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El dolor me consume por dentro, y avanzo tambaleante por un puente, mil mentiras mil veces relatadas, traición e ira. El grito rasga la noche, y la muerte me acecha. Exijo saber la verdad, conocer el sentido de todo esto, exijo la muerte, que paguen el precio. Pero los gritos sólo son silenciados por el dolor, que dentro de mi , grita aún más, agónicamente caigo al suelo, desearía poder llorar, poder llorar como un niño que huye de un castigo, pero ya no me quedan lágrimas. Mis ojos escuecen, el corazón lucha por salir de su cuerpo.

Y ardiendo, febril, vociferando a la inmensidad de la ciudad. El puente es la liberación, el salto, la manera de volar al Edén. La decepción será la redención. Con más gritos y en busca de respuesta golpeo los barrotes que sustentan mi mente. Pero no ceden por más que lo desee. Cada demonio interior que expulso susurrando verdades cuando mira hacia abajo me incita a que salte, a que vuele hasta el Edén. La idea golpea de nuevo los barrotes, y llevandome los brazos a la cabeza cierro los ojos.

Lo mismo de siempre, infinita negrura, y unos ojos que atormentan mi cordura. Una mirada que corta como el acero, miles de voces aullantes inundan mi templo. Y al exhalar el último aliento, tomar aire y gritar de nuevo encuentré la respuesta. Sencilla como la muerte que a todos acoje, ella me saluda. Con inmensa ternura la mano me agarra, toma mi cuello y de una caricia lo desgarra, la vida se derrama y la oscuridad me reclama, por fin paz, por fin calma.

Pero de nuevo SU voz me llama, y de entre los muertos levanta. Resurgiendo melancólico, sin encontrar la calma, la vida como veneno por mi cuello se derrama, y aunque pudiera escupir, el veneno me relaja. Más, más veneno, baja por mi cuerpo, libera mi tormento. Y en ese mismo momento, otro golpe más a los barrotes y cual fortaleza ante un ariete caen sin remedio. Ella le deja, me abandona de nuevo.