Durmiendo con Afriend
Todo empezó con una repentina invitación a cenar en su casa. Después de una pequeña racha de poco quedar, volvemos a parecer novios... pero como ya sabéis: novios psicológicos. Hay que ser capaz de separar el sexo de la amistad, no sea que en vez de joder, la jodamos.
Se nos hizo tarde, habíamos estado marujeando hasta más de las 12. Qué pereza volver en metro a casa, a esas horas podía tardar 40 minutos... Así que me invitó a dormir en su casa. En el momento de decirlo estábamos los dos tumbados en su cama mientras yo le leía algunas páginas de La filosofía del tocador del Marqués de Sade.
Me disfrazó con lo que él consideraba el pijama de invitados. Si la noche había empezado picante gracias al Marqués, una camiseta de manga larga (dos tallas de menos) roja-señal_de_stop y unos pantalones azul-piscina (de la misma talla que la camiseta) me quitaron todo el sexapil.
Después de pasar el camión de la basura, el camión cisterna limpia-calles, una ambulancia y sepultar un reloj con la ropa, conseguimos el silencio sepulcral. De repente, unos pasos.
―¿Es tu compañero de piso?
―No, es el vecino de arriba ―me contestó―, con un poco de suerte hoy no folla.
No hubo suerte. Después de hacer elucubraciones sobre qué estarían haciendo dependiendo de los sonidos que oíamos, conseguimos dormirnos.
Afriend estaba vendiendo droga a una rubia despampanante en una cabina de peaje cuando de repente se encendió la luz.
―Tengo mucho calor... Me pica todo el cuerpo... Creo que me es una reacción alérgica al antibiótico.
Lo que me faltaba, un médico hipocondríaco durmiendo a mi lado.
―¿Te has leído mis post sobre la alergia, no? ―esperé unos segundos―. Pues ya sabes, urbasón, polaramine...
―Creo que tengo polaramine.
Si para poner a un chico caliente tiene que haberse pasado con los antibióticos... voy listo!