Ay, Juan Carlos Salaberry Méndez, ¡cómo te criticaron!
Te criticaron dura e injustamente, por tu estilo inmensamente rico y bellamente florido, constante y plenamente poblado de adjetivos mordaces y adverbios perfectamente seleccionados.
Te criticaron por aquellos innovadores párrafos en los que abandonabas las comas por considerarlas un estúpido obstáculo impuesto al lector para interrumpir el natural fluir de las ideas que plasmabas magistralmente cual talentoso pintor creando sin esfuerzo jardines de palabras sin piedras con las cuales tropezar sin vallas que saltar y sin ríos que vadear.
Te criticaron por comenzar párrafo tras párrafo con las mismas palabras, porque no entendían el sublime valor poético de una perfecta anáfora.
Te criticaron por tu saludable obsesión de concluir tus textos con la misma frase que les servía de título, dándoles una estructura circular de atractivo casi matemático.
Te criticaron porque el único escrito que jamás publicaste y que jamás publicarás es éste mismo, escrito en pudorosa segunda persona, celebrando brevemente pero sin falsa vergüenza tu enorme talento.
Hoy te reivindico, Juan Carlos.