Tengo algunos comentarios y observaciones para hacerte, señor encargado de la banda de sonido de mi vida.
La mayor parte del tiempo (disculpame que sea tan duro y directo) estás distraído y no prestás atención a tus tareas. Día tras día tenés innumerables oportunidades de ser sublime y las dejás pasar, indolente. Por ejemplo, desde acá veo en la vereda de enfrente a un cincuentón de gruesas patillas y colorida camisa cuyo rítmico andar pide a gritos que suene "Fiebre de sábado por la noche", pero vos no reaccionás y el momento pasa. O hace un rato, cuando dejó de llover y se filtró el sol entre las nubes después de un par de días oscuros, pero George Harrison no cantaba "Here comes the sun".
A veces siento que directamente me odiás. Por ejemplo, sabés muy bien que la primera canción que escucho temprano a la mañana va a quedar alojada durante todo el resto del día en un riconcito de mi inconsciente, lista para ser tarareada en el ascensor o silbada en la ducha. Entonces no puede ser que mi radio-reloj, en lugar de Gardel entonando "Madreselva" o cualquiera de los Beatles, me despierte nueve de cada diez veces con "Cachete con cachete" de Pancho y la Sonora Colorada.
Otras veces tu sentido del humor se me antoja demasiado ácido, como cuando estrellé mi Volkswagen 1500 contra un poste de teléfonos en la esquina de mi propia casa, y en la radio justo Dave Matthews cantaba eso de when you come crash / into me baby.
Pero a pesar de todo no voy a pedir que te peguen la patada en el culo que te merecés. Bien sabés que con el toque de inspiración que tuviste aquella tardecita en que la Entintada me ofreció por primera vez los labios tenés laburo asegurado hasta que decidas jubilarte.