« Errores por defecto. | Main | i »

Octubre 24, 2003

Y siempre, el butano.

Cada vez que tengo que cambiar la bombona de butano pienso que antes de hacerlo debería escribir mi testamento. Esto ya no es aprensión, es algo grave, una neurosis crónica. Me pongo a llamar por teléfono a todo el mundo para preguntar las dudas más bizarras sobre calentadores, alcachofas y números de serie. Me paseo por toda la casa oliendo ruidosamente, buscando cualquier indicio de un escape. Abro ventanas, me da miedo encender las luces, no fumo. Si no he dormido bien atribuyo mi sopor al efecto del gas, que supongo no he sido capaz de percibir por tener el olfato atrofiado a causa del tabaquismo.
No sé qué hacer. El butanero vino a las once y media, y desde entonces vago como un espectro por los pasillos, dudando si telefonear a algún conocido al que no veo desde COU para saber qué es de su vida, y si dentro de la misma hay un hueco reservado a la bombona. Me imagino saltando por los aires, y hago acto de contrición y me arrepiento de haber mosqueado a mucha gente que en este preciso instante puede estar deseando mi muerte, porque tal vez en estas cosas la suma de los factores influya en el resultado.
No sé a qué le tengo más miedo, si a morir como una abuela de las que salen en Gente o a tener que volver a ducharme con agua fría. Mientras lo decido, creo que cogeré mi carpeta de cuando el instituto. En los separadores siempre quedan apuntadas cosas útiles, esas dedicatorias que te hacía toda la clase (por compromiso, claro está; era el día de hacer dedicatorias, día de descanso, y por tanto no se marginaba), esas citas tremendistas, aquellas fotografías de películas suecas. Los teléfonos de los otros marginados de la clase...

Si tardo más de un año en volver a escribir, que algún alma caritativa acceda a mi blog y retitule este post "El canto del cisne". Gracias.


Octubre 24, 2003 06:29 PM