada cosa su
precio. Yo tuve el mío escrito en el corazón con rotulador
fluorescente: una ganga. Tú no llevabas calderilla.
Así comenzó este peregrinar por playas a las que sólo se llega
andando. Calas enrocadas, jaque mate, amor, jaque mate, que he
perdido en la resaca la mitad del bikini. Aun así sigo buceando.
Ya sabes que aguanto más de dos minutos sin respirar. Rastreo el
fondo: desde aquí abajo podría jurar que aquellos meses fueron
unas vacaciones pagadas en un balneario decorado por Chejov. Cada
noche Dj'Kundera pinchaba el Hit Parade en el salón de bailes.
Mesa, cenicero, click y ya están fumando. No me gusta la gente
que fuma, denota ansiedad y la ansiedad es un síntoma, dije. Y
enseguida: cuaderno, bolígrafo, click y te lo cuento. Yo no fumo,
yo escribo. ¿Ves a esa mujer? Podría ser yo, pero yo nunca tuve
deseos de caminar descalza más allá de tus ojos. Miraras o no.
-Hay sueños que es mejor no descifrar.
Frases largas para preguntar, cortas para responder. Mis
respuestas eran dibujos en la alfombra, como si la alfombra fuese
esta arena donde (ahora) escribí tu nombre con el dedo antes de
que el mar se lo llevara una y otra vez.
Me dolía el aire. Tal era la velocidad.
Eso buscamos: toda una vida para encontrar alguien que ponga
letra a esos acordes que sacamos uno a uno en una Fender
prestada. Tú no tenías oído y yo nunca he cantado en la ducha.
Aún así teníamos que haberlo intentado. Yo: mezclar tus óleos con
secativo de cobalto. Tú: leer en voz alta mis poemas. Yo:
acentuar tus esdrújulas. Tú: chupar mis pinceles (tu saliva)
hasta que cada punta fuese una aguja. Y todo por ver cómo cae la
noche (decelerada) con una sola ambición, sin un mal gesto, con
un hambre de siglos, y rendidos preguntarnos cuánto más o nada
más. Si seguimos esperando o ya hemos llegado al the end de esta
novela rusa que es la vida.
En resumen: elegí un pueblo pequeño, llegué de noche y vi la H
encendida sobre la bahía, no tenía con quién pasar la mañana y
pasear en barca fue sólo una opción entre mil. Imposible
equivocarse. Después, los cobardes, le llamarán casualidad.
En resumen: en algún lugar hay dos cuerpos tumbados en la playa
y ninguno es el mío. Mientras, me maquillo de aftersun para
nadie. Y te recuerdo que no me diste tu teléfono.
En resumen: el futuro será una página escrita.
-No te despiertes, amor, ya me encargo yo.
Ciao mare, oí decir.
El futuro solo será un folio en blanco en el que tú solita puedes escribir sus palabras y soñar sus versos.
Escrito por: khardaia, el Martes, 09 de Marzo de 2004 a las 10 AM