EL PERIODICO 13/05/2004
MERCEDES HERVÁS
NUEVA YORK
Los mandos militares implicados en el imparable escándalo de las torturas en la prisión iraquí de Abú Graib no están dispuestos a aceptar la culpa en silencio. La general Janis Karpinski, que dirigía la cárcel cuando se cometieron los abusos, afirmó que el traspaso de los interrogatorios a los espías militares, que usan métodos más duros, le fue impuesto por sus superiores, el general Geoffrey Miller, exdirector de la prisión de EEUU en Guantánamo (Cuba) y actual director de Abú Graib. También señala al general Ricardo Sánchez, comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak.
Karpinski, que ha sido amonestada formalmente y podría ser sometida a acciones disciplinarias, hizo esta acusación al general Antonio Taguba, que la recogió en un anexo secreto del informe que le encargó el Ejército. Esta versión fue confirmada por el abogado de la general y revelada ayer por The Washington Post.
"GUANTANAMIZAR" LA PRISIÓN
"Vamos a poner en marcha en Abú Graib los procedimientos de la inteligencia militar, porque no estamos obteniendo la información que deberíamos de los detenidos", asegura Karpinski que le dijo Miller en una reunión celebrada en Irak el pasado septiembre. Fue una visita del entonces director de Guantánamo a Bagdad, para informar a Karpinski de que la cúpula del Pentágono estaba descontenta con la escasa información que obtenían de los presos de Abú Graib y querían "guantanamizarla". Miller fue puesto al mando de la prisión hace dos semanas.
El encuentro entre los dos generales fue tenso, según cuenta Karpinski, primera mujer con mando sobre soldados en combate y jefe de la Brigada 800ª de la Policía Militar, que regenta 12 prisiones en Irak. La general asegura que se resistió a ceder el paso al espionaje militar. "Tengo permiso del general Sánchez para hacerme cargo de cualquier instalación que quiera", le espetó Miller. Incluso le dio un ultimátum: "Haremos esto a mi manera o por las malas", dijo el jefe de Guantánamo.
Karpinski, quien fue relevada de sus funciones a finales de enero después de que varios militares fueran acusados de torturas, afirma también que fue Sánchez el que autorizó a los guardias de la prisión, en noviembre, el empleo de fuerza letal contra los presos. "Estoy cansado de esta mentalidad de policía militar, quiero que disparen primero y usen fuerza no letal después", sostiene Karpinski que le dijo Sánchez.
Los senadores de EEUU pudieron comprobar horas después de que saltara esta noticia las consecuencias de esa fuerza supuestamente "no letal". Los parlamentarios vieron más de 1.800 fotos de las torturas. "Atroz" y "horroroso" fueron los adjetivos más usados para describirlas. Algunos senadores explicaron que vieron cómo mujeres iraquís eran obligadas a mostrar sus pechos y masturbarse y cómo algunos reclusos eran forzados a tener sexo con otros hombres. Todos coincidieron en que son mucho peor que las publicadas hasta ahora.
DENUNCIAS DE LA ONU
Ayer también trascendió que la comisión de derechos humanos de la ONU pidió varias veces explicaciones a Washington y Londres sobre muertes de presos bajo custodia y sobre ejecuciones extrajudiciales. En una carta, la relatora especial Ashma Jahangir denunció el trato cruel dispensado a los iraquís.
La CBS, la misma cadena que destapó las torturas hace 14 días, tiene previsto emitir un vídeo filmado por una militar en Irak que muestra las condiciones de los detenidos.
A LA TORTURA LA LLAMARON 'TRATAMIENTO'
JOSEP Pernau
Las investigaciones sobre la tortura en Irak nos ha permitido conocer el argot de los que daban las órdenes de practicarla, miembros generalmente de la inteligencia militar (IM). Por cierto, ¿no hay una contradicción entre el don de la inteligencia que distingue a los humanos y la brutalidad de esos sujetos repugnantes?
Ellos no ordenaban torturar o vejar a los prisioneros. Su lenguaje era más fino. Sencillamente ordenaban que se les aplicara el tratamiento y asegurarse de que era el indicado. El tratamiento podía tener diferentes variantes. Existía el destinado a los detenidos más sensibles a la tortura física, como la rotura de una silla contra la cabeza del iraquí. O la tortura psicológica, como la practicada por la soldado Lynndie E. England --en su pueblo, en Kentucky, han dicho que era encantadora--, que paseaba al pobre prisionero atado por una cuerda al cuello y andando a cuatro gatas, como un perro. Las dos variantes podían ser aplicadas a la vez: por ejemplo, con frecuencia se sodomizaba al indefenso con el palo de una escoba.
Tras una sesión de aplicación del tratamiento, generalmente los interrogados quedaban ablandados. La palabra pertenece al argot más genuino de los energúmenos de la IM. Un prisionero convenientemente ablandado confesaría lo que se quisiera. Sobre todo si se cumplía lo recomendado para los más tercos: "Aseguraos de que este tipo pasa una mala noche".
Las torturas más abyectas podían merecer una felicitación, en el lenguaje de las malas películas de policías y tipos de los bajos fondos: "Buen trabajo, se están derrumbando con verdadera rapidez". Significaba que el tratamiento se había aplicado debidamente. Poco faltó para que algún torturador o un ideólogo del suplicio ajeno fuera condecorado.