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Noviembre 04, 2003
Autoliszt.
Me ha entrado estos días el autoliszt. Así he bautizado al estado tonto que me provoco sola a fuerza de observar las cosas desde el punto de vista más trágico posible. ¿Por qué no es un autorachmaninov o un autodebussy? Porque a mí la melancolía me suena a Liszt, o más exactamente a consolación de Liszt. He sido premiada así.
Muchas veces el autoliszt es la única posibilidad; desemboco en él porque no tengo otra opción, por mis inclinaciones dramáticas y porque algunas cosas resultan imposibles de ver desde otro sitio que no sea un ojo con mota de polvo adjunta. Me autoliszteo a mi pesar, por ejemplo, cuando viajo a mi pueblo y veo cómo la pálida osamenta de lo que fue mi hogar los doce primeros años de mi vida ha quedado al descubierto, cómo los restos del cadáver de mi vecindario permanecen abandonados, ya sin hiedra ni verjas, ni siquiera luz en las ventanas, que muestran desgarrones vergonzosos, como si a pedradas hubieran intentado violar el silencio atroz del que se ofrece una breve muestra en la oscuridad que se escapa por las persianas amarillentas. Ahora me arrepiento de haber evitado el improptu de llamar, de increpar a los nuevos inquilinos, que no tienen ni siquiera la decencia de blanquear los desconchones o poner unos geranios o lo que sea , esos vecinos que seguramente no peinan a la abuela impedida porque total, es vieja. A partir de ahora no podré volver a ninguna parte, porque volver a un sitio derrumbado me haría sentir como una ruina. Quién me iba a contar a mí que acabaría experimentando esa especie de emomaterialismo de Numeritos.
Autoliszt también es levantarse a las once de la noche e identificarse con los viejos que salen en ese reportaje sobre la soledad, con planos de rostros arrugados y pupilas acuosas y una horrible música de fondo pretendidamente emotiva que sin embargo cumple su objetivo; poco a poco desaparece, y Liszt suena mientras mi vida, la que yo conocía, se detiene un momento en la puerta antes de irse, echándome una última ojeada de marido traidor. No hace falta que diga adiós, ni nada parecido. No me preocupo. Ha ido a por tabaco.
Noviembre 4, 2003 03:12 AM