Febrero 11, 2004

Canarios mensajeros

Hoy, manejando por la autopista hacia el Oeste, me tocó marchar un tramo detrás de una camioneta de caja abierta, tipo F-100 o similares, algo descuidada pero sin llegar a dar lástima. El camino estaba bastante despejado, así que era posible pisar un poco el acelerador sin miedo a tener que clavar violentamente los frenos después de unos segundos.

Al llegar cerca de los cien kilómetros por hora, de la caja de la camioneta partió en vuelo espiralado una especie de papelito amarillo, que levantó un poco de altura, planeó unos instantes, y se perdió de vista algo más atrás. "Un folleto de pizzería que le tiraron en la caja hace un rato cuando la dejó estacionada en la puerta del banco", imaginé bastante ordinariamente.

Treinta segundos después, se repitió el fenómeno. Esta vez, luego de remontar vuelo, el nuevo papel amarillo se disparó en dirección al parabrisas de mi auto, pero a último momento cambió de dirección y aterrizó en la banquina, según pude comprobar por el espejo retrovisor. En los dos o tres minutos siguientes, otros cinco de estos objetos voladores se escaparon del baqueteado vehículo, tomando rutas dispares, algunos casi perdiéndose de vista en la altura y otros estrellándose en el asfalto sin ninguna ceremonia, a merced de las ruedas implacables de otros motoristas. El conductor de la improvisada plataforma de despegue no se daba por enterado del ballet aéreo que se desarrollaba a sus espaldas.

Eventualmente tuve que bajar de la autopista y perdí de vista al que se había transformado en mi inesperado punto de interés. Calculé en ese momento que vendría de una papelería o imprenta, y una resma mal empaquetada había sido la responsable del impensado espectáculo.

Pero la teoría que se me acaba de ocurrir es mucho más plausible: la camioneta era parte de una feria itinerante de deformidades humanas, y cargada en su pequeña jaula iba Annette, la adolescente más pequeña del mundo, que está ya cansada de compartir sus noches con la mujer barbuda y el hombre elefante y su tirano jefe, y escribe con sus lágrimas poemas de amor invisibles en las páginas de un pequeño block amarillo robado, que luego suelta como canarios mensajeros sin ninguna esperanza. Pero en un día no muy lejano, uno de sus mensajes caerá en las manos de Pietro el Diminuto Joven Piamontés, de gira promocional por el país, y él entenderá todo con sólo probar en sus dedos la sal de las lágrimas de Annette y no descansará hasta rescatarla de su triste vida y llevarla con él a su pequeñísimo pero cómodo palacete, junto a un arroyo allá en el Norte italiano.

El mundo sería tanto mejor si todas mis teorías fueran correctas.

Infligido por Amor Entintado a las 07:09 PM
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