"¿Qué? ¿Quien...? ¿Quién está ahí?"
Pregunté asustado, sin haberme fijado todavía en quién estaba a mi espalda, y, para mi sorpresa, al darme la vuelta no había había una ancianita, menuda y de piel arrugada como el cuero viejo. Sin más, hizo una mueca rápida que pretendía ser una sonrisa y ya con cara seria e inexpresiva, me espetó con un tono un tanto monótono que pretendía resultar efusivo: "Bienvenido a la Gran Ciudad Estado de Argea!" tras lo cual se dió la vuelta, me hizo un gesto con la mano y añadió con un tono ya completamente monótono: "Sígame, joven". Sin saber que hacer, y pensando que una ancianita de metro y medio no podía ser una amenaza, la seguí.
Por el camino por el huerto tuve tiempo para fijarme mejor en el lugar en el que me encontraba. Más allá del huerto había colinas y unas pocas casas, y mucho más lejos podía verse edificios más altos. Un paisaje que encagaría en cualquier lugar de la tierra o eso es lo que me pareció hasta que, cuando miré a mi espalda, no pude caber en mi asombro: desde el horizonte a mi derecha y mi izquierda, y hasta donde me alcanzaba la vista, se alzaba una cordillera de montañas negras como el carbón y escarpadas como lanzas que dejaría al mismísimo Everest como una rídicula duna de una playa cualquiera. Más adelante aprendí que esta formación se llama 'Filos de Argea' y separan la ciudad del resto del mundo al que había llegado.
Escrito por Mithran, el día de Enero 1, 2004 02:49 PM