Allí estaba una vez más. En la misma plaza donde tantas cosas buenas me habían pasado. Donde todo había empezado, donde me había emocionado más de una vez. Esta vez era diferente. Un sabor amargo en la punta de la lengua me advertía de algo que prefería no imaginar. Deseando que de algún modo mi traviesa imaginación me estuviera jugando una mala pasada.
Busqué a mí alrededor para encontrarla. Por alguna extraña razón sabía que hoy la vería allí, puede que ese haya sido el motivo para salir a la calle con la camiseta del revés y los pantalones que algún día me quedaron bien. Mientras encaminaba mis pasos hacia allá descubrí por el rabillo del ojo una figura familiar sentada en el banco. El cabello tapándole la cara balanceado por el viento pero con el mismo porte encantador e inconfundible. Aspirando una bocanada de aire y juntando todas las fuerzas que aún me quedaban me dirigía hacia ella y me senté a su lado con un saludo bastante tosco y simple, nada cariñoso.
Ella con su habitual sonrisa teñida en una sombra que me asustaba se ofreció a enseñarme las fotos que estaba viendo, en un gesto de normalidad preocupante. Yo apenas si me fijé en ellas. Mi cabeza revoloteaba de un lado a otro intentando buscar por fin las palabras que me sacaran de dudas, que pusiera final a aquella tortuosa agonía que minuto a minuto iba aumentando en la consistencia de la seguridad. Cuando al fin hallé las fuerzas necesarias para pronunciar aquella frase mis últimas esperanzas se desvanecieron.
- ¿Por qué no me has llamado?- dije mientras mordía mi lengua para no acabar lanzando contra ellas palabras de falsas esperanzas, de otros sueños que no había conseguido. – No te he llamado, porque no existían motivos para hacerlo- Como siempre sus palabras parecían anticiparse a cualquier excusa. Eran como pequeñas dosis de veneno que conseguían que la mirara absorto y repasara cada rasgo impoluto de su rostro. Por sus mejillas corrían dos lágrimas casi invisibles. Había roto su corazón de enredadera.
- No entiendo nada, mientras tu buscas motivos, yo llevo más de dos mes sin saber nada de ti – le contesté mientras apretaba mis puños con tanta fuerza que dos pequeñas gotas de sangre rebotaron contra el banco. – No me has visto, porque no querías verme, yo siempre he estado aquí – señaló mientras seguía repasando aquellas fotos en blanco de días pasados. Sus palabras me confundieron, me hicieron sentir culpable de todo – Seguramente lo soy - me susurra ahora mi cabeza. Mi demencia luchaba por salir a borbotones por mi boca y gritarle a la cara cada tarde pasada en rincones olvidados de mi memoria, agazapado en el más absoluto de los silencios, temblando de miedo y pensando en maneras de olvidarla.
- ¿Has visto? Todo el mundo nos mira – me dijo con la mirada perdida entre la gente, yo giré la cabeza de izquierda a derecha y sentí un escalofrío que aún hoy, mientras escribo estas torpes líneas, está de peregrinación por mis venas. Caras estampadas de inverosimilitud nos rodeaban, pero lo extraño era que todas las miradas se centraban en mí, imaginé que no me había puesto bien la camisa al fin y al cabo.
– Sólo necesito una respuesta, dime que no quieres verme, que no me necesitas, niega todo lo que nos dijimos hace unos meses.- Le espeté mientras notaba como si mil agujas atravesaran mi corazón y lo dejaran lapidado y vacío. – Quería hablar contigo– Empezó a decir ella en un tono mucho más pausado que el de hacía unos segundos cuando el tema era diferente. – Deberías continuar con tu vida – Y de repente todo mi mundo se vino abajo. Todas mis esperanzas e ilusiones se desmoronaron y mi alma se partió como un cristal al caer al suelo. – Es malo vivir de los sueños - . Me dijo mientras notaba como los rayos de sol comenzaban a dañar mi vista, como si la niebla espesa que solía acompañar desde que me dejó… o la dejé…. ( no se que versión contar) hubiera desaparecido y ahora fuera la realidad la que arañaba mis pupilas. Posé mis manos en sus esponjosas mejillas. Cerré los ojos y sentí como besaba mis dedos. En una caricia lenta se deshizo de mis manos y las dejó sobre el banco. Tras esto se marchó, yo me quedé observando como su escuálido cuerpo de princesa se desvanecía entre la multitud, y ella pasaba a convertirse en un reflejo, en un oasis de esperanza, en un simple sueño.
Toda mi cabeza daba vueltas, estaba mareado, sin saber que decir, con ganas de levantarme y gritar, de gritarle a ella pidiéndole explicaciones, llorarle que la quería, besarla hasta que comprendiera su error o perdonara los míos, tirarme al suelo y dormir por siempre, hacerme pequeñito y correr el resto de mi vida. Pero en cambio no hice nada, tan solo me quedé sentado en silencio, jugueteando con la cadena que ella me había regalado por Navidad, mirando al infinito. No me atreví a mirarla. Me daba miedo que verla triste y ahora ya sin ser mi novia provocara daños aún más irreparables en mi espíritu. – Supongo que esto ya es el final, que es hora de comenzar desde cero... – Comenté para mis adentros en un susurro, con un ligero aire de duda aunque no necesitaba ninguna respuesta.
Cuando por fin se fue, yo pensaba que sería incapaz de volver a levantarme de allí, pero no fue así. Entre bufidos de ira contra mí mismo me puse en pie y avancé con paso rápido sin ninguna dirección prevista, aunque inconscientemente puse rumbo a mi casa. No recuerdo en que lugar destrocé mis nudillos contra la pared, y tampoco recuerdo cuantas veces. Simplemente lágrimas de escarlata corriendo entre mis dedos es lo que queda en mi memoria de todo aquello. Sangre, decepción e impotencia.