Todos aquellos que dejaron su marca indeleble en la historia de la humanidad poseían voluntades inquebrantables, ideas poderosas, convicciones absolutas. Lucharon por sus ideales y cambiaron el mundo, blandiendo su verdad tallada (figurativamente o no) en piedra. O, por lo menos, eso parece.
Yo, por mi parte, pertenezco al gelatinoso grupo que cambia de idea cada cinco minutos. Se nos puede convencer con llamativa facilidad de creer en cualquier cosa. Pasamos del amor al odio y viceversa, empujados por opiniones de terceros que jamás conocimos ni conoceremos, en búsqueda infructuosa de complacer a todo el mundo.
Pensé que era buen momento para formalizarnos como organización y aunar nuestros espíritus de veleta. Por un instante imaginé una convocatoria sin precedentes para elevar con orgullo nuestras frágiles determinaciones.
Quise escribir nuestro manifiesto, pero lo dejé por la mitad, lleno de manchas, borrones y tachaduras.