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Octubre 04, 2003
Rass.
Los documentos de word no se pueden romper. Se pueden mandar a la papelera de reciclaje y hacerlo apretando el botón del ratón con asco y furia clásica semidesnuda. Se pueden mandar a la mierda, también. Pero nada proporciona el mismo placer que interpretar ese musical ras ras rass a mano.
Una vez cuando era joven y empezaba a ser inexperta (no he terminado todavía) me comí un poema que escribí. Supongo que tendría que elegir entre eso y tragarme mis palabras a secas. El caso es que lo despedacé convenientemente , lo hice confetti y lo devoré como si llevara días sin probar bocado. Estaba asqueroso, quizás por ser un poema malo.
Otras veces los quemaba. Un día, en una de aquellas tardes tan agradables que pasaba detrás de los llamados “bloques del cura” saltándome las clases de matemáticas, hice una pequeña fogata. Había salido de casa con una bolsa de plástico llena de papeles, y dije que eran para reciclar. Pero cuando llegué al triste banco donde me sentaba a leer todas las tardes de cinco a seis saqué los folios y les prendí fuego con una cerilla. Recuerdo que había cogido las cerillas especialmente para eso, porque siempre resulta más serio comenzar un ritual de fuego con una cerilla que con un mechero de plástico con propaganda de Muebles Bandera Vivar.
Hay demasiados documentos de word que me gustaría destruir. No quiero imaginar cómo disfrutaría quemándolos, o escupiendo sobre los pedacitos de papel. Los pisotearía y me revolcaría en ellos. Acompañaría el acto con muchos gritos, que si supiera italiano serían en esa lengua, y gesticularía mucho y sobreactuaría.
Voy a copiar a mano y sobre papel algunos de mis documentos de word, y luego me los cargaré. Si hay algo que no quiero es perder mis propias tradiciones.
Octubre 4, 2003 03:45 PM