Era ya casi medianoche cuando llegamos al portal de su casa. Habíamos hecho casi todo el camino en silencio, sin atrevernos a decir lo que pensábamos.
Caminábamos separados, escondiéndonos el uno del otro. Bea caminaba erguida y yo la seguía a un palmo, con su sabor en los labios. [...] Las últimas horas habían transcurrido en otro mundo, un universo de roces, de miradas que no entendía y que se comían la razón y la vergüenza. Ahora, de regreso a aquella realidad qeu siempre acechaba en las sombras del ensanche, el embrujo se desprendía y apenas me quedaba el deseo doloroso una inquietud que no tenía nombre. Una simple mirada a Bea me bastó para comprender que mis reservas apenas era un soplo en la ventisca que se la comía por dentro. Nos detuvimos frente al portal y nos miramos sin hacer ni amago por fingir.
- A lo mejor prefieres que no volvamos a vernos-ofrecí sin convicción.
- No lo sé, Daniel. No sé nada. ¿Es eso lo qué tu quieres?
- No. Claro que no. ¿Y tú?
Se encogió de hombros esbozando una sonrisa sin fuerza. [...]
- ¿Cuándo voy a verte otra vez?
- No lo sé , Daniel.
- ¿Mañana?
- Por favor Daniel, no lo sé.
Asentí. Me acarició la cara.
- Ahora es mejor que te vayas.
- ¿Sabes al menos dónde encontrame, no?
Asintió.
- Estaré esperando.
- Yo también.
Me alejé con la mirada prendida de la suya. Esperé hasta que Beas hubo entrado en el edificio y partí a paso ligero, volviendo la vista atrás a cada paso. Lentamente, me invadió la certeza absurda de que todo era posible y me pareció que hasta aquellas calles desiertas y aquel viento hostil olían a esperanza. Al llegar a la plaza Cataluña advertí una bandada de palomas se había congregado en el centro de la plaza. Lo cubrían todo, como un manto de alas blancas que se mecía en silencio. Pensé en rodear el recinto, pero justo entonces advertí que la bandada me abría paso sin alzar el vuelo. Avancé a tientas, observando cómo las palomas se apartaban a mi paso y volvían a cerrar filas tras de mí. Al llegar al centro de la plaza escuché el rumor de las campanas de la catedral repicando la medianoche. Me detuve un instante, varado en un océano de aves plateadas, y pensé que aquél había sido el día más extraño y maravilloso de mi vida.
Escrito por Nachinator a las Febrero 9, 2005 11:47 PMme ha encantado esta genial
una gran eleccion
Es tela de bonito, nachete. Me ha gustado mucho.
Un Abrazo
En ocasionas las palabras te acarician, puedes sentir el dulce tacto de su ritmo. Un escalofrío recorre tu piel y tus ojos se encienden al darte cuenta que ya has caído, que perdiste control de un cuerpo que ya solo responde ante el universo que se está construyendo a cada golpe de tinta que atraviesa tu ojos. Tienes razón Nach, las palabras cobran vida, son capaces de envolverte y mecerte con su brisa. Aunque a veces pienso que no es así, que no es verdad. Que quizá el cuerpo vibra simplemente porque estas torpes grafías consiguen rozar el universo que está más allá de las palabras, balbuceando el lenguaje de los sueños, miradas, sonrisas y caricias. ¿Acaso no se quedan siempre cortas las palabras?
Bueno, todo esto era porque me alegro de ver a otro más embrujado con la sombra del viento.
Un abrazote Nach y a ver si mi ordena funciona y comparto más ratitos en esta caja negra.