De pronto en la cola del super, reconoces un olor muy familiar. Él olía igual que ese señor que intenta colarse porque solo lleva unas latas de cerveza. Ese olor que te embriaga, y te hace recordar su cuello, su suave piel, su mirada, su pelo, sus palabras y su sonrisa, un olor de remembranza. Él olía igual, y la vida me sabia igual. Olía a felicidad, sin duda alguna. Una clase de felicidad que no pregunta, ni necesita respuesta, una felicidad que ni tan siquiera es consciente de si misma. Una felicidad tal cual, que lo era todo. Aunque no me di cuenta que lo era, hasta que lo perdí. Seamos sinceros, no tengo lo que quiero y aunque lo tuviese, ya no seria lo que quiero. Me acuerdo de infinidad de ocasiones, en las que abría podido tergiversar las cosas para que hoy, aquí y ahora, todo fuese diferente. Pero supongo que es como debe de ser. Tenerlo todo y sentir que no tienes nada, es tan amargo. Quererlo todo y solo ser capaz de valorarlo justo cuando lo pierdes, y ya no lo tienes. Es curioso a la vez, me recuerda esos cuentos de niños donde quien fuere se chocaba con la misma piedra dos veces, pero a la tercera lo aprendía y ya no se chocaba. Yo no, yo no aprendo, me sigo chocando con esa puta piedra. Solo me doy cuenta que lo tenia todo, cuando no tengo nada.
“… se que no me vas a hacer daño,
se te ve en los ojos…”
Atentamente, Electra
Me siento tan identificado que creo que el post lo podría haber escrito yo.
Escrito por nevermore a las Agosto 30, 2004 09:40 PM