La deuda
Tal vez uno de los asuntos argentinos y sudamericanos más espinosos. ¿Por qué?. Porque todos sabemos que a la deuda hay que honrarla, pero no queremos pensar en ella en términos de sacrificio.
El cumplimiento es esencial, no podemos crecer si no la superamos o por lo menos pagamos a término y con un plan medianamente razonable. Y esto no solo cuenta para la deuda económica (que dicho sea de paso es en la que la gran mayoría pone su ojo), sino para las "otras" deudas: la política, la social y una que las engloba todas: la cultural. Esta última es la concentradora general, la que es imposible de soslayar, para la cual un incumplimiento no trae una horda de declaraciones políticas o una misión de ténicos, sino una depauperación constante, un sufrimiento que se eterniza.
Esa es la deuda de la que no podemos librarnos y que hay que honrar. ¿Por qué nos rehusamos a pensar que la culpa es de nosotros?¿Por qué no reconocer que nos estamos debiendo mejores pa�ses y que no hay ningín FMI que nos apriete para reformar nuestra manera de pensar y de relacionarnos con un imaginario colectivo de mayor apertura?. Porque nuestra intención es disminuir toda aquella importancia que se le otorgue a lo que es responsabilidad nuestra. Nadie más que nosotros puede saldar esa deuda y el mundo no nos otorga un tiempo infinito para empezar a pagar.
Pensemos por un momento hace cuánto que venimos escuchando sobre las deudas públicas y soberanas, los planes y las negociaciones. Para nuestra "otra" deuda, ¿quién negocia?¿quién presiona?¿quién propone planes?. Tal vez la respuesta sorprenda, pero son muchos, con matices, ideologías y cosmovisiones totalmente diferentes, pero con un obejtivo en común: el de empezar a negociar entre nosotros, a la vez acreedores y deudores. Cualquiera de nosotros es, en verdad, un negociador, un formador de planes y un estadista de la deuda.
La dualidad acreedor-deudor es tan solo una realidad. No somos sino un grupo de personas viviendo en la rebeld�a de no ceder espacio a la discusión, de abroquelarse para evitar cambios. Si pensamos bien, somos nenes que ante la proximidad de un examen decidimos no estudiar pensando que un terremoto el día de dicha prueba nos eximirá de realizarlo. Una prueba más de hipocresía y de la renuencia a negociar de buena fe con los que piden que se les pague: nosotros mismos.
La crisis en Argentina es un monstruo siempre presente, en cualquier momento de su historia. La hemos visto durante gobiernos democráticos y gobiernos de facto, dentro del Estado y fuera de él.
¿Por qué nos persigue y nos acecha en forma constante? Tal vez la respuesta esté en el inconsciente colectivo que tenemos como pueblo. Esa sensación de crisis es común a muchos, así que bien podríamos tomarlo desde ese lado. Pero no es suficiente.
La crisis, sea económica, social, política, cultural, no deja de ser un tiempo de cambio, un momento decisivo en el asunto que toca. El cómo se supere el momento, resulta en la resolución de la crisis o el nacimiento de otra. La crisis puede durar tanto como la indeterminación esté presente, es decir, en tanto y en cuanto no se la supere.
Un aire a indeterminación es lo que nos sobrevuela como país. Es un rasgo más, una muestra muy definitiva de que no hay respuestas o bien, de que las respuestas dan lugar a otras crisis emparentadas con aquella que es la madre o la primera. Así, al pasar del tiempo, no solo hay un ?momento decisivo? sino varios.
De más está decir que esta proliferación de crisis afecta considerablemente nuestra capacidad de superarnos como sociedad. La crisis se sostiene porque no se ha resuelto el problema de fondo, que muy a nuestro pesar, somos nosotros, es el inconsciente colectivo, aquella estructura macrocultural que nos define y que vive cambios permanentes.
No hace mucho leí una entrevista a Alejando Rozichtner, filósofo, donde éste indicaba que la crisis la prohijamos nosotros. Dejando de lado cualquier postura, es muy cierto que las crisis las hacen quienes las sufren porque son ellos quienes deben cambiar. Y lo mismo pasa con nosotros. Nos hemos acostumbrado a la crisis como forma de vida, sin pensar que es una oportunidad de cambio que desaprovechamos, que venimos ignorando desde siempre, por no contar con una educación cultural que nos lleve a la superación y a la respuesta que pueda dar lugar a nuevas crisis de mejora. La indeterminación o el mal análisis son una fiebre que se apodera de nuestra sociedad, con el resultado de que perpetuamos el ?momento decisivo? o acumulamos más de uno de ellos, sin poder ver, en esa telaraña, cuál es que funciona de centro concentrador.
¿Qué estamos esperando?¿Para qué continuamos la crisis?. Estamos llegando a la hora del agotamiento. Algunos hablan del modelo, llamése, neoliberal o de exclusión, pero la crisis va más allá. Lo que se nos está agotando es el tiempo y la única forma de evitar el estancamiento es cambiando la perspectiva, pensando que cada crisis es un aviso de mejora que se puede ignorar, con el consiguiente deterioro de la realidad, o aprovechar para reformar y replantear, previo análisis de la crisis madre o lo que es lo mismo, de nosotros.