Todos los niños crecen, todos menos uno.
Fui libre en un mundo de fantasía. Donde volaba con mis pensamientos de alegría junto a las hadas y acababa siempre merendando banquetes imaginarios. No quería vivir la realidad, me gustaba ser un eterno niño al que lo único que importaba era batallar con piratas y volar alto hasta poder dormir acomodado en cualquier estrella del firmamento.
“Quiero ser siempre niño y divertirme” me repetía. Y como en un sueño todo lo que pasaba a mí alrededor era fruto de mi propia fantasía junto a los niños perdidos. Un día busqué a una niña que pudiera contarme los cuentos de los que tanto había oído hablar y que mi alma de chiquillo necesitaba. Así encontré a mi Wendy. La niña de profundos ojos marrones que cosió mi sombra a mi cuerpo y mi corazón a su pecho. Ella vino conmigo a mi hogar, el hogar de los sueños, al hogar donde los deseos no son una fantasía, al país de Nunca Jamás. Fui su Peter durante lustros, décadas y centurias que pasaron volando en apenas varias lunas.
Junto a ella volé por el infinito mundo de nunca jamás, con nuestras manos enlazadas defendimos el hogar de todos los niños perdidos. Matamos piratas y cazamos a los indios y de postre olvidaba todo lo que había ocurrido buscando una nueva distracción. Tan solo había algo que nunca conseguía borrar de mi mente: Los ojos de Wendy cuando me miraban con ternura. Escuchaba sus historias mientras cosía mis bolsillos ayudado por el primer beso que ella me dio, aquel dedal de plata que acabo haciéndose con un hueco en mis bolsillos. Los dos, cuidamos de los niños perdidos. Probé sus medicinas y volamos todos los lagos de nuestro país de ensueño.
Pero un día todo terminó, ella decidió que tenía que crecer. No quería vivir siempre corriendo, saltando, gritando, soñando, riendo…No quería ser siempre un niño. Quería dejar el mundo de Nunca Jamás donde habíamos sido tan felices. Regresó a su casa de donde la había raptado hace años atrás. Pero sus padres seguían esperando en su cuarto, junto a la ventana. Incluso después de todo los que les había hecho sufrir quisieron que me quedara con ellos. Pero yo no quise, al fin y al cabo solo quería ser un niño para siempre. Dejar de crecer.
Durante un tiempo iba a visitarla a su casa y los dos volábamos como si no hubiera pasado el tiempo. Seguimos viviendo aventuras; hablando con las hadas, conquistando sueños, desoyendo los cantos de sirenas que nos decían que nadáramos junto a ellas. Pero cada vez me costaba más acordarme de ella. Pasaron primaveras y no fui a verla tantas veces como le había prometido, aunque yo seguía viéndola como la niña de profundos ojos marrones que me ayudó a vencer a mi ya olvidado Capitán Garfio, que me dio mi primer beso y dedal.
Pasado ya el tiempo me decidí a volver. Me costó reconocerla. Ella tenía la cara llena de arrugas, sin embargo sus dos grandes ojos seguían allí. Después de tantos años sus ojos seguían llenos de vida, como un faro que siempre me había guiado. Se le había olvidado volar. Yo le grite como loco “Me prometiste que nunca crecerías”. Ella nunca más volvería conmigo al país de los sueños. Y acabé batallando contra las paredes y con mis puños empapados en sangre. De repente me di cuenta que ya había perdido mis pensamientos alegres y que tampoco yo podría volver.
Y allí me quedé. Un niño entre dos mundos, un niño obligado a crecer por la fuerza y que estaba condenado a aceptar la realidad de la que tanto había huido. Un niño que pronto dejaría de serlo, un niño que había perdido la inocencia y las ganas de divertirse. Un niño que había perdido sus pensamientos alegres y que había recuperado su memoria. Un niño que ya no deseaba volver a matar piratas ni contarles sus aventuras a las sirenas porque había perdido la ilusión de ese mundo de fantasía. De repente vivir no iba a ser la gran aventura que había creído. Y un último cacareo se ahogo en el silencio de mi mirada.
Todos los niños crecen. Todos menos uno. Mentira.
Escrito por DUDO a las Octubre 1, 2004 12:43 PMestan re buenas las fotos de ustedes me encantaroon