La vuelta
Mi vuelta a casa tras un día de estudio en la universidad es como rezar el rosario: pasa media hora y casi ni te das cuenta, tan absorto que está uno en sus pensamientos, en su rutina, en intentar recordar las anécdotas sucedidas, los berrinches olvidados.
Tras colgarme la mochila de la espalda, la ascensión: Quintana se divisa desde abajo un duro ascenso; llano, cierto es, pero a veces las travesías más pesadas son por llanuras inocentes.
Primer semáforo.. el quiosco... una mirada fugaz por encima del hombro..."Zapatero llama infame a Rajoy".. esbozo una sonrisa.Sigo caminando, cruzo otra calle! Unos militares calzados en sus botas de cuero me miran aburridos. Hoy el loco no está. Princesa. Coches como flechas de un lado para otro. Hay que pararse. Tras pasar por ese escaparate tan insulso que tiene el corte inglés, la bajada a los submundos, al corazón palpitante de la humeante ciudad: el metro.
No paras de bajar escalones, una tanda tras otra, sin parar. Es un camino iniciático diario; uno no se pregunta qué hace, adonde va, simplemente bajas o subes las escaleras sin detenerte, a tu ritmo, ritmo que tienes estudiado a la perfección. Sabes qué tramos de escaleras tienes que subir a pié y cuales otros tienes acostumbrado a dejar que te lleven. En mi caso estos dos últimos puntos no son ni mucho menos casuales: voy alternando una modalidad y otra de manera estudiada para que el último tramo (¡el más empinado!) de escaleras mecánicas de Argüelles me toque subirlo sin hacer esfuerzo.
Y ya llegas al andén: si es tu dia de suerte, el tren aparecerá silbando por tu costado cuando estés a la tu altura preferida del andén . Los motivos por los que suele mostrar uno predilección por un tramo del andén del metro son harto variados: puede ser porque ese tercer banco de aluminio es para ti un santuario secreto desde que besaste en él a la chica que te gustaba. O porque pasado ese tramo normalmente te sueles dar cuenta de que por mucho seguir caminando no vas a llegar antes a casa. O, como es mi caso, porque sabes que a esa altura el tren te va a dejar a la altura del andén de destino que tú quieres.
Al llegar, un nutrido grupo de miradas de todos los colores se agolpan tras la puerta, escudriñandote tras el sucio vidrio durante esos segundos que la puerta permanece cerrada. Al fin sales, alcanzas la ecalera mecánica. Otra. Te cuelas en cercanías, y al fin, el mejor momento del viaje.
Ese interminable andén del tren te aguarda, majestuoso, apartado del resto de la ciudad. El suelo es blanco, limpio, la poca gente se encuentra sentada en los bancos. Lo recorres como un modelo de Calvin Klein: erguido, mirada al frente (al infinito), reposado, los hombros relajados. Y la gente sentada clava sus miradas en tu figura cruzando el blanco suelo...
Bueno, bueno, Sr. Modelo Calvin Klein!
Le voy a tener que pedir un autógrafo mañana ;)
Tambien me llamo la atencion eso.
Lo recorres como un modelo calvin klein?
Me ha gustado mucho.