10 de Agosto del 2005

Moraleja

No sé si la vida está escrita en algún oculto lugar. Desconozco hasta que punto podemos elegir nuestro destino, y de poderlo elegir quién nos da las opciones. Hasta hace poco uno de esos pensamientos que parece que van a variar poco en tu vida era que los seres humanos, como todo organismo, nace, vive y muere en un ciclo vital organizado por la armonía biológica. En esta visión tan terrenal de la vida no cabe la existencia de la suerte ni de una fuerza que dirija ni que ordene ningún tipo de consecución de eventos, pero no hay nada más humano que dudar y yo, ahora, dudo.

La consecución de eventos de mi vida no ha sido bajo ningún concepto lo que yo entiendo por usual. Y digo usual porque los humanos tendemos a acostumbrarnos a una serie de posibilidades que se dan en la vida y que éstas no cambiarán en su esencia aunque sí variará el grado en el que ocurren. Todos damos por posible que nos toque un premio y conocemos esa sensación, de ahí suponemos que si nos llevamos un premio multimillonario será lo mismo pero en mayor medida. Al igual ocurre con lo malo pues todos sabemos lo que duele un corte con un cuchillo y sabemos que con una espada será muchísimo más doloroso, pero, en esencia, el mismo concepto.

Pero ¿qué pasa cuando se produce un evento nuevo? Si aun fuésemos niños probablemente lo asimilaríamos y aprenderíamos de él, pero no es el caso. La vida te ha enseñado valores para medir todo lo que te ocurre y con esa escala sabes que tu vida es más o menos afortunada, encontrarse un evento nuevo y muy alejado de esa escala de valores es sin duda algo en lo que pensar, pero no como un adulto sino como un niño, capaz de ser objetivo y aceptar nuevos conceptos. En este punto debemos intentar recordar qué se sentía de niño ante algo nuevo, qué se necesitaba para ser objetivo, qué se hacía para asimilar y aprender... y es que los adultos, aunque parezca mentira, hemos desaprendido muchas cosas sobre la vida.

Lo más chocante podría ser que muchos de esos eventos nuevos son muy similares a situaciones que ya hemos leído mucho antes, en nuestra infancia, en los cuentos. Esas fábulas no nacieron en los libros, nacieron en la mente de algún escritor o cuenta-cuentos más o menos hábil o desconocido. Un adulto, en su supuesto sano juicio, tuvo la desfachatez de escribir algo que tú ahora ya sabes que es posible pero que te sigue costando asimilar. ¿Cómo pudo hacerlo? Se puede pensar que tuvo una educación diferente, en otro lugar, otra cultura... pero no parece razonable pues los cuentos suelen pasar más allá de culturas y territorios. Sin duda sabía algo o quizás su prodigiosa mente intuyó que podía ocurrir, y no sólo lo sabía sino que lo hizo pasar de generación en generación. Pero esa es una sabiduría perdida, ya que no he tenido ni el más remoto conocimiento de ella, o si lo he tenido siempre aparecen algunas voces diciendo que eso “son cuentos de niños”, dándoles un valor irreal, pero no sería la primera vez que alguien habla por hablar.

Me gustaría saber ahora donde está el que me dijo a mi que los príncipes azules y las bellas durmientes no existen. Que no se puede suponer el extremo optimismo de pensar que ahí fuera, en algún lugar, hay una persona perfecta para cada uno de nosotros. Supongo que si lo preguntase ahora esgrimirían argumentos referentes a estadísticas demográficas, cuestiones religiosas o enrevesadas tautologías, pero sin duda no tendrían el valor real de negármelo. Pero nadie lo pregunta. Quizás es miedo, quizás es no tener ganas de admitir errores propios. Sea cual sea la razón me presento como esa persona que responderá de un modo diferente este tipo de cuestiones, y ahora que sé mucho más de lo que sabía, y si no es así, si alguien duda, que por favor no me despierte de este cuento en el que vivo, dentro de unas cuantas páginas me tocará besar a mi bella durmiente.

Pensado por algo más que huesos a las 02:12 | Categoría: ser o no ser cebolla
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