Llegamos a China tras un vuelo bastante accidentado, durante el cual el piloto en ningún momento intentó elevar el avión a más de cincuenta metros del suelo. Salgo a pasear directamente desde el aeropuerto junto a los otros viajeros y encuentro la ciudad marcadamente similar a México: casas cuadradas color arena, calles de tierra, cactus y palmeras por todos lados. No habiendo visitado jamás ninguno de estos dos países, no me parece particularmente extraño. "No se puede confiar los libros, y menos que menos en Internet", reflexiono.
Quizás debería dejar de comer pastillas de goma antes de irme a dormir.