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Sol de Medianoche ( introducción )

Las ramas apenas crujieron cuando aquellos pies desnudos se posaron en el roble. Las piernas estaban muy curtidas, bronceadas por el ardiente sol de montaña, y poseían innumerables cicatrices que jamás desaparecerían. Pero eran todo un orgullo para ella.

Continuó su camino saltando de rama en rama, de árbol en árbol asemejándose a los atletas en el ejercicio de barras. El pelo rojo, enmarañado le caía sobre los ojos y sobre los hombros en una cascada de bucles desordenados, pero aquello apenas le importaba demasiado. Ahora su mayor preocupación era llegar hasta la presa, con las manos descubiertas, hasta aquel reno que la superaba en mucho en tamaño y que llevaba huyendo de ella desde hacía media hora. De repente le escuchó moviéndose bajo sus pies, sacó las garras y cayó sobre él tumbándole y obligándole a levantar el cuello para beber. El animal se retorcía mientras ella le desgarraba la garganta y bebía su sangre. Sus ojos azules brillaron con fiereza mientras la sangre llegaba hasta sus órganos deformados, llenándola de energía una noche más. La Bestia se refugió entre las sombras de su conciencia, en lo más profundo de su corazón, de aquella bomba de sangre que había dejado de funcionar hacía ya mucho tiempo.
El reno fue estirando cada una de sus patas hasta que dejó de respirar y ya no se movió más. Noreen se levantó y le desgarró el vientre, esparció por la zona sus vísceras y esperó a que el aullido de los lobos le confirmaran que habían localizado el cadáver. Sonrió satisfecha mientras se lamía el labio superior saboreando las últimas gotas de vitae.

Por Noreen Gaard.