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Marzo 17, 2003

Devuelta (sic) a la vida moderna.

Estoy deprimida y asqueada. Después del bucólico fin de semana que he pasado en la mansión de Vozenoff volver a las obras y a los espacios cerrados me da como una aprensión molesta, parecida a cuando te pica algo pero no aciertas a rascar en el sitio adecuado. Ha sido un día y medio decididamente gratificante, sobre todo porque vi a Vozenoff en chándal y conocimos a los Bordinis. Había fotos del suceso, pero han salido negras porque era de noche y Vozenoff le dio al zoom al máximo. Para quien no lo sepa (lo cual demuestra una grave falta de cultura general y de mundología) los Bordinis son un grupo de eslavos que hacen una especie de número consistente en mariconear en una moto sobre una cuerda levantada a varios metros del suelo. Qué hez que no se vea nada, porque me hice la foto con el que hacía el trabajo peligroso. Esa foto valía millones.

También tomamos mucho té y ejercimos de granjeros en el pequeño ecosistema que tiene Vozenoff montado en su huerta. Había gallinas, pájaros, tortugas, un pavo real bastante afeminado y unas ocas mafiosas. Envidio horriblemente a Vozenoff. Si yo viviera en una casa así ni siquiera tendría mi cuarto dentro de ella; me instalaría en un anexo del gallinero para hacer vida de ermitaña. No tendría que ir al hiper porque siempre tendría matorrales de bayas , limoneros y pollo para cenar. En realidad estaría mucho mejor alimentada y se me quitarían las ojeras, me saldría pelo en sitios nuevos y Alfred retomaría su lado serrano, ya tan olvidado desde que se ha convertido en un snob cosmopolita. En todo el tiempo que estuvimos allí no salió del dormitorio. Echaba de menos muchas cosas, me dijo. Los borrachos de la estación, los pitidos de los coches a la hora de comer, los rascacielos. La vida urbana le ha trastornado.
Lo mejor de todo esto ha sido descubrir lo polifacético que es Vozenoff. Yo sólo le había visto dos caras, la de mancomunitario y la de jugador de bolos (la más agresiva), pero jamás me lo podría haber imaginado de campero. Me sorprendió su elevado nivel en el arte de echar maíz a las gallinas, su valentía frente a las ocas mafiosas, su conocimiento íntimo y diferenciado de cada uno de los quinientos pájaros que tenía en su ecosistema. He quedado mal, en realidad. Él parecía mucho más serrano que yo y eso me ofende un poco.
Desde anoche que llegué estoy baja de ánimo, porque no tengo ninguna brizna de hierba seca que llevar en la boca con gesto vaquero ni cortacésped ni unas figuras de pato que de noche parecen de verdad.
Resignación. Al menos siempre me puedo poner camisas de cuadros y sobrero de paja. Lo estableceré como uniforme nocturno, y sólo pienso escuchar música folk.


Marzo 17, 2003 08:51 PM