Parece mentira como cambia todo, las personas, tu entorno, en definitiva tu vida. Tomando constantemente decisiones, adquiriendo posturas que están dejando huella en tu vida de forma radical. En continuas ocasiones no me paro a pensar en ello y continúo con el día a día como si de una jornada más se tratara sin tan si quiera detenerme por un segundo a meditar en qué sentido gira mi vida y si verdaderamente estoy sembrando aquello que quiero cosechar...
Las siete y media de la mañana y los rayos del sol alcanzan poco a poco el borde de mi cama. Me pongo la manta encima y trato de continuar con mi sueño, intenso como nunca antes había sido, en cuerpo dormido pero con alma inquieta.
Las ocho, y la alarma me hace pensar: “¿me levanto? Joder con lo bien que estoy en la cama, bueno por un día que me quede durmiendo un poco más... ¿qué estaba soñando? Ah! ¿a ver qué hay detrás de la puerta?!”. Aprieto fuerte los ojos y me sumerjo de nuevo en un sueño que quedará perdido en el olvido de mi mente, pues ni un día consigo recuperarlo del rincón más escondido de mi cabeza.
En torno a las ocho la luz ya se hace inevitable y me quema los ojos así como despierta a mi conciencia que me hace levantarme y prepararme para comenzar la jornada.
Me incorporo, me pongo las zapatillas, me acerco a la cocina, me tomo un tazón de leche con dos galletas (ni una más ni una menos, hay que guardar la línea); busco una camiseta que me guste, unos pantalones a juego; abro el cajón, cojo unos calzoncillos, unos calcetines blancos, cojo los zapatos apropiados para la ropa que me voy a poner, cojo la toalla de mi cuarto de baño y me voy al cuarto de baño de mis padres pues en el mío está la ropa tendida (ha llovido y mi madre teme por que se moje la ropa).
Las diez, me pongo delante de los libros... parece que la mañana se va a hacer interminable. Pero hay que tomarse el día con filosofía. Me rodeo de integrales, derivadas, sin duda mis más fieles compañeras junto a las cuales me enfrentare a los problemas de física.
Las dos, tengo que pensar en hacerme la comida, pero... ¿comer? Recuerda lo que te rodea los abdominales, algún día tendrás que quitártelo si no, no pretendas que te tomen en serio; como sigas así los rumores cuando andas por los pasillos de la universidades seguirán, y tu te sentirás cada vez más hundido y culpable. Si sigues así olvídate de las noches locas donde aunque no te atrevas a dar el paso sentirás como las “pivis” te miran. Además te tienes que sentir contento contigo mismo, eso es lo que te dice tu amiga Sara: “Tú estás muy bien, lo primero que tienes que hacer es estar a gusto contigo mismo”. Pues yo así tal y como estoy, no me siento bien; además porque un día más que no coma no pasa nada, y ya me he tomado dos galletas con la leche!! Decidido, me voy que llego tarde y sino mi madre me pregunta que qué he comido.
Cojo la mochila, meto la carpeta y me pongo los cascos... Al coger el ascensor me cruzo con mi hermano mayor, Sergio, tiene 22 años.
- Dile a mamá que como en la universidad.
Sergio no es un mal chaval. Lo cierto es que me gustaría pasar más tiempo con él y compartir nuestras cosas juntos pero es que él tiene su propia vida, su novia, sus estudios... a penas le veo, además nunca se presenta la ocasión para hablar. A veces pienso que está demasiado ocupado para preocuparse de mis rayadas. Le envidio mucho. A veces me pregunto cómo sería llevar su vida. Las chicas no le faltan, pero sobre todo le admiro por los amigos que tiene. Tanto amigos como amigas. Eso es algo que admiro de él, su facilidad para mantener relaciones tan estrechas con ambos géneros sin marcar diferencia alguna entre ellas. Lo definiría como un hombre dado a la gente que tiene a su alrededor y así se ha ganado el respeto pero sobre todo la admiración de todo aquel que le rodea. Un día le dijo un amigo, “ojalá tuviera tu vida”. Me comento que aquello no lo olvidaría en la vida. Se sintió afortunado, y según me dijo desde aquel momento intenta recordar y vivir cada segundo de su vida al máximo. Terminó diciendo “Carpe Diem”. Y se fue. No entendí muy bien lo que me quiso decir con ello. Pero no lo olvidaré tan sólo por la forma en que lo dijo, de corazón. Además, es mi hermano, y yo también le tengo gran admiración. Le echo de menos.
