La inseguridad
Quizás este es el peor flagelo de Latinoamérica, que compite mano a mano con la pobreza por ser el que encabece las listas de problemas irresueltos e irresolubles de todos los países del subcontinente.
El problema es que la seguridad, como siempre han acostumbrado a definirla expertos, es un estado mental o psicológico, es decir que se cree que se está seguro. Desafortunadamente para muchos, en Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay, Chile y otro sinnúmero de países de lo que estamos ?seguros? es que no existe estado mental de seguridad, sino la visceral sensación de que en cualquier momento podemos caer abatidos por un par de ladrones o secuestradores.
¿Qué hacen los gobiernos de la zona para protegernos?. Inventan planes rimbombantes donde sancionan leyes durísimas que serán reglamentadas y fácilmente olvidadas a favor de engendros judiciales como el famoso 2x1. O, pero aún, removerán cúpulas militares y policiales en actos que no tendrán más significado que el de pronunciar por televisión una arenga contra los ?corruptos de siempre?. ¿Y de esto que es lo que queda?
La respuesta es infalible. La noción cada vez más acabada de que no se puede hacer nada y de que estamos todos condenados a vivir en una especie de gran Macondo mafioso y sanguinario donde el Gran Hermano de George Orwell se hubiese convertido en una lectura tan cotidiana como repugnante.
No, hay que atacar el problema como un todo. Basta de la postura enfrentada de garantistas y partidarios de la mano dura. Todos buscamos lo mismo y no podemos negar que ninguna de las dos posturas está completamente libre de errores y omisiones. ¿Qué tal si los gobernantes y la sociedad hacemos un pacto, conviniendo en que hay que aniquilar los efectos patógenos como la corrupción de los jueces y de la policía, la pobreza y la marginalidad, la espantosa e insalubre burocracia judicial, los aprietes políticos, y dejamos de lado debates improductivos sobre los síntomas?. Esto no quiere decir que con solo atenuar las causas se resolverán los problemas, pues hace falta que las leyes se hagan cumplir, que las condenas se cumplan de manera estricta y que no haya aberraciones judiciales de reducción de sentencia porque las infraestructuras carcelarias datan de la primera mitad del siglo XX.
Señores y señoras, hagamos las cosas bien por primera vez: la solución pasa por casa, por la educación y la propia seguridad, así como también por la presión para que los gobernantes no se queden con la idea de que removiendo cúpulas policiales se resuelve todo. Pero cuidado, tampoco caigamos en el facilismo de ir a una marcha contra la inseguridad y creernos que con ese gesto todo se resuelve. Basta de ingenuidad. Que Dios nos ayude, y si no creemos en él, ayudémonos nosotros mismos.