Acabo de venir del taller de hacerle un cambio de aceite al coche. 44 € por el cambio de aceite, la mano de obra, el filtro de aceite y el del aire, lo pone la factura que tengo delante. De camino a mi casa, he parado en la gasolinera y me he dejado 20 € más. En pocas horas, he gastado el 7.3% de mi sueldo.
Mi hermano, que es un poco manitas, compra la garrafa del aceite en el Carrefour y lo cambia él mismo. La operación no llega a los seis euros, si me han cobrado veintidos por hacerlo ellos, quizás es que tienen a un ingeniero para tales menesteres. El problema es que un cambio sí otro no hay que renovar los filtros y, claro, en ese caso el paso por el taller es obligado.
No se imaginan lo que me duele a mí el mantenimiento de mi Ford Fiesta. Por eso, cuando hace un par de días escuche en la cafetería del trabajo (podría hacerse una sitcom de ese momento del día, creanme) como un compañero se había gastado más de cuatro millones de las antiguas pesetas en un A3 o un A4 (perdonen el desvario, no entiendo de coches) me hierve la sangre.
Dicho compañero tenía ese dinero ahorrado para casarse, pero al quedarse compuesto y sin novia, decidió pulirse la cantidad en el coche. A los demás les parecía bien el despropósito, "es un capricho" decían. Yo me imaginaba al sujeto yendo a cambiar las ruedas, arreglar un espejo retrovisor o a sustituir un tapacubos robado y me reía por dentro.
Perdonen señores, una cena en un restaurante de lujo o una semana en Nueva York en un capricho, comprarse un coche de gama alta para compensar un ataque a la autoestima es una burrada.
Hace unos años tuve una novia que iba al instituto y cursaba el ya extinto COU. Quería ser médico, pero se le atragantó el curso, terminó repitiendo, y como la carrera eran tantos años... Al final decidió estudiar Magisterio (casi no lo consigue, tuvo que tirar por lo privado) porque sabía que era más fácil, más corta y aunque tendría que opositar, esperaba poder trabajar antes.
Una vez acabada la diplomatura, llegado el momento de echar los papeles, escogió el apartado que ofertaba más plazas, prescolar,así habría más posibilidades. Se presentó al exámen este junio y aprobó. Me encanta que los planes salgan bien, fue feliz y comió perdiz. O eso parecía.
Mi madre me comentó el sábado pasado, delante de una tostá con aceite y jamón, que la había visto en el médico. Resulta que se encuentra mal y no para de vomitar.
Una de mis mayores aspiraciones, compartida creo por todos las personas de mi edad, es la de tener un trabajo fijo, de funcionario a ser posible, que me permita ganar lo suficiente para tener mi casa, mi coche y tomarme unas copas con los amigos los fines de semana.
Pero pienso en mi ex, a la que nunca le gustaron los niños, rodeada de una veintena de pequeños cabrones corriendo, gritando y moqueando. Seis horas al día, cinco días a la semana. El resto de su vida.
Y me pregunto donde está el límite, cuál es la línea que separa la seguridad del riesgo, el dinero del ascetismo, la vomitona de sentirte a gusto con lo que haces.
Un cambio de puesto, un ascenso en cierto modo. Son buenas noticias porque implican más dinero y mejores condiciones laborales. En principio, aparte de la función que desempeñaré a partir de ahora, no debería haber más variaciones. Pero no es cierto.
Gente que apenas te miraba al cruzarse contigo en el pasillo se para y se digna a dirigirte unas palabras, incluso con cierta efusividad, como si hubierais tomado una cerveza anteriormente. Empiezas a oír otras conversaciones en las mismas voces, ya no se tiene tanto reparo en tocar ciertos temas cuando estás delante y las charlas triviales acerca del tiempo o el fin de semana se transforman en quejas que escapan en voz baja, en palabras medidas con precisión estratégica, en rencillas que nadie es capaz de determinar cuando empezaron. Y tus compañeros, tus jefes, adquieren matices hasta parecer personas diferentes.
La sensación es más fuerte al considerar que hablo del mismo lugar en el que entré a estudiar cuando no tenía siquiera 18 años. Cómo cambia el paisaje según el sitio desde donde lo estés mirando. Todo lo que me quedará por ver, caso de continuar aquí, que aún no he visto.
Por eso, la proxima vez que vea una película o serie de televisión, o lea una novela o un comic en el que me presenten a una sociedad secreta de vampiros, hombres lobos o asesinos a sueldo, cuando me intenten hacer creer que el tipo corriente que bien podría acabar de cruzarse conmigo es la pieza clave en una conspiración o va a salvar al mundo, ya no esbozaré una sonrisa y soltare un "por los cojones". Creo que pondré cara de circunstancia y tararearé los primeros compases de la sintonía de "Dimensión desconocida".