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Junio 08, 2003

Odio dominical.

¡Cómo teodio,
cómo teodio!
Odio, Peor impossible.

Pues sí. Me he levantado con ganas de fornicar la cerda, hablando mal , pronto y al estilo granjero. Nada más incorporarme en mi lecho lleno de migas de galletas noté esa sensación cosquillosa y retozona invadiendo todo mi ser. Primero pensé que podía tratarse de mi líbido, que había regresado después de seis años sin saber de ella. Luego me di cuenta de que no, porque pensaba en uniformes azules y en barbas bismarckianas y no notaba ninguna reacción especial. Así descubrí que se trataba de odio. Ese odio simpático y desinteresado, general, que a menudo siento por temporadas.Instantáneamente me alegré, y corrí a cubrirme con una túnica de esparto (que tuve que sustituir por una camiseta y un pantalón, porque la túnica la recorté para usarla de toalla exfoliante) para ir a sacar la basura y tener oportunidad de cruzarme con alguien a quien insultar/agredir/pellizcar la nariz haciendo ruidos raros.
Tuve suerte. Nada más traspasar la puerta de mi domicilio me encontré, esperando el ascensor, con mis vecinas mariplayeras. Iban como de costumbre cargadas con sus herramientas habituales de trabajo; el Hola, las silletas, las esterillas y las gafas de sol punchipunchísticas (o pastilleras). Para completar llevaban un radiocassette cargado, seguro que con cinta de Chayanne o Luis Miguel, y un extraño aparato cuyo fin es sin duda pernicioso: seguramente una máquina automática de hacer tortilla de patatas o un horno portátil destinado a potenciar los efectos del sol sobre sus carnes gallináceas. Las miré mal, pero ellas no se dieron por aludidas. En vez de experimentar un odio recíproco, como cualquier persona educacada hubiera hecho en tal situación, se dispusieron raudas y crueles a intentar introducirme en su secta dominguera haciendo preguntas de mal gusto que me escandalizaron y alas cuales obviamente no contesté.
Ya abajo y frente al contenedor me fumé un cigarro. Como no quería levantar sospechas y pretendía que nadie supiera que mi fin último no era tirar la basura, sino odiar lo máximo en el menor tiempo posible, me puse a silbar entre dientes mirando disimuladamente a los transeúntes de reojo mientras balanceaba mi agresivo llavero de Shit happens con un movimiento muñequero sensual. He de reconocer que los transeúntes, no obstante, eran pocos. La gente tiene la mala costumbre de comer siempre de dos a tres de la tarde, en vez de salir a ser odiados por mí, comportamiento que juzgo totalmente carente de lógica y sentido. Pero al menos pude lanzar mis rayos despectivos a un fashion despreciable que salía de mi bloque para seguramente ir a hacer alguna cosa reprobable e ignominiosa, como ir a ensayar con su grupo popero modernil o dirigirse a la playa a fumar cosas raras detrás de una roca. El fashion era totalmente grotesco; hubiera pasado fácilmente por un componente de Spiritualized. Camiseta envejecida made in tienda in, vaquero desteñido ultratirado y pelucón que seguro había estado despeinando convenientemente ante el espejo durante unas tres horas, ayudándose de todo el kit de L'Oréal disponible. Me dedicó una ojeada en plan "oh, la loser del séptimo" (así es como ellos se expresan) y me dio el móvil perfecto. Le estuve odiando casi un cuarto de hora. Me clavé las uñas mordidas en la palma de la mano del placer sevicioso que me causó. Estuve a punto de echar a andar con él y ponerme a cantarle al oído Cordero de Dios. Pero me daba pereza y mi calzado no era el conveniente, así que me contenté con un odio sencillo y simple, sin pretensiones.
Después del fashion pasó una abuela pero no me salió odiarla. Además estoy segura de que de haberlo hecho la dama no se hubiera enterado. Es una de las cosas que comparto con las abuelas, no soy capaz de saber si alguien me odia visualmente a no ser que el individuo en cuestión se halle a menos de un metro de distancia.
Estuve delante del contenedor casi tres cuartos de hora. No pasaba nadie. Odié a un par de perros que recorrían las aceras a saltitos, pero me ignoraron con esa elegancia que caracteriza a los cánidos, haciendo como que no me veían.
Luego ya me decepcioné; estaba claro que no era el día apropiado para salir a odiar. Me subí a casa y pasé el resto de la tarde dormitando en el sofá, con una mirada soñadora clavándose en el infinito y más allá, mientras pensaba en todas las personas odiosas que no conoceré y que seguramente en ese mismo instante estaban pensando en alguien como yo, alguien cutre y antipático que las supiera odiar como ellas merecen.
Algún día nos encontraremos. No pierdo las esperanzas. Las marcas de mis dientes merecen un emplazamiento digno, como los codos de intelectualillos baratos.
No me rendiré.


Junio 8, 2003 09:39 PM