No tardamos mucho en llegar a la vivienda de la ancianita.
Se paró delante de la puerta y tiró de una cuerda, tras lo cual se escuchó un sonido sordo y apagado, como el gopear de una madera hueca y, al cabo de unos segundos se escuchó una voz grave y áspera: "Siirr? Ya va, ya varr...
- Vamos abuelo, no tengo todo el día!". Instigó impaciente la ancianita al dueño de la voz. Aún paso un ratito hasta que se escucharon unos pasos, muy despacio, cerca de la puerta. Finalmente, la puerta se abrió y apareción un hombrecillo, más arrugado que la anciana, aunque un palmo más alto. Sin embargo, tampoco me llegaba a la cintura. "Ya sabes que cuando cambia el tiemporr me pongo fatal de la ciaticarr, abuelarr." Dijo mientras terminaba de abrir la puerta.
Cuando me vió, abrió mucho los ojos, y dijo: "Así, que harr llegado otrrorr? Vaya, vaya, vayarr.
- Sí, así, que espera aquí con él mientras mando a alguien a avisar, abuelo.
- Buenorr, ire a verr si quedan pastas de te. Sígame, joven." Así que el viejo volvió a dentro de la casa y la anciana se dirigió a alguna parte tras la casa. Yo seguí al anciano hasta lo que supuse era la cocina o el comedor, y allí, 'merendamos'.
Hablamos durante bastante tiempo, unas tres horas según mi reloj de pulsera, aunque el reloj de aquella cocina, que sólo tenía diez horas, indicaba que había pasado menos de una. El anciano me contó que él se llamaba Colza "Trragasapos" Zerep y su esposa era Rommi Zeugirdor y que se instalaron aquí después de su 'época de aventuras', se separaron de su grupo, volvieron a Argea, compraron aquella casa y esos terrenos con parte de su botín y formaron una familia. Sus hijos hace tiempo que tenían su propia vida y sus vidas transcurrirían con monotonía si no fuera por los constantes portales que, como el que me trajo aquí, arrastran gente de toda clase de lugares y mundos. Al parecer yo no era el primero, ni fuí el último, y ya tenían cierta práctica en tratar con extranjeros. Se negaba a responder a la mayoría de mis preguntas, afrimado que "ya habrrá tiempo parra eso, joven". Se mostró curioso y quiso saber algo sobre mí y más aún sobre 'mi mundo'. Habiendo tanto que contar, me limité a contarle algo de historia y un poco sobre la ciudad de la que vengo.
"¿Arrgentinarr, Buenos Airres? No, no me suenan en absoluto, pero trratándose de airres, deberría prreguntarr en el distrito del Bosquerr, ése es su elemento. Ahorra estamos en las afuerras del distrrito de la Urrbe, justo al pié de los Filos de Arrgearr".
Sí pudo contarme que la Gran Ciudad estado de Argea se encuentra en el centro de un inconmensurable continente que acapara las 3 cuartas partes de la tierra firme existente. Rodeada por los Filos de Argea, unas montañas altísimas, compuestas por muchísmas rocas afiladas como cuchillas, que nadie en su sano juicio escalaría. Los únicos caminos de entrada y salida, aparte de otros portales, son unos pocos túneles bajo las montaña o volando. Los Filos son inexpugnables porque estar formados por un material sin nombre que todo el mundo llama roca negra y nadie comprende del todo; lo que sí saben es que la mayor parte del planeta se está compuesta de ese material. El anciano insinuó que hay quienes son capaces de volverlo maleable durante un tiempo, y cambió enseguida de tema.
Me contó que la ciudad de Argea está dividida en cinco distritos:
- Las Colinas, donde abundan terrenos forrados de césped.
- Los Lagos, zonas acuáticas y pantanosas.
- El Bosque, con árboles de todas clases, algunos altos como montañas e incluso habitados.
- El Erial, donde principalmente hay llanos con poca vegetación, y el terreno es escarpado.
- La Urbe, donde la mayor parte de la población se concentra, con toda clase de edificaciones formando un mosaico.
Aunque se negó a contarme nada más concreto sobre cada distrito.
Tras cinco minutos más del reloj de la cocina y poco más de quince de los del mío, se escucharon unos pesados y rápidos pasos y luego otros más silenciosos hasta la puerta. La ancianita había vuleto acompañada de alguien más.