Cojo el autobús, en la misma parada de siempre con el mismo conductor de siempre. Los dos del asiento de atrás hablan algo raro, no es español, me quito los cascos para intentar escucharles. Es inglés, según parece una de ellas acaba de llegar y la otra le está contando lo que había hecho la noche anterior:
- You are gonna have so much fun here. For example, yesterday night we went to this bar in Moncloa... we had a blast! I´ll take you there tonight. If i can, because I don´t know if I am gonna be able to drink anymore, I drank sooo much yesterday. And I mixed it with marihuana... John had to take me home because I couldn´t even walk.
Mi orgullo se estremece un poco. Siento como si la imagen de los españoles es que estamos constantemente de juerga, como si no tuviésemos vida, como si todo lo que nos importase en esta vida es pasarlo bien, beber, fumar un porrillo, beber un poco más...y llegar a casa casi inconscientes.
Llego a la universidad. Entro por la puerta y ya me empiezo a sentirme incómodo. Había un grupo de chicos en la entrada con sus BMW´s o sus motos, sus camisas Bulberry (o como se escriba) y sus polos Lacoste, con ese corte de pelo con un aire a Jerry Lewish, como si de los mismo Beattles se tratara. Para eso sí que soy muy criticón, pues siento como si todos ellos me miraran y con su mirada me estuviesen examinando y analizando cada detalle de mi vestuario, de mi forma de actuar... en definitiva, de mí; un “yo” del que he estado orgulloso toda mi vida y del que ahora comienzo a avergonzarme.
- Buenas Javi, ¿qué pasa? ¿qué tal?
- Bien, aquí andamos. Un día más.
- Yo no tengo nada de ganas de ir álgebra, ¿te hace una cafetería?
- Que va, tengo que ir a clase que llevo sin ir... me siento mazo de culpable, y tengo que sacar este curso como sea.
Javi es un buen chaval. Se le ve buena persona, pero se estresa demasiado desde mi punto de vista. Es el típico chaval que le ves y piensas “joder, este es el típico niño 10, que no ha roto en su vida un plato”, aunque claro cuando le conoces entonces sabes que no es tan distinto a ti. Su único problema es que es muy competitivo. Le encanta la sensación de ser bueno en cada cosa que hace. La sensación de admiración que puede provocar sobre las personas cuando estas se enteran de que ha destacado en sus resultados académicos. La sensación de que no hay nadie por encima suya pero si por debajo. No pienso que esto sea un problema propiamente dicho, pero sí un inconveniente a la hora de tomarse un tiempo de descanso. Los estudios le atan demasiado y están constantemente en su cabeza en cada momento, esté estudiando o no. Por eso se estresa tanto.
Algo en mí me dice que tiene razón, pero aún así me dejo llevar por Gema y sus amigas y acabo tomándome una cerveza en la cafetería.
Para el final del día no he pisado la clase y llevo un pedo de estos buenos... me pongo a cantar, intento sacar a relucir esta voz que Dios me ha dado, no sé si para que me digan que no canto mal o para demostrarme a mí mismo que realmente no es así. Pero es que a mí me encanta cantar, sea donde sea, este donde esté. La música es parte de mi vida. Sin ella no sería lo mismo.
Por suerte José, que tiene coche, me ha dicho que me va a acercar a casa. Mi estado debe ser lamentable a los ojos de los demás, para mí en cambio es un medio de abrirme a los demás y poder mostrarles realmente quien hay detrás.
José es un amigo de canis, íbamos juntos al colegio, un poco pijo y de ideas un poco fachas pero no nos quedaba más remedio que soportarnos el uno al otro. Si tuviera que decir algo característico de él diría... que es religioso; cristiano, exactamente. Y digo que es característico porque me parece sorprendente como en los tiempos en que estamos alguien siga creyendo en un Dios matado por la humanidad. La gente no le entiende cuando habla de sus creencias, al menos esa es la impresión que me da a mi. A pesar de ello, él no se avergüenza de ello defiende su postura a diestro y siniestro, y no deja que nadie le intimide por ello.
Llego a casa, me hago la cena, me tomo mi vaso de leche y me voy a la cama con un dolor de cabeza... ¿habrán sido las cervezas?
Mañana será otro día, está vez quién seré yo; no lo sé pero de ello dependerá mi vida