El cuerpo humano es asombroso.
A veces no me puedo hacer a la idea de como un simple beso, o un abrazo, pueden llegar a significar tanto. Como una sonrisa, que no son más que unos cuantos dientes más o menos bien puestos pueden cambiarte el día o incluso hacerte sentir la persona más feliz del mundo.
Y es que, de algún modo, fue así como me sentí el otro día. ¡Y eso que la fiesta no fue mía! Pero, como bien dice Arita, tan sólo ver el reflejo de las velas en sus caras y el brillo de sus ojos más intenso que nunca, capaz incluso de intimidar la penumbra de aquella habitación... fue increíble.
Me sentí... no sé como me sentí. Creo que fui testigo de cómo aquellos dos individuos, a los que me he dado cuenta que queiro más de lo que creía, eran un poquito más conscientes de lo afortunados que son.
Uno de ellos cumplía 21 y el otro 19, y ni siquiera la suma de ambas cifras era capaz de igualarse con la cuantía de gente que hasta allí, en el lugar donde Cristo perdió una sandalía, se había desplazado con el simple objeto de decir: "Felicidades" y brindar junto a ellos, sin dejar pasar una velada más a su lado.
Yo llegué a recibir entorno a los 60 gracias; personalmente ni pensaba que los fuera a recibir ni me creo merecedor de ellos, pues si no hubiese sido por todos y cada uno de vosotros... no hubiera sido igual.
No creo que la felicidad se pueda medir pero en cambio me atrevo a afirmar que aquela noche ellos dos fueron un poquito más felices. Y creo que esa es la mejor recompensa que un amigo puede recibir.
Y si no he hablado en esta ocasión de ellos es porque no existen palabras; y quizás, si las intento arrancar de mi ser, las lágrimas salten primero y, claro, uno tiene que guardar la compostura... ;)
solo espero que esto no sea más que un nuevo comienzo de una historia sin final, pues no hay mejor regalo ni agradecimiento que la eternidad. Ahí queda eso